domingo, 7 de febrero de 2016

Un Yago para los Goya

   Repasemos antes de nada dos conceptos:  
· Propósito: intentar comentar objetivamente la gala de anoche de la XXX edición de los Premios Goya con un enfoque estrictamente protocolario.
· Despropósito: la gala de anoche de la XXX edición de los Premios Goya, lamentablemente.

   De principio a fin fue una de las peores galas que recuerdo, desde el punto de vista de realización, de guión, de ritmo, de solemnidad, de todo. No señalo culpables, porque ignoro quiénes son, pero sí considero con total rotundidad que la Herodías a la sazón debería de poder darse un festín de cabezas servidas en bandeja de plata, si alguien hace el ejercicio de responsabilidad que se impone.

Panorámica de auditorio y escenario

   Lo primero fue, como es ya ley, la alfombra roja. Fatalmente organizada, con retenciones como una calle urbana en hora punta, donde los actores tenían que esperar para hacer las consabidas fotografías. En general, las alfombras rojas me causan desagrado: la fluidez de movimientos brilla por su ausencia, las entrevistas de dos minutos que les hacen los reporteros a pie de valla son iterativas y de Perogrullo, y las imágenes están llenas de tramoyas, cables de otros cámaras o reporteros y gente de fondo (incluyendo esta categoría no sólo a personal de organización, sino también a invitados y hasta nominados que se dirigen a su puesto para ser fotografiados sin saber que están saliendo en el plano). No me resulta agradable y siempre lo encontré un modo burdo de llenarlo de un innecesario contenido.

Retenciones en la alfombra roja, y invitados aguantando estoicamente

   En un análisis de etiqueta, insistir en la idea de que es deprimente ver la poca capacidad de adaptación que tienen los del mundillo del cine para adaptarse a la ceremoniosidad de su noche. Es como celebrar el propio cumpleaños en albornoz. Comprendo que cada uno tiene su personalidad y su estilo, pero... ¿es tan difícil para alguien que ha sabido fingir durante meses ser un explorador en el ártico o una científica decimonónica, pasar una única noche ataviado como exige la etiqueta? Me resulta incomprensible. No hay más que ver cualquiera de las listas de "los peor vestidos" para comprobar que es así. Si nos paramos a pensar además en los peinados, el desánimo es ya insostenible.

   Comienza la gala en el Hotel Auditorium Príncipe Felipe ¡cómo no! con número musical. No fue de los peores, aunque tampoco fue con voz en directo. Es decir, un aparentar más que otra cosa, con referencia a los Oscars incluida, que no consiguió sino hacer menos odiosa la comparación en la que, previsible y tristemente, la gala patria sale mucho peor parada que la ultramarina, donde suelen cantar mejor y en directo (o como mínimo, disimulan mejor el diferido). En descargo de Dani Rovira, decir que en un momento ulterior, sí pudo demostrar que su falsete está bien afinado, en una broma a Penélope Cruz en la que cantaba "When a man loves a woman".

Así comenzó la trigésima edición de los Premios Goya

   Juegos de magia y sesiones eternas de interacción con algunos de los asistentes fueron las otras herramientas para "entretener" entre premio y premio. El problema fue que las transiciones entre estos excursos y el anuncio de un nuevo galardón eran absolutamente abruptas, mal hiladas, chirriantes. Otro punto negativo fue el contenido de algunas de esas intervenciones, como el infructuoso intento de hablar en inglés y, sobre todo, en francés, con Tim Robbins y Juliette Binoche, respectivamente.

   La politización de la ceremonia es ya un mal enquistado, y sigue pareciéndome un error: en cualquier celebración, ni política, ni religión, ni fútbol, ni nada espinoso o escabroso. Pero, ya que lo aconsejable es hablar de cine, arte, literatura, o música, y dado que estamos en la noche dedicada al séptimo arte, el tema de conversación debería de ser poco menos que obligatorio. No obstante, no hay más remedio que asumir con antelación que la reivindicación política se ha vuelto casi tan connatural a estas veladas como la reivindicación estilística y capilar a la que aludía antes.

Luisa Gavasa agradece su Goya mientras Hugo Silva y Ginés García Millán
buscan la salida por la que abandonarán el escenario

   La realización dejó mucho que desear también, y los movimientos sobre el escenario estaban mal ensayados (no hay más que ver el momento en que Hugo Silva no deja de buscar por dónde saldrán Ginés García Millán y él acompañando a la premiada Luisa Gavasa) y tan apresurados que resultaban sucios, torpes, farragosos. Por otro lado, los planos incluyendo a tramoyistas, ventiladores y elementos de atrezzo deslucieron en más de una ocasión la recogida de un premio. 

Varias veces se cruzaron los entrantes con los salientes,
dando como reusltado una imagen sucia y embrollada

   La actitud del público fue la habitual: absolutamente carente de solemnidad. No sólo les cuesta ponerse de pie para recibir y despedir a Mariano Ozores, Goya de Honor de este año, sino que no lo hacen al aplaudir a Joan Manuel Serrat, clásico de la música nacional, al terminar su actuación. Sin embargo, lo más deleznable fueron los aplausos selectivos durante el homenaje a los fallecidos durante el último año. Todos lo que aparecían en pantalla eran compañeros de profesión, del gremio, y todos habían muerto, así que... ¿por qué sus propios colegas aplaudían a unos sí y a otros no? Da una imagen lamentable: o se aplaude a todos, o a... todos. No queda más opción. 

Elvira Lindo, junto a Vargas Llosa, dando a Isabel Preysler
una importancia y protagonismo inmerecidos y fuera de lugar

   Llegó el momento de entregar los Goyas a Mejor Guión Original y Adaptado. Los entregaban Elvira Lindo y Mario Vargas Llosa, elección acertada si tenemos en cuenta que los guionistas son también hijos de la escritura, más que del celuloide. Lo lógico es que se enfocase a los nominados o las películas por ellos guinozadas justo antes de anunciarse al ganador, ¿verdad? Pues no. El realizador consideró más apropiado enfocar a Isabel Preysler, por motivos nada cinéfilos. Aunque la primera en salientar innecesariamente la presencia de la filipina fue la propia Elvira Lindo, todo hay que decirlo.

Tambores de Calanda para homenajear a Buñuel

   Finalizando la gala, la interminable gala, el propio Ricardo Darín dio un tirón de orejas a la organización en pleno discurso de agradecimiento tras recoger su Goya a Mejor Actor, y es que los discursos, algunos de ellos, sí, insufriblemente largos, eran bruscamente interrumpidos por una música que, en palabras del propio Darín, sonaba antes o después, con un criterio no muy objetivo. Ni siquiera el final gozó de un mínimo de elegancia, toda vez que Rovira se puso a reclutar a todos los premiados para la foto de familia, lo cual no habría estado mal si no lo hubiera hecho cual cabrero de la sierra reuniendo el rebaño a voz en cuello.

Mariano Ozores, Goya de Honor, aportando un toque
de entrañable veteranía y una ejemplar gratitud al público

   Para terminar con buen sabor de boca, los mejores momentos de la noche, que a mi modo de ver, fueron la veterana y entrañable gratitud de Mariano Ozores al público (único en hacer mención a esa pieza clave del cine, por cierto), el original homenaje a Luis Buñuel con la Tamborrada de su Calanda natal, y el toque de elegancia de Marisa Paredes, que a esas alturas fue un verdadero soplo de aire fresco y tonificante. 

Un momento desgraciadamente esperado: el alivio del final

   Por todo ello (y más), propongo firmemente que este año sea precisamente la gala de los Premios Goya la que se lleve merecidamente un premio Yago de dimensiones hiperbólicas. Porque no pueden pedir respeto para el cine español por parte de público, críticos y poderes públicos, mientras que no cuidan en absoluto la imagen que éste da durante la noche que le debería servir como escaparate una vez al año. Los primeros que deberían sentirse enfadados y decepcionados, y poner remedio, son, de hecho, los que están en ese escaparate, haciendo el ridículo más bochornoso: directores, actores, productores, guionistas, ... en vez de ver culpar al respetable y mostrar un complejo de inferioridad titánico respecto de sus homólogos "hollywoodien-ses".

   Como siempre, en el medio está la virtud.

Imágenes de TVE