miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cómo saludar y presentar elegantemente.

   Estas fechas, con tanto evento social y familiar, son un hervidero de presentaciones. Muchas veces, se aprovecha el espíritu navideño de concordia para tomar la valiente decisión de que los padres conozcan a nuestra pareja, o de que el grupo de amigos conozca un hermano o hermana menor que sale de noche en Fin de Año por primera vez, o, por qué no, para decidirnos a que esa persona especial sepa que existimos (para lo cual los más valientes toman la iniciativa a título individual y sin anestesia, y los más cautos solicitan cooperación de un amigo común).

El abrazo ha de reservarse para saludar a personas con las que se guarde
una especial confianza o a las que se tenga un mayor afecto.

   La primera regla es, y la cuestión no es baladí, que cuando estemos en presencia de dos personas que puede que no se conozcan, hay que presentarlas. Y digo bien  “puede que”. En caso de duda o, más bien, a menos que sepamos con certeza que son personas conocidas, hemos de presentarles para evitar que se miren pensando “¿Y éste quién será?”, con actitud forzadamente distante y contenida.

   Para presentar, hay unas ciertas reglas, que aunque no son de obligado cumplimiento so pena de prisión, sí dan gran seguridad y comodidad a la hora de hacerlo. Una vez más, me declaro firmemente fiel a las premisas que a este respecto nos señala María Rosa Marchesi, mujer elegante donde las haya:

Una correcta presentación es más necesaria de lo que se pueda pensar,
sobre todo en ámbitos más profesionales o empresariales.

 - Se dice primero el nombre de la persona de menos edad o rango. A igual rango o edad, se da primero el nombre del hombre, y después el de la mujer. En presentaciones empresariales, se nombra primero al empresario y después al cliente.
        
 - Si la persona es sobradamente conocida, sólo diremos su nombre cuando la presentemos a alguien que no tenga idea de quién se trata (un extranjero, alguien de fuera del círculo social o empresarial de que se trate, …).

 - Se presenta a las personas por su cargo, si lo tienen, y después por su nombre y apellidos.

 - Al presentar a alguien con título nobiliario, la presentación formal es “la Duquesa de Montoro, (Excma. Sra.) Dª. Eugenia Martínez de Irujo”, y la informal “Dª. Eugenia Montoro”, sustituyendo el apellido por el nombre del título.

Hay que saber reaccionar, como hizo S.M. Doña Sofía,
ante saludos espontáneos, o poco correctos.

 - Si presentamos a nuestra propia pareja, lo haremos indicando que lo es. Y si presentamos a un matrimonio, lo tradicional es decir “Señores de” o “Sr. y Sra.” y el apellido del marido. En cambio, considero que la actualización inevitable del protocolo, que debe acompañar a los cambios sociales (aunque no por ello relajarse), hace más aconsejable nombrarlos con sus nombres y apellidos, o bien presentar a uno de ellos añadiendo “y su esposa Dª. Natalia Figueroa” o “y su marido D. Rafael Martos”. Personalmente, me encantaría que pasase a ser norma fija de protocolo el llamar al matrimonio por los apellidos de su descendencia: “los Sres. Martos Figueroa” (aunque soy consciente de que para eso, habría que saber exactamente cómo se ha fijado el orden de apellidos).

 - Para facilitar que entre los recién conocidos fluya la conversación y la naturalidad (recordemos que el objetivo prioritario siempre es que los invitados o nuestros amigos lo pasen bien), haremos notar algo que sepamos que tienen en común, como trabajo, aficiones, centros donde estudiaron, ciudad de residencia, …

Barack Obama hace la reverencia a los Emperadores
de Japón, SS.MM.II. Akihito y Michiko.

 - Si no hemos escuchado bien el nombre de quien nos es presentado, pidamos que se nos repita, a fin de evitar problemas y situaciones embarazosas tipo “Hola, ahora iba a saludarte, pero estaba aquí hablando animadamente con el Sr. … el Sr. … perdone, ¿cómo se llama?”. ¡Horrible!.

   A la hora de saludar, bien a alguien ya conocido, bien a alguien que nos están presentando, lo más correcto es ofrecer la mano, y estrecharla con un gesto determinado (no violento) y firme (no doloroso), pero NUNCA dejando la mano como muerta... es una sensación espantosamente desagradable dar la mano a alguien que no estrecha la nuestra, como si tratara de alguien inerte.

Miguel de la Cuadra-Salcedo besa la mano de Esperanza Aguirre.

   En cuanto a los besos, lo más prudente es reservarlos sólo a momentos en que la otra persona inicia claramente el movimiento de saludarnos así. El saludo universalmente extendido es el de dar la mano, así pues, apostemos sobre seguro. Si se saluda a una dama de venerable edad, de sangre real, o simplemente digna de ello (por motivos del corazón que la razón pueda comprender o no), el hombre podrá besar su mano teniendo en cuenta que la mano enguantada no se besa, y que en realidad el gesto del besamanos consiste en sujetar la mano de la mujer, llevarla a la boca con un ademán simultáneo de inclinar el busto y fingir que se besa o besar el propio pulgar. El anillo de los eclesiásticos, en cambio, sí se besa (consideraciones morales aparte)

   La reverencia es el “non plus ultra” de los saludos, reservada precisamente para las más altas personalidades.  El hombre baja la cabeza a la vez que estrecha la mano, con los pies juntos. La mujer estrecha la mano a la vez que, echando hacia atrás la pierna izquierda, se hace una leve genuflexión manteniendo el contacto visual con la persona saludada. Aconsejo que si no se sabe hacer la reverencia, NO se haga, porque lo que no puede ser es dar un saltito o una patadita al suelo o ridiculeces varias que en todo besamanos se ven. Ahora que da comienzo una nueva legislatura, observen cómo los Diputados y Senadores saludan a Sus Majestades en la ceremonia de su inicio... y deprímanse con total libertad.

De estas dos reverencias a S.M. Isabel II, la de la izquierda, hecha por S.A.R. Carolina de Mónaco es correcta, mientras que la de la derecha, obra de S.A.R. Mette-Marit de Noruega, no.

   Por último, una recomendación de carácter general: cuando saluden, conversen, presenten o escuchen a alguien, háganlo mirando francamente a los ojos de su interlocutor. No pido que traspasen con su mirada o que provoquen miedo o jaqueca por la intensidad de la misma, pero sí que recuerden que pocas cosas son más desagradables que hablar con alguien que está pendiente de otra cosa, o escuchar a alguien que no nos mira a los ojos cuando nos habla... salvo ¡tener que ver alguna que otra reverencia!.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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