sábado, 25 de enero de 2014

Gajes del oficio

   Piensen en un espacio que sientan exclusivamente suyo. Para una persona que viva sola es fácil, puesto que suele ser su propio domicilio. Para el que viva en familia, en cambio, ya se estrecha un poco más la lista de opciones, y generalmente se trata de su dormitorio o su coche. Pues bien, ahora analicen qué es lo que suelen hacer en ese espacio personalísimo: ponerse pantuflas o ropa cómoda nada más llegar, encender la radio o la televisión, apagar todas las luces salvo una pequeña lámpara de lectura, dejar la ropa de abrigo desperdigada por el salón o el asiento trasero, poner ambientadores o inciensos cuyo olor disfrutan, ... ¡Y qué relajo da saber que se pueden hacer alguna de esas cosas (o todas) porque, total, estamos sólo nosotros!

La comodidad del hogar, ha de dejarse a un lado cuando se ejerce de anfitrión.

   Sí, pero las reglas cambian cuando hay alguien más. Sobre todo, si estaba ya previsto que ese alguien efectivamente estaría. Se trata de no poder permitirnos esos pequeños placeres que ya hacemos maquinalmente y en los que rara vez reparamos, porque son costumbre inveterada. "Esto es de Perogrullo", estarán pensando. Sin embargo, para mi sorpresa, he podido comprobar en un corto período de tiempo, que no está tan claro. 

   Hace poco, un anfritrión entró en su casa con sus invitados y lo primero que hizo fue encender la televisión. No se sentó a verla (¡sólo faltaba!), pero sí la dejó encendida mientras estaba departiendo con los demás. Y no anuló el volumen, simplemente lo bajó. Si necesita de modo imperioso tener sonido ambiente, le aconsejo que no encienda la televisión, sino el reproductor musical que tenga, con piezas instrumentales, sin letra. Y, a poder ser, hágalo de un modo discreto, no en plenas narices de sus invitados, quienes sentirán al punto que la conversación que le puedan dar no será suficiente para Usted.

Las pantuflas, pijamas, pantalones de chándal, etc.
NUNCA deben ser parte del atuendo del anfitrión

   Otro caso que se dio fue el de una pareja que recibió a los demás en pantuflas. Ante la mirada y comentario jocoso de los recién llegados, lanzaron un poderosísimo argumento: "Es que siempre nos ponemos así en casa", seguido de una risita despreocupada. Esto habría estado más que bien si la visita no fuese esperada, lógicamente, pero no si está programada desde una semana antes, con cena y todo, como era el caso. ¿Qué se consigue con eso? Que los demás sientan que no son más que estorbo para la comodidad de los anfitriones, que están molestando. Y que estén todo el tiempo pensando en sus propias pantuflas, que tanto les gustaría tener puestas en ese momento. Como técnica para que los invitados se vayan pronto, es eficacísima, pero suponemos que un anfitrión no busca eso, porque, en tal caso, que no invite ni organice cena alguna... es decir, que si no quiere ser anfitrión con todo lo que eso conlleva, que no lo sea en absoluto.

Carey Mulligan y Peter Sarsgaard en "An education" (2009)

   Y ahora viene el coche, el "sancta sanctorum" de mucha gente que se ve obligada a ejercer puntualmente (o no tan puntualmente) de taxista. Y aquí sí que los hábitos se multiplican. Protocolariamente, la primera parte se suele cumplir, es decir, el que va a recoger a alguien, se baja del coche, lo saluda, le abre la puerta o coloca el equipaje en el maletero e inician la marcha. El problema es que, además de hacer las veces de chófer, también se es anfitrión del vehículo y ha de guardarse un respeto a los demás pasajeros. Si hay confianza, no hay problema, porque los demás le dirán al chófer las quejas que tienen, pero si no la hay, el cuidado y consideración han de multiplicarse. Así, habrá que preguntar si los demás tienen calor antes de abrir la ventanilla, o si tienen frío antes de poner la calefacción, ya que hay gente que se marea más fácilmente si hace calor en el interior del coche. Y con respecto a la radio, ni que decir tiene que, salvo que los demás lo pidan, está prohibida: ¡hay que hablar!... o demostrar que se ha intentado, al menos.

El humo de tabaco NO es un buen ambientador para un acto social

   Y en ambos casos, coche y casa, hay un tema especialmente peliagudo: fumar. Desde que se ha prohibido fumar en lugares públicos, los fumadores consideran su casa y su coche como el último reducto donde poder disfrutar de su vicio cómodamente y no a la intemperie. Y cuando viene un no-fumador a casa o hay que recogerlo o llevarlo en coche, la tensión se corta con cuchillo, y las ganas de fumar aumentan. Siempre se ha dicho que "antes de fumar, pregunta si molesta a los presentes", para quedar bien y poder fumar legítimamente, ya que nadie se opondrá, siquiera sea por compasión o educación. Pero eso es una artimaña demasiado sencilla y manida para un buen anfitrión o un buen invitado que tenga a gala serlo. No, lo que hay que hacer es esperar hasta después de los postres, y remarquemos el "después de". Mientras haya un solo comensal degustando el postre, el humo seguirá siendo enemigo del paladar. Se espera uno al café y ya está. Y en el coche, asumiendo que el trayecto será de corto recorrido (hasta media hora o cuarenta y cinco minutos) tampoco se puede fumar. 

   En resumidas cuentas, si se quiere ser anfitrión, habrá que tener cuidado con estas cosas, además de con la gran infraestructura de organización y decoración, reserva de cáterin, o limpieza del coche antes de recoger a nadie. Y de hecho, tanta dedicación se otorga a éstas, que se descuidan aquéllas, que la mayor parte del tiempo, se acaban revelando como el verdadero sacrificio de un anfitrión, los verdaderos gajes del oficio.

   Como siempre, en el medio está la virtud.
   

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