lunes, 20 de febrero de 2012

Los Premios Goya 2012.

   En este análisis de la ceremonia de entrega, la vigésimosexta para ser más exactos, de los Premios Goya, una vez más, no me centraré en cuántos Goya ha recibido cada película, ni en quiénes han sido los premiados en cada categoría, ni mucho menos en si el galardón es o no merecido, en su caso. Para eso hay personas mucho más preparadas que yo y es su labor, en la que no me pienso inmiscuir (lástima que los demás no tengan esa consideración y sí se entrometan en las funciones de protocolo, imagen y organización de los profesionales en estos ramos). Mi evaluación versará sobre la elegancia en esta gala, distinguiendo para ello dos facetas: una de la que es responsable la organización, y otra que afecta a los asistentes.


   Antes de la entrega propiamente dicha, y como suele ser en estos casos, hay que hacer especial mención a la “alfombra roja”, como ayuda para un primer examen de la etiqueta de los invitados y de los aspectos más espontáneos del protocolo y organización, puesto que siendo el pistoletazo de salida y no habiendo bambalinas tras las que esconder los errores, se aprecian éstos en toda su magnitud. De hecho, se pudieron ver múltiples carreras de los miembros de la organización, que además iban ataviados de una manera demasiado descuidada, a mi modo de ver: sin duda, las ayudantes no pueden llevar vestidos largos, pero para eso se inventaron los uniformes, pienso yo, para evitar que cada una vaya de una forma distinta, y nada acorde a la naturaleza del evento.

Michelle Jenner, una de las más elegantes de la noche.

   Aunque en las últimas ocasiones la alfombra era verde por motivos publicitarios, este año se ha recuperado nuevamente el rojo, y sobre la misma hicieron su entrada los actores, directores, productores y demás convidados. En general, desde el punto de vista de las exigencias de vestir que conlleva un evento nocturno, las aplaudo a ellas en su mayoría, y reconozco el esfuerzo de muchos de ellos (aunque otros optaron por camisas negras, chaquetas de colores -verde o marrón-, corbatas en vez de pajaritas o incluso pajaritas de colores -azul o granate-). Obviamente, hay excepciones como Isabel Coixet o Benito Zambrano, que no respetaron la etiqueta en absoluto, como sin duda era su intención.

   Ya en lo tocante a la ceremonia de entrega, y partiendo del escenario, se respiraba un acertadísimo interés por dar la envergadura que el evento requería. Una decoración exquisita que combinaba lo clásico del fondo con lo moderno de los atriles, de líneas curvas y minimalistas.
Eva Hache, en el magnífico escenario donde tuvo lugar la entrega de los premios.

   El punto de partida consistió en una amena actuación musical de la conductora de la gala, Eva Hache, junto a varios actores y actrices, después de la cual vinieron las palabras (y chistes) de bienvenida y apertura de la ceremonia. Personalmente, me gusta que en un evento de cine, se hable de cine, dejando a un lado las críticas políticas, aunque en este caso el enfoque de los chascarrillos centrándose en la crisis me pareció comprensible y aceptable. No obstante, me sigo preguntando por qué es necesario que en los guiones o discursos de humor se usen tonos inapropiados... por qué hay que usar un lenguaje chabacano y en ciertos casos, escatológico (un término de este estilo se repitió hasta tres veces a lo largo de la noche). Me parece totalmente inmaduro, poco original y, obviamente, de mal gusto.

   En cuanto a las entregas de premios, propiamente dichas, alabo la decisión de suprimir los guiones entre los entregantes, por dos motivos: porque casi nunca se los sabían y era nefasto verles quedarse en blanco o confundirse, y porque así se agiliza el ritmo de la gala ya que, como siempre hay algún galardonado que se extiende en sus agradecimientos, se compensa de este modo ese tiempo. Debo destacar, por su elegancia y corrección, a Martiño Rivas que introdujo del siguiente modo el video de los nominados: “Y ahora es el turno del Goya (…). Éstos son los finalistas”, en lugar del menos grácil Paco León, que en su caso dijo “Y ahora vamos al Goya (…). Los finalistas son...”. Parecerán menudencias, pero la percepción que se tiene sobre la profesionalidad o distinción de uno y otro es opuesta.

Cayetana Guillén-Cuervo y Quim Gutiérrez, elegantes presentando a los nominados.

   Dentro de los galardonados, en general se cumplió con la etiqueta. Como nota curiosa, la premiada con el Goya a Mejor Diseño de Vestuario, era sin duda de las peor vestidas: americana y leotardos negros con lentejuelas. Fue satisfactorio que uno de los agraciados con el Goya al Mejor Guión Adapatado reconociese divertido que se ponía traje por primera vez desde su Primera Comunión, o la preocupación de José Coronado por haberse roto el botón de su chaqueta. La elegancia en el vestir demuestra la importancia que el invitado concede al evento, y si los miembros de la industria audiovisual española no respetan sus propias ceremonias, no pueden pretender que desde fuera de la profesión, o de España, sea tenido su trabajo en cuenta.
Raúl Arévalo, con un esmóquin de corte moderno (véase el escaso largo de la chaqueta).

   Los discursos fueron, en líneas generales, correctos y breves. Pero siempre hay alguien que da la nota. Unos por querer ser demasiado reivindicativos o hacer promoción de sí mismos, por ser exageradamente sobreactuados, de fingida emotividad, o sencillamente cursis, otros por abruptos, de malos modos, revelando el egoísmo de la persona galardonada, todos ellos deberían quedar para el recuerdo de lo que NO se debe hacer. Repito, fueron la excepción, aunque los hubo. Hago una mención especial, por su profesionalidad y humildad en su discurso, a Juan Pedro de Gaspar, Goya a Mejor Dirección Artística, saludando a su familia “con el permiso de la audiencia”.


Vídeo donde se aprecia el grandioso escenario y la inapropiada indumentaria de 
Isabel Coixet, quien parecía haber sido atacada por una jauría de lobos de camino a la gala.


   Valoro muy positivamente detalles como que los sobres no estuviesen cerrados a cal y canto, que en categorías con varios premiados hubiese una estatuílla para cada uno,  que el discurso institucional fuese pronunciado por tres personas restándole monotonía (aunque ignoro por qué tuvo lugar después de haber entregado ya algunos Goya, como quitando importancia a esas categorías), y que la presentadora hiciese burlas apropiadísimas sobre el mismo, y que poco a poco vayamos consiguiendo dar una imagen más relevante de estos premios por medio de la elegancia de los asistentes (casi todas fueron de vestido largo y casi todos de esmóquin).

   Valoro muy negativamente que alguna todavía no sepa cómo sostener el vestido para bajar o subir escalones (María León se remangó la falda hasta la cintura), que los premios supuestamente más importantes a Mejor Dirección y Mejor Película fuesen entregados por personas que no llevaban la vestimenta adecuada (Isabel Coixet en el primer caso y Saura en el segundo) y que la ovación al Goya de Honor fuese tan tímida y, como siempre, sin ponerse en pie.
Tradicional foto de familia con los galardonados y entregantes.

   Poco a poco, parece que se quiere dar a los Goya el reconocimiento que merecen como “La gran noche del cine español” dando más importancia formal a la parte “gran noche”, de modo que se controla cada vez más lo peor y menos elegante de la parte  “cine español”. Vamos por el buen camino, pero aún queda por hacer.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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