domingo, 28 de agosto de 2011

Dignidad... ¡hasta en las arrugas!

   Acabo de horrorizarme viendo una revista en cuya portada sale una famosa mujer completamente desfigurada. No, no es que haya tenido un accidente, es que se ha “hecho unos retoques”, según ella misma admite.

   Lo primero que me viene al pensamiento es: ¿le habrán cobrado?. Porque, igual que si la modista nos deja una chaqueta peor que cuando la llevamos a arreglar, no le pagamos, supongo que esta señora, viendo el desastre sobre su rostro, se habrá negado en rotundo a abonar los honorarios del cirujano. Pero sigo leyendo y reconoce que está encantada (aunque puede ser una manera de no asumir públicamente que la han dejado horrible).

Lucía Bosé

   Lo segundo que recapacito es: ¿por qué la gente hace eso... por qué se operan desmesuradamente? Recuerdo a Lucía Bosé, mujer admirable y temperamental donde las haya, que decía que nunca eliminará las arrugas de su cara, porque cada una ha salido por reírse o por llorar, y no quiere borrar los motivos que la llevaron a una cosa o a otra. Me parece elegantísimo este modo de ir asumiendo los años que pasan.

   También hay ejemplos de jóvenes, como los de Uma Thurman o Cindy Crawford, que se negaron a alterar quirúrgicamente  su nariz y su lunar, respectivamente, y al final se han convertido en su sello estético de identidad.

Cindy Crawford

   No obstante, esa no es la actitud mayoritaria. Por supuesto, si a alguien no le gusta su mentón o su nariz, o se nota los párpados muy caídos, o ve que le sobra papada, y lo quiere cambiar para sentirse mejor (y a mí no me pide ni un céntimo para hacerlo), ¡adelante!. Lo que me resulta incomprensible es el extremo, la obsesión por la cirugía. Porque no es distinguido, no tiene clase, amén de ser poco saludable.

   No hace mucho leía que en Hollywood están desesperados porque las actrices (y cada vez más actores), con tanta inyección botulímica en la cara, están perdiendo expresividad. Efectivamente, alguna parece que está teniendo una reacción alérgica a la picadura de un insecto o a algún ingrediente del almuerzo.

   Si una persona se opera para parecer más joven y el resultado es esa persona hinchada con aspecto de estar enferma, cianótica, a tratamiento médico con cortisona, o a punto de sufrir un “shock anafiláctico”, es síntoma de que algo no ha ido bien.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

sábado, 27 de agosto de 2011

Adaptando la retina.

   Me sigo maravillando cada vez que veo una película que tenga más de 30 o 40 años. Y es que ya no estamos acostumbrados a la calidad. ¡Qué actrices, qué actores, qué guiones, qué estilismos, qué modales, qué elegancia! Nada que ver con hoy. Pero nada, nada, nada. Hoy ya no se dicen en el cine o en las series frases de más de dos o tres palabras... y si se dicen, nunca es con naturalidad. Una lástima.

   Estoy de acuerdo en que algunos de los argumentos del cine clásico eran un tanto ñoños... o que los mensajes que contenían no serían del todo recomendables hoy en día. Sin embargo, otras películas son atemporales. “Adivina quién viene esta noche”, con una pareja insuperable de colosos de la interpretación que se ven sorprendidos por un problema de tolerancia racial (su hija quiere casarse con un apuesto caballero de raza negra)... recuerda en gran medida a la reciente “Mi gran boda griega”, donde un tradicional padre ve con malos ojos que su hija quiera casarse con un “xeno”, un no-griego. Pero... ¡no hay parangón!.

"Adivina quién viene esta noche", 1967

   Lo incuestionable es que antes los diálogos eran mucho más elaborados. Y eso no implica necesariamente que fuesen cursis o ridículos... pero, claro, estar viendo un programa de sobremesa de los actuales, cambiar de cadena y ponerse a ver “La gata sobre el tejado de zinc” o “Descalzos por el parque”, de entrada, choca. Se están invirtiendo conceptos: lo lógico pasa a ser infrecuente y lo reprochable se vuelve habitual.

   Ejemplo práctico: en el dormitorio tenemos una bombilla de intensidad normal (nadie, o casi nadie, tendrá para alumbrarse un faro de xenón en pleno cuarto). Si al atardecer entramos en la habitación y encendemos la luz, no hay fogonazos insoportables, porque tenemos la retina habituada a la claridad. En cambio, tras dos horas a oscuras, si encendemos la luz, parecerá a primera vista (permítanme el juego de palabras) que la bombilla ilumina con demasiada intensidad... pero ello, lo sabemos, no es cierto. Sólo hay que esperar a que se acostumbre la retina.

"La gata sobre el tejado de zinc", 1958

   Con el tema de los diálogos y guiones pasa lo mismo. A veces, no es que el diálogo clásico sea cursi, sino que nos intoxican con tantos programas y películas poco o nada elegantes, que lo bueno, lo de calidad, es lo que se nos antoja raro. Y eso es, sencillamente, deprimente.

   En resumen, hay películas “pastelosas” que siempre lo fueron y siempre lo serán (las de Lassie son un buen ejemplo) y hay otras que a primera vista parecen serlo, pero si adaptamos la retina, comprobaremos qué error cometeríamos al no verlas.

   Como siempre, en la mesura está la virtud.

viernes, 26 de agosto de 2011

El abanico: un complemento imprescindible.

   Hoy, cuando se cumple una efeméride importante para mí, tengo constantemente en mi memoria una de las mejores herencias que me pudiera imaginar: saber valorar la importancia del abanico.

   Este utensilio, complemento, adorno, instrumento, objeto (considérelo cada cual como quiera) procede de la remota antigüedad, como demuestran ancestrales imágenes egipcias o chinas. El abanico plegable se inventó en China en el siglo VII y llegó a España bajo el mecenazgo del Conde de Floridablanca, en el siglo XVIII. En el siglo XIX se fundó la Real Fábrica de Abanicos, y la única escuela-taller de abanicos que queda ya en el mundo se encuentra en Cádiz. Fin de la clase de historia.


  Gustav Klimt, "Mujer con abanico"
   

  
   Haciendo un uso adecuado del mismo, además de aliviar un momentáneo sofoco, o de dar esquinazo al calor reinante un determinado día o durante un determinado evento, se consigue un efecto visual muy plástico, lleno de cadencia, feminidad y distinción. 

   Como se puede comprobar, el abanico y yo:  uña y carne.

   Además de su finalidad refrescante, tiene una utilidad estilística innegable. Aunque para gustos no hay nada escrito, lo aconsejable es que el abanico sea de madera natural (hablando de abanicos, es como el blanco hablando de colores: hace juego con todo) o lacado de un color a juego con el bolso y/o zapatos. En cuanto a los dibujos y estampados, a título personal me inclino por abanicos lisos (así podemos gozar de mayor libertad a la hora de combinarlos con el resto de complementos). Lo que es totalmente inadmisible es un abanico estampado a usar con ropa también estampada, sobre todo si se padece de vértigos o facilidad de mareos.


   Como en todo, el truco está en usarlo bien y de un modo provechoso. A nadie se le ocurriría subir al escenario de un importante teatro si no sabe cantar o a nadie se le pasaría por la cabeza liarse los cabos a la idem y embarcarse sin tener la más remota idea de navegación. Matizo: a nadie prudente, elegante y mesurado. Pues lo mismo sucede con el abanico. A saber:

-  lo correcto es abrirlo y cerrarlo con una única mano y en único movimiento. No obstante, recuerdo la manera de abrirlo que tiene Concha Velasco, sujetando con la derecha y empujando la primera varilla de un golpe seco con la mano izquierda, y lo hace bastante natural.
-  los movimientos de abrir y cerrar serán eficaces y rápidos. Ello no quiere decir que haya que abrirlo o cerrarlo con un golpe aprendido en clase de artes marciales. Si es un buen abanico, sujetándolo por la primera varilla, la gravedad hará el resto... y no será necesario darle impulso como si lanzásemos un dardo.
-  el abanico se abre en paralelo o de fuera a dentro. No cojan el abanico en vertical y lo desplieguen hacia delante, por favor... es un abanico, no un arma para desfigurar la cara de quien tenemos enfrente. 
-  el abanico NO debe golpear contra nada. El movimiento ha de ser fluido y continuo, sin cortapisas. No es una herramienta de flagelo que golpea rítmicamente el pecho, la mano, la mesa o al vecino del asiento contiguo.
-  el abanico, en su movimiento NO debe interferir en el contacto visual. No se debe ocultar de modo intermitente la propia mirada a golpe de abanico.
-  el abanico es individual. Salvo que las personas colindantes se lo pidan o agradezcan, el aire debe dirigirse a quien mueve el abanico, exclusivamente.
- el abanico NO es una turbina ni un molino. Los movimientos serán enérgicos en su justa medida. Si no se excede con la fuerza eólica... su peinado se lo agradecerá. Pero ha de moverse y generar aire, no vaya a parecer que están teniendo un ligero temblor de muñeca con el abanico abierto. Recordemos al gran Aristóteles: “En el medio, está la virtud”
-  el abanico se despliega TOTALMENTE. Pocas cosas me sacan más de quicio que ver a alguien abanicándose con un abanico semicerrado, a medio abrir. Es como cortar los alimentos con el lado romo del cuchillo: una ridiculez que ni viste ni se resiste.


   Hagan la prueba: en una sala abarrotada, saquen su sencillo abanico y notarán, al punto, una serie de miradas cargadas de admiración o envidia por la fantástica idea que han tenido. Algunos asistentes admirarán el toque que les da... otros, asados de calor, envidiarán el oasis que se han procurado con tan particular y distinguido complemento. Ya me contarán si no es cierto, esto.

   Un afectuoso saludo.

martes, 23 de agosto de 2011

Debería presentarme...

   A quien pudiere interesar:


   Me he decidido a anotar mis pensamientos en este cuaderno de bitácora que facilita la red global porque mis inquietudes sobre la elegancia, las buenas maneras, la honradez (aplicaré a la inversa el refrán y diré que no sólo hay que parecer que se tiene honestidad, sino que además ha de tenerse), el trato social y la relevancia del protocolo y el ceremonial, así lo aconsejaban. 


   Y precisamente por ello, como modelo he tomado a dos actrices que para mí poseen todas esas cualidades: Audrey Hepburn y Julie Andrews. Además, tengamos en cuenta que ambas artistas interpretaron el papel protagonista de "My Fair Lady" (Hepburn en el cine, y Andrews en las tablas de teatros como Broadway), no quedaba más remedio que homenajear de este modo a Eliza Doolittle. Con la inestimable ayuda de una querida amiga, el título de este cuaderno ha salido rodado. 

   Espero que disfrute de cuanto aquí se diga y que opine, sin miedo, las entradas que se vayan publicando.

   Un afectuoso saludo.