domingo, 23 de octubre de 2011

Los siete pecados capitales del invitado.

   Una invitación, ya sea a un evento social, ya a un acto oficial, ya a una sencilla reunión privada, es algo que hay que cuidar primorosamente. En muchas ocasiones el invitado no sabe (o no se molesta, lo que es infinitamente peor) adecuar su conducta a los requisitos que tal condición exige.

   No se trata aquí de hacer un estudio sobre el comportamiento que se ha de tener una vez metidos en harina, que también, sino unas nociones más procedimentales, y referidas en su mayoría al antes y al después, en vez de al durante. He aquí lo que NO ha de hacerse, si se es invitado:

 1- No confirmar asistencia: una vez recibida la invitación ha de dársele pronta respuesta, sobre todo, en consideración al anfitrión. ¡Cuánto se facilitaría el trabajo de quien organiza un evento si se sabe de antemano y de un modo fidedigno el número de asistentes!. Si no nos apetece acudir, daremos la consabida explicación del “compromiso previo”, y si acudimos procuremos indicar número de asistentes y condición de los mismos (es decir, hacer notar si iremos con niños o con personas muy mayores o si alguno de los miembros de nuestro grupo tiene alguna circunstancia que haya de ser tenida en cuenta: silla de ruedas, perro lazarillo, ...)

Olivia Wilde, en la última edición de loa Globos de Oro,
con vestido largo, según la etiqueta requerida.

 2- No respetar lo que se haya dicho en la confirmación: parece absurdo, pero no lo es. ¿Nunca ha pasado que se avisa de que acudirán tres personas y luego sólo aparecen dos o una... o lo que es peor, a la inversa? ¡Desde luego que ocurre! Es frustrante tener organizada una mesa o una fila de asientos y que todo se vaya a tomar viento por la desconsideración de los asistentes, que no se han molestado en advertir, siquiera a última hora, de estas variaciones. De verdad, aunque sea justo antes de salir de casa en dirección al evento o reunión, llamen al anfitrión u organizador para informarle de estas contingencias, porque puede que dé tiempo de proceder a los cambios pertinentes, sabiéndolos con un mínimo de antelación.

 3- Desobedecer a la etiqueta exigida: es un tremendo error no preocuparse por este aspecto. Si el anfitrión no lo hace notar por sí mismo, no teman preguntar “¿Cómo hay que ir vestido? ¿De sport, traje, esmóquin, …?” Por un lado sabrán que acuden acordes con los deseos de vestimenta del anfitrión y, por otro, puede incluso que su pregunta sirva para que éste recuerde que no ha hecho mención alguna a este extremo en las invitaciones, y proceda a subsanar el descuido.

 4- Ser impuntuales: en principio, ha de llegarse a la hora que se nos ha indicado. Pero en eventos más privados (en casa del anfitrión) es incluso preferible llegar con cinco minutos de retraso (más de quince minutos es un retraso que hay que avisar por teléfono directamente al anfitrión, presentándole excusas), para dar tiempo a últimos retoques. Siempre los hay.


El Conejo Blanco de "Alicia en el País de las Maravillas" (1951), impuntual de cuento.


 5- Exigir deferencias inmerecidas: es muy común que un invitado quiera sentarse en un sitio mejor del que le corresponde o que alguien, que ha llegado tarde, se enfade porque no se le ha esperado para dar comienzo al ágape o ceremonia. Estos y otros casos de análoga naturaleza son ab-so-lu-ta-men-te imperdonables. Y, en la medida de los posible, quien los cometa quedará automáticamente excluido de ese evento y de otros que organice ese anfitrión a futuro.

 6- Traer bebida o comida sin avisar: el tema de los regalos es un capítulo aparte, pero digamos aquí que si el anfitrión ha encargado o cocinado los alimentos a degustar, postres incluidos, y ha adquirido bebidas que considera apropiadas para esa comida, sólo en caso de extrema confianza traeremos un plato o licor que el anfitrión sabe que traeremos, si así se ha pactado en una conversación previa. En cualquier caso, el obsequio se lo entregaremos al anfitrión en privado, no delante de los demás invitados (que no han traído nada).

 7- No agradecer la invitación: tanto si se declina como si no, ha de agradecerse que el organizador haya pensado en nosotros. Si, a mayores, hemos acudido y disfrutado de la reunión o acto, en los días siguientes remitiremos una nota o llamaremos para agradecer la invitación y felicitar nuevamente (cuando nos hemos despedido del anfitrión al terminar la reunión también lo habremos hecho) la organización del acto. Este sí es buen momento para regalar una botella de licor o unas flores, acompañando la misiva de agradecimiento.

Un sencillo ramo de flores, un buen agradecimiento.

   Así pues, son reglas fáciles de cumplir que no debemos ver como un engorro, sino como algo que facilita la labor del anfitrión, y además asegurarnos un buen nombre social u oficial, consiguiendo que se nos reconozca como personas respetuosas y serias, y sin necesidad de realizar mayores proezas ni dispendios.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

sábado, 22 de octubre de 2011

Premios Príncipe de Asturias: una crónica distinta.



   Ayer se celebró uno de los eventos anuales de mayor solemnidad y trascendencia de cuantos tienen lugar en el reino: la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias 2011. Y hoy todos los medios de comunicación se han hecho eco de lo que aconteció en el Teatro Campoamor de Oviedo: contenido de los discursos, emotividad en los premiados, y alguna que otra anécdota. Sin duda los motivos por que se conceden los premios a cada uno de los galardonados son de máxima importancia y consideración, y las palabras que muy cuidadosamente fueron escogidas para pronunciarse en las intervenciones son dignas de salientar y celebrar.


Los reales... y tangibles, Premios Príncipe de Asturias.


   Pero cada cual habla de lo que le importa. Con la conciencia tranquila sabiendo que estos temas serán sobradamente tratados y tenidos en lo que valen, y dando riguroso cumplimiento al dicho “Cada loco con su tema”, procederé a resaltar los aspectos protocolarios del evento.

   En primer lugar, se produjo un trayecto en caravana desde el Hotel “Reconquista” hasta el teatro, de traslado de los premiados. Cada uno de ellos (o su grupo, si son varios premiados en una misma categoría) accedió a la explanada frente al teatro, desde el coche y por la alfombra azul, color emblema de la Fundación, llegó a la puerta principal, donde fue recibido y saludado por el Presidente de la Fundación, D. Matías Rodríguez Inciarte, y la Directora de la misma, Dª Teresa Sanjurjo, de quien debo decir que tiene una compostura y una elegancia envidiables. Como nota curiosa, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Sr. Leonard Cohen, obsequió a su llegada a Presidente y Directora con sendas reverencias, como si de los propios Príncipes se tratase.

Foto de familia de los premiados con los Príncipes.


   La caravana siguiente fue la que trasladó a S.M. Dª Sofía y a SS.AA.RR. hasta el teatro. Se distinguía perfectamente quién ocupaba cada vehículo: la Reina iba en un coche con matrícula peculiar (una corona, como siempre, en vez de identificación alfanumérica) y los Príncipes en el siguiente, con idéntica matrícula, pero además con un distintivo, un banderín del lado derecho, con la enseña asturiana. Como excepción, S.M. y S.A.R. D. Felipe descendieron por el lado izquierdo del coche, por ser el más próximo a la entrada (a la inversa de los premiados, que descendieron por el lado derecho), estando el vehículo de la Reina más próximo a la entrada que el de los Príncipes, como es lógico.

Su Majestad y Sus Altezas Reales, a la entrada del teatro.

   En la puerta del teatro, Reina y Príncipes fueron recibidos por el Presidente de la Fundación y por el Excmo. Sr. Alcalde de Oviedo. Ya en el vestíbulo, la recepción y saludo fue por la Directora de la Fundación y por el Excmo. Sr. Presidente del Principado. Tras unas breves palabras, Su Majestad se despidió de su hijo con un gesto (que estuvo francamente divertido) y se encaminó hasta el palco real. En cuanto accedió al mismo, fue obsequiada con una gran ovación por parte de los asistentes. Y acto seguido, detrás de una pareja de maceros, hicieron su entrada los componentes de la mesa presidencial, es decir, SS.AA.RR., el Presidente del Principado y el Presidente de la Fundación. Al subir al escenario, ambos Príncipes reverenciaron a la Reina, aunque ignoro por qué Dª Letizia bajó la mirada y retrasó la pierna derecha en vez de la izquierda.

Los representantes de la Royal Society,
intentando chocarse la mano, casi se abofetean mutuamente.
 


   Por citar a la fuente más fidedigna de todas en este caso, la Fundación Príncipe de Asturias establece en su página digital “www.fpa.es” lo siguiente respecto a la ubicación en el salón y escenario del teatro:

El departamento de protocolo de la Fundación designa la ubicación de las distintas personalidades que ocupan el escenario. La mesa presidencial, desde el matrimonio de Su Alteza Real el Príncipe Felipe en 2004, está ocupada por SS.AA.RR. los Príncipes de Asturias. A la derecha, el Presidente del Principado de Asturias, Don Francisco Álvarez-Cascos Fernández y a la izquierda, el Presidente de la Fundación, Don Matías Rodríguez Inciarte. Las banderas de España, del Principado de Asturias y de la Unión Europea escoltan ambos lados de la mesa. S.M. la Reina Doña Sofía suele presenciar la ceremonia desde el palco real, en el primer piso del teatro. A la izquierda del escenario se sitúan los galardonados y tras ellos, las banderas de sus países de procedencia. A la derecha, diversos miembros de la Fundación, presidentes de los distintos jurados, embajadores en España de los países de origen de los galardonados, ministros del Gobierno, anteriores galardonados y otras autoridades. También a la derecha y al fondo está la tribuna de prensa, preparada para que los reporteros gráficos de los distintos medios de comunicación puedan plasmar los momentos más destacados del acto.”

Vista general del teatro.

   Cuando los miembros de la mesa ocupan su puesto, la Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo interpreta el himno nacional, todos en pie. A continuación “hacen su entrada los galardonados a los compases de la obra "Two ayres for cornetts and sagbuts", del compositor británico John Adson, interpretada en directo por un conjunto musical integrado por ocho instrumentos de viento metal” . Los premiados, al subir al escenario, se giran para saludar a S.M. y, una vez han saludado al Príncipe, toman asiento. Una vez situados todos en sus lugares, S.A.R. abre el acto y cede la palabra al Presidente de la Fundación. Tras la intervención de éste, tiene lugar un discurso a cargo de uno de los premiados, en este caso, el Sr. Leonard Cohen. Después tuvo lugar la entrega de premios, actuando de relatora Dª Elena Ruiz, de la Fundación, que introdujo a cada galardonado con un breve resumen del acta de concesión del premio.


Leonard Cohen saludando a Su Majestad.


   El recorrido de los premiados es: se dirigen a S.A.R. y recogen el diploma de concesión, se giran y encaminan al final del escenario, donde saludan a Su Majestad en palco, al público, y vuelven a su sitio. Cuando son varios en una misma categoría, todos esperan de frente a la mesa presidencial a que el último de ellos recoja el diploma de manos de S.A.R.

   Tras los tres discursos de agradecimiento a cargo de tres galardonados, como es tradición, Su Alteza cerró el acto con su intervención desde atril, volvió a la mesa y de pie, clausuró la ceremonia e hizo convocatoria de los siguientes Premios. La Banda de Gaitas interpretó el himno asturiano con el público en pie.


Tras el atril se observan los premios. Además al haber tres banderas,
la enseña asturiana siempre es enfocada. De haber habido sólo
bandera española y asturiana, habría sido la española la más visible.

   Los premiados se retiraron por el pasillo, flanqueados por los gaiteros, quienes los siguieron hasta la salida. Posteriormente, abandonaron el salón SS.AA.RR., precedidos nuevamente de los maceros y seguidos de las demás autoridades. En el vestíbulo, esperaron hasta que Su Majestad descendió del palco, donde se mantuvo hasta que ellos abandonaron el salón. Salieron al exterior, donde la banda los recibe formados y tocando y, tras acceder a sus vehículos, se dirigieron al Hotel Reconquista, donde los premiados ya se encontraban.

   En definitiva, un perfecto desarrollo y una justa solemnidad de un evento de complejidad y relevancia indudables y que, pese a ello, no duró mucho más de 90 minutos. El transcurso de la ceremonia por su fluidez, demuestra lo fantástico del equipo de protocolo, calificable de “invisible”, tomando las palabras de mi admirada Isabel Amaral, que no es poco.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

jueves, 20 de octubre de 2011

La naturalidad: esa gran desconocida

   Muchas veces oigo que una actitud informal es lo más elegante. Otras tantas, que el protocolo es algo rígido, inflexible, que resta naturalidad. Tanto una como otra me producen jaqueca, por extremistas, parciales y, en definitiva, incorrectas.

    ¿Cuántas veces nos encontramos con personas tiesas... y siesas, que mantienen una pose de permanente rictus facial acompañada de una manía por mantener la barbilla en ángulo de 90º respecto al cuello? Generalmente, estos especímenes hablan como si tuviesen los carrillos hinchados o una lesión ósea o muscular que les impidiera mover la mandíbula con normalidad. Veredicto: no son naturales... y no son elegantes (aunque así lo crean, o incluso puedan hacer que lo piensen quienes les rodean).

Nicki Minaj, la última polemista estética del mundo musical, lo opuesto a la naturalidad.

   Por otra banda, no es menos frecuente toparse con personas que, bajo un halo de pretendida campechanía, incurren... mejor dicho, irrumpen en la más extrema chabacanería. Una cosa es relajar las formas, lo cual ha de hacerse con conocimiento de causa y, sobre todo, de la concurrencia, y otra muy distinta obviar las más elementales normas de conducta y lo más básicos modales. Veredicto: tampoco son naturales, sino vulgares.

   Para ilustrar un poco el tema, recuerden cuando aprendieron a montar en bicicleta o a escribir. Ya era natural para Uds. comunicarse, podían transmitir mensajes oralmente e incluso por señas. Escribir no era lo natural, lo innato, pero en cambio el aprender a hacerlo no restó espontaneidad a su modo de expresarse, ¿no es cierto?. Y, desde luego, podían desplazarse sin necesidad de bicicletas, simplemente caminando. Mas el hecho de ampliar esos conocimientos motrices no mermó su facilidad para andar.

Óscar Wilde, famoso por su pedantería y remilgada actitud.

   Del mismo modo, la reticencia a aprender normas protocolarias so pretexto de que hará perder sinceridad o naturalidad es totalmente infundada, al igual que convertir el protocolo en algo que encorseta, que rigurosamente nos limita. Pensemos en una cosa muy sencilla: masticar los alimentos. Unos lo hacen de un modo grotesco, voraz, abriendo la boca o cargando exageradamente el tenedor. Otros, en cambio, mastican de un modo casi imperceptible e ingieren pedazos microscópicos, creyendo que con ello ganan distinción y elegancia. ¡Erróneas las dos! Alguien que pinche un trozo medio de carne o verdura, lo ingiera y lo mastique con normalidad y la boca cerrada (sin poner morritos) será el más elegante, el más natural y el más estiloso.
  
   Si además coincide que tenemos un don natural para hacer las cosas de un modo limpio, cadencioso, dinámico, casi melodioso, mejor que mejor. Si no, bueno... no todos podemos ser iguales, y bastará con hacer las cosas bien, aunque no sea de una grácil y majestuosa forma. Lo más importante es comportarse, sin excesiva relajación en las formas ni exagerada preocupación por los gestos y modales... sólo comportarse. Y no es tan difícil, créanme. Lo digo de muy buena fe.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El protocolo al servicio del “autohomenaje”.

   Imaginen una profesora dando clase. Sabe qué colores utilizar en la pizarra de modo que los estudiantes puedan leer lo que escriba en ella sin dejarse la vista en el intento. Incluso sabe que, alternando colores, la lección se convierte en más amena y más fácilmente asumible por los alumnos.

   Ahora imaginen a una responsable en protocolo decidiendo la ubicación de los asistentes a un acto. Sabe el puesto que ocupa cada uno con respecto a los demás, aplicando la precedencia. Incluso sabe quién debe estar sentado en mesa presidencial y quién en primera fila, y quién debe intervenir en el transcurso del acto y quién no debe tener turno de palabra.

   Cada una en su campo desempeña su trabajo de un modo profesional, atendiendo a los criterios de su oficio, a lo que ha aprendido al respecto (ya en la Facultad, ya de otros veteranos que guiaron sus prácticas, etc.) y buscando siempre un resultado satisfactorio del desempeño de sus funciones.

Acto de apertura del curso académico en el
Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid.

   Pero supongan que la profesora de repente asiste horrorizada a la instalación en su aula de una pizarra roja en la que sólo puede escribir con tiza blanca, o bien que por una circular del responsable de educación, sólo podrá haber folios azules para que los alumnos escriban, estudien y se examinen, y que esté prohibido el uso, siquiera enfático, de tinta roja.

   Uds. pensarán “¡Menuda bobada! Eso no se lo pueden hacer a una profesora”... y yo les diré... puede que no... a una profesora. Pero... ¿y a la responsable de protocolo? Les confieso que, por desgracia, los técnicos de protocolo tienen que luchar con eso todos los días.

   Quien se dedica al ceremonial en los eventos, comprueba para su desdicha que las reglas que ha estudiado y que incluso se consagran normativamente pueden resultar inaplicables según el interés político o económico que afecte al evento. Es verdaderamente frustrante que un profesional no pueda poner en práctica sus conocimientos y su destreza por el simple y llano motivo de que gobierne este partido en vez de aquel otro, o de que la subvención la concedió tal órgano en vez de tal otro, regidos por fuerzas políticas distintas.

   De hecho, los símbolos también cambian, y donde antes se ponía el sello o el emblema de la Alcaldía de un Municipio, hoy proliferan los casos de duplicación de sellos: el de la Alcaldía y el de la Tenencia de Alcaldía, haciendo notar que el Alcalde gobierna en coalición y que el Teniente de Alcalde es del partido aliado. 

Estatua de Isabel I y Cristóbal Colón, en Granada.

   Y otras veces, un acto que tendría que ser estrictamente académico regido por este específico ceremonial, en el cual estuviese previsto un puesto de honor para las autoridades políticas (que representan a las Administraciones que “de modo altruista” colaboran pecuniariamente con el centro educativo), se transforman en actos híbridos que acaban consistiendo en un adulador homenaje a las autoridades políticas bajo el disfraz de un evento académico.

   El propio protocolo de los eventos prevé ubicaciones específicas para reconocer estas especiales actitudes meritorias de colaboración o apoyo a una causa. Pero patrocinar no implica subrogarse en el papel del protagonista. Pese a que S.M. la Reina Isabel de Castilla sufragó el viaje, no por eso hay que olvidar que el verdadero descubridor de América fue Colón, ¿no es cierto?... pues igualmente ocurre en estos casos: si se está ocupando un puesto político o si se conceden cantidades de dinero a una institución o proyecto, evitemos actitudes imperativas, narcisistas o engreimientos que hagan olvidar la generosidad de una coalición política de respaldo a una candidatura más votada que la propia o de una aportación de medios o cuantías a una investigación o entidad.

   Si hacemos las cosas porque queremos, o porque nos conviene, o porque otro nos obliga, no importunemos por ello al beneficiario. Bastante agradecido estará y ya hará saber de nuestra colaboración a los que traten con él o asistan a sus eventos. De lo contrario, seríamos como esas personas grotescas y abofeteables que llegan a nuestra casa y hacen público inventario de las cosas que nos han regalado, delante de los demás invitados, sin darnos opción a que seamos nosotros quienes les honremos.

"Jura de Santa Gadea", por Amando Mendocal (1889)

   Y, aunque es sabido que el protocolo está muy politizado, no fomentemos esa utilización perniciosa de las normas del ceremonial para fines de hedonista complacencia de los cargos, ya que ocupan precisamente esos cargos gracias a, por y para otros: ¡nosotros!.

   Homenaje y gratitud, sí, sin duda, es lo propio, pero sin rizar el rizo, porque lo próximo será volver al juramento de vasallaje del Medievo... cosa bastante posible, por otra parte,... ¿acaso no dicen que la Historia es cíclica?.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

domingo, 16 de octubre de 2011

Timoratos y tiralevistas, absténgase.

   De algún modo, la elegancia se puede definir como una vía de exteriorización de una personalidad dotada de autoestima, seguridad y cierto grado de cultura. Sin duda, alguien que sabe cómo llevar un chaqué, cómo responder a las preguntas que se le formulen, cómo caminar con tacones,  cómo saludar, cómo comportarse en la mesa, o tratar temas interesantes,  gozará de una ventaja con respecto a quienes no tengan esos dones y tiene mayores posibilidades de ser calificado de “interesante”, “elegante” o directamente “un encanto de persona”.

   Sin embargo, en el extremo opuesto estarán los que, por ser así su personalidad o por fingir unas virtudes de las que se carece, se muestran dubitativos, inseguros, indecisos o exageradamente humildes. Esta gente incapaz de responder con un sencillo monosílabo a preguntas directas me resulta exasperante.

La protagonista de "Rebecca", oscarizado film de Hitchcock, a quien da vida Joan Fontaine,
es desquiciante por su inseguridad y  su desmesurado miedo a todo.

   Me explico. La humildad es “per se” una virtud impagable, que todos deberíamos practicar o, al menos, procurar. De hecho, una persona nunca será realmente elegante si mantiene una actitud altiva o elitista. Pero no me refiero a esta humildad veraz, sino a una falsa modestia o a una pretendida servicialidad que en realidad no existe.

   Pongamos un ejemplo. Un amigo nuestro tiene que acudir a una cita y le preguntamos “¿Quieres que vaya contigo?”. En función de su respuesta sabremos cómo es nuestro amigo. Si contesta con un “no, gracias” o con un “me harías un gran favor, sí” debemos calificarle como una persona que nos respeta, y que, sin insultar nuestra inteligencia, nos trata con franqueza. Si responde un “no sé... como veas... no hace falta, pero si te apetece” primero podremos indignarnos (de hecho, lo hago... es superior a mis fuerzas) y luego concluir que, o nos está tratando con condescendencia o paternalismo, en caso de que quiera ir solo, o que pretende disimular el favor que nos pide, en caso de que quiera que le acompañemos.

   Veamos la situación a la inversa. Nosotros tenemos que acudir a un lugar y el otro nos pregunta si queremos que nos acompañe. Nosotros, como personas firmes y elegantes contestaremos a la pregunta y si el otro insiste “yo, como quieras, ya te digo... según te parezca” podremos indignarnos (de hecho, sigue siendo superior a mis fuerzas) y concluir que, o quiere venir aunque no se atreve a decirlo, en caso de que hayamos declinado amablemente su ofrecimiento, o que esa generosa ayuda fue brindada virtual y figuradamente sólo por quedar bien, en caso de que hayamos aceptado agradecidos que venga.

El espejo mágico de "Blancanieves", paradigma infantil
de que la adulación no ha de ser contraria a la verdad.

   En cualquier caso, la opinión que nos ha de merecer esa persona es negativa. Si se trata de una persona con muy baja autoestima, habrá de darnos lástima; y si es una persona fingida e hipócrita, habrá de darnos miedo... pueden llegar a ser personas intensamente peligrosas. NUNCA se fíen de quien da demasiadas explicaciones o excusas, y aléjense de personas así.

   Otra manía que hemos de desterrar (de una vez para siempre, encarecidamente lo pido) es la de ser anfitriones con vocación de “abuela universal”. Es francamente molesto y extenuante tener que lidiar con personas que no cejan en su empeño de que tomemos la quinta taza de café, o el cuarto trozo de pastel, ¿a que sí?. Pero, por justicia, y para llevarme la contraria en cuanto al término acuñado, diré que por una vez fue precisamente la abuela la que puso freno a la insistencia de su nieta, que repetía como un disco rayado “venga, una tacita de café, abuela, que te sentará bien”, a lo que la venerable señora respondió, tras agotar su paciencia, un categórico “niña, ¿eres tonta?... te he dicho YA que NO... gracias”, provocando un breve silencio  seguido de contenidas carcajadas (bueno... algunas no tan contenidas). Declaro mi admiración absoluta por esa señora, suegra de una querida vecina. Fantástica.

Un buen retrato de la hipocresía.

   Todo ello no indica que sólo los inflexibles sean elegantes, o que una actitud férrea encierre la única manera de alcanzar un elevado nivel de distinción o clase. Nada de eso. Pero sí que una actitud excesivamente servil o una forma de actuar dubitativa dará al traste con cualquier intento de destacar en dichas virtudes, porque para ser elegante, ante todo hay que ser coherente y simple... y estas costumbres eliminan cualquier vestigio de sencillez, tanto en las comunicaciones como en las personas en sí.

   Como siempre, en el medio esta la virtud.

viernes, 14 de octubre de 2011

Una tradición a incumplir

   Yo, que siempre abogo (y seguiré haciéndolo) por el respeto a las tradiciones, por el escrupuloso cumplimiento de conductas que reflejen los valores históricos, culturales y morales de un pueblo, me complazco declarando mi absoluta disconformidad y repulsa a una de esas tradiciones que, aunque de las más antiguas, considero también de las más deleznables e indeseables, aunque las hay peores, por desgracia. Me refiero al “nepotismo”.

   Definamos ante todo el concepto. Considero humano, sentimental e incluso, con sinceridad, lógico que optemos por encargar un trabajo o adjudicar un puesto a la persona con la que tengamos una mayor relación, si de nosotros depende. Es decir, pudiendo asignar un empleo a una persona conocida o incluso apreciada, es lógico que así lo hagamos.

El Papa Alejandro VI llegó al papado gracias a haber sido cardenal por obra de su tío Calixto III.

   Pero han de hacerse dos matizaciones MUY importantes al respecto:

   1.- Deben tenerse siempre presentes los consabidos principios de mérito y capacidad, que incluso constitucionalmente se consagran como determinantes del acceso a la función pública (art. 103). Por tanto, esa elección subjetiva y tendenciosa  únicamente es posible entre postulantes con iguales aptitudes, ante casos de preparación o experiencia similares. Si, para más inri, la tarea se sufraga con fondos públicos, mayor habrá de ser el cuidado a la hora de ocupar una plaza.

   2.- Ha de pergeñarse un sistema de control veraz y objetivo. Si la persona contratada demuestra en su “iter” su ineptitud para el puesto, pese a que que en un primer momento pareciera ser un profesional, además de un familiar o amigo al que nos satisface ayudar, debemos proceder a su sustitución. Y esto es así.

   Pues bien, estas dos premisas que sorprenden por su aplastante lógica y por su indubitada coherencia, rara vez se cumplen.

   En el ámbito privado, donde la eficiencia -conseguir los mayores objetivos con el menor gasto posible- es crucial para la mera supervivencia de la empresa, sólo los directivos o gerentes con estrechez de miras dejan su futuro económico o la reputación y buen nombre de la corporación en manos de alguien incompetente. En cambio, el personal de confianza que se contrata en la Administración sin procedimiento competitivo alguno y que se remunera con fondos del Erario público, en incontables ocasiones demuestra una manifiesta nulidad para el puesto. Lo mismo sucede con empresas o agencias de eventos que son contratadas con fondos de las arcas porque son de un amigo del contratante.

Viñeta del dibunante y humorista Forges sobre este tema.

   Por otro lado, me encantaría saber si el Alto Cargo de una Administración Pública que no duda en encargar puestos de relaciones públicas, comunicación y protocolo a su primo segundo, licenciado en Veterinaria (rama del saber claramente distinta y distante), tendría igual despreocupación si el responsable de extirparle el apéndice fuese un licenciado en Periodismo o Filología (ídem). ¿Se imaginan la total calma y seguridad de ese preclaro político tumbado en la camilla escuchando cómo su “cirujano” le relata con todo lujo de datos y referencias la etimología de la palabra “bisturí” mientras observa que va a practicar la incisión en el lado opuesto del abdomen? Obviamente, ¡no!. Pues, sin embargo no existe ese especial celo en el primer caso, y ello es debido, con total certeza, a que la labor de relaciones institucionales y ceremonial es tenida en menos, en segundo plano... hasta que las cosas salen mal y la prensa así lo refleja, ya que en ese momento empieza una encarnizada lucha por decapitar al culpable. Yo declaro ya quién es el culpable: el inepto que contrató o promocionó a un “amigo” más inepto aún, en detrimento de un “no amigo” preparado.

   Y así nos va. Que aparecen banderas colocadas como por sorteo, invitaciones que se cursan a la atención de “Sr. Obispo y Sra.”, anfitriones políticos que van a su acto oficial de mañana vestidos con traje entallado de lamé ocre y corbata plateada, parálisis y perplejidad del organizador ante el más mínimo imprevisto, visitas organizadas a cierta distancia del lugar del evento sin que se reserve un medio de transporte de regreso de los invitados, actos de entrega de méritos donde sólo se ha imprimido la mitad de los diplomas acreditativos de la distinción, discusiones “in situ” sobre la mejor o peor ubicación de un asistente (que suele ser el que ha procurado su fácil e injusta entrada en el órgano administrativo), o actos donde se deja solo al invitado de honor para ir a charlar con el amigo. Todos estos ejemplos, si bien son reales, a mi modo de ver no deben generar bochorno en la profesión, porque los que los han perpetrado (único término aplicable a estos despropósitos) NO son profesionales “stricto sensu”.

José Bonaparte, nombrado Rey de España por su hermano Napoleón.

   En resumen, si bien es comprensible que alguien quiera beneficiar a su pariente hasta el quinto grado por consanguinidad o afinidad, o a un amigo querido o una  compañera de fatigas de la Facultad, no podemos cegarnos: eso sólo será posible cuando una mayor formación de los demás candidatos no impida esa predilección. No seamos como Napoleón nombrando Rey a uno más ducho en vaciar las bodegas de vino español que en reinar siquiera sobre los dueños de esas bodegas.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

viernes, 7 de octubre de 2011

El "desprotocolo" de los Municipios.

   Novedades que acaecen a mi alrededor denotan una realidad que dudo si calificar de notable, o simplemente de indeseable. Los actos en los Municipios, salvo puntuales menciones en la normativa estatal, dependen exclusivamente, en su protocolo y organización, de la destreza y habilidad del técnico de protocolo local a la sazón, o bien de la eficiencia e interés de la corporación que decida dictar un reglamento u ordenanza de precedencia de sus autoridades específicas.

   A tenor del artículo del artículo 5.2 del Real Decreto 2099/1983, los actos oficiales que organizan las entidades locales son actos de carácter general en los que “la precedencia se determinará, prelativamente, de acuerdo con lo dispuesto en el presente Ordenamiento, por su normativa propia y, en su caso, por la tradición o costumbre inveterada del lugar”. Así pues, hemos de acudir primero a las pautas que consigna el Real Decreto. Y de un estudio del articulado de dicho cuerpo legal concluimos que la regulación del protocolo de las autoridades municipales es prácticamente inexistente: sólo se menciona la ubicación del Alcalde y de los Tenientes de Alcalde. Nada más. Aquí empieza la segunda fase, totalmente creativa, de establecimiento de una ordenación de dichas autoridades.

Sello con una representación de "El Alcalde de Zalamea", de Calderón de la Barca.
   A este respecto, ¿irán antes los Concejales que el Juez Decano? ¿Tendrá mayor precedencia el Juez de Paz que el Secretario de la corporación? ¿El Tesorero tendrá un lugar más relevante que el Director del Instituto de Secundaria? Y este Director ¿ocupará un mejor lugar que el segundo de la Policía Local (el primero, es el Alcalde)? ¿Y si hay un Ateneo o Teatro, o un Museo, qué precedencia corresponderá a sus Directores o Gerentes?

Antigua imagen de la Plaza de Armas y Palacio Consistorial
del Excmo. Ayuntamiento de Ferrol.
    Es obvio que, acudiendo al Real Decreto, todas estas respuestas quedarán sin respuesta. Y ya no entremos en qué lugar ha de darse al Obispo residente en la ciudad, o a un Académico natural del municipio, o a un Comisario europeo que acude a un acto de hermanamiento con un municipio de otro país comunitario. Por rizar el rizo, pensemos qué puesto podría reclamar un condecorado con la Medalla de Oro del propio Ayuntamiento, o alguien que haya sido nombrado Hijo Preclaro, o Predilecto, o Adoptivo de la villa o pueblo.
  
   Como puede comprobarse, dista mucho de estar solucionada cualquier contingencia relativa a las autoridades o personalidades asistentes a un evento municipal de diversa magnitud y relevancia. Y es por eso que se hace tan necesaria la regulación de estos extremos, lo que requiere el compromiso y voluntad de la corporación, que, no obstante, encontrará graves obstáculos al hacerlo, dado lo politizado que está el tema. Por ejemplo, cualquier norma reglamentaria local que ubique a un Juez o a un cargo de la Guardia Civil o Policía Nacional o Autonómica sería tachado de ilegal, por vulnerar el reparto de competencias entre el ente local y el Estado o la Comunidad Autonómica.

Salón de Plenos del Excmo. Ayuntamiento de Madrid.
   En conclusión, dada la enorme dificultad de llegar a un acuerdo concreto sobre este asunto, habremos de respetar más la labor del protocolista municipal. No será necesario una norma que contemple todos y cada uno de los posibles asistentes, pero la regulación actual es muy pobre, incompleta y, desgraciadamente, no parece que vaya a cambiar. Si no es posible un reglamento de precedencias municipal, al menos tengamos mente abierta y comprendiendo que quienes organizan un acto local carecen de herramientas adecuadas para hacerlo, no seamos quisquillosos al respecto.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

martes, 4 de octubre de 2011

“Downton Abbey”, te necesitábamos.

   Ahora que está comenzando su segunda temporada, quiero cantar las virtudes de esta fantástica serie, en todos sus aspectos: no sólo la técnica (visual, sonora, decorados, atuendos, …), no sólo el contexto (excelente rigor histórico, inmejorable asesoramiento protocolario, …), sino, sobre todo, en contenido (ágiles e intensos guiones a partes iguales, y los valores que transmite).

Imagen promocional de la serie.

   Intentaré comentar lo positivo -no encuentro lo negativo, aunque puede que lo haya- de esta ficción, sin arruinar o adelantar los giros del argumento a quien no la haya visto todavía (si es así, pongan remedio inmediatamente y comiencen a disfrutarla).

   Ceremonial y protocolo.- es de un rigor incuestionable, no en vano han contado con el asesoramiento de un experto en protocolo acostumbrado a prestar servicios a la nobleza y realeza británicas. Impresiona ver los detalles, los tratamientos, las exigencias (la mesa la atienden los lacayos, no las doncellas), la ubicación en la mesa,  la diferencia entre mayordomo, ayuda de cámara, lacayo, etc. Para una mejor aprehensión de estos asuntos, lo mejor es no perder nunca de vista al Sr. Carson, el mayordomo, que vive por y para que todo se haga bien y conforme a las reglas. Siento especial debilidad y ternura por este personaje: la corrección llevada al extremo... literalmente.

Una de las majestuosas cenas en Downton Abbey.

   Legislación y política.- retrata con total honestidad la posición injustificadamente inferior de la mujer, a principios del siglo XX (anteayer, como quien dice), que ni siquiera puede votar o heredar el patrimonio de su padre en detrimento de un familiar lejano. No obstante, las hijas de los Condes demuestran sus inquietudes, sus ganas de independencia y su interés por resultar mujeres útiles, y no meras anfitrionas o “personalidades sociales”.  Y no hay que olvidar que bebe de la emblemática “Arriba y abajo” (en inglés, “Upstairs, Downstairs”) y su reflejo de la diferencia de clases que, aunque muy atenuada por las buenas relaciones entre patrones y empleados, también queda patente.

   Elitismo.- la Condesa Viuda, la impagable y majestuosa Maggie Smith, muestra desprecio por casi todos los demás, incluida su nuera, que pese a haber aportado una inmensa fortuna económica al patrimonio familiar y ser una más que digna sucesora en el título de Lady Grantham, no ha conseguido que la matriarca olvide sus innobles orígenes (es norteamericana, y la suegra lo ve como un insalvable defecto). También se advierte cierta actitud, deplorable, a la hora de buscar marido a las chicas casaderas de la familia, puesto que importa sólo la posición social y/o económica del prometido, mucho más que su edad o sus aptitudes maritales. Por otra parte, la reputación familiar e individual de cada miembro del clan son asuntos de primordial trascendencia, y su defensa puede llevar a actitudes o decisiones en otro caso ilógicas o exageradas.

Maggie Smith, inmensa actriz que da vida a la Condesa Viuda

   Valores.- tanto por parte de los aristocráticos dueños como de gran parte del servicio doméstico, se hace gala a lo largo de los episodios, de una lealtad y una honestidad más allá de toda duda. La generosidad entre compañeros, el respeto al trabajo ajeno (preciosa lección que imparte Lord Grantham a su heredero, el Sr. Crawley), la honestidad contrapuesta a la envidia que reina no sólo entre criados, sino también entre hermanas, y la humildad que debe regir en cualquier relación (horizontal o vertical) son eje del entramado de los guiones. A este respecto, la figura del Sr. Bates es ejemplar, sobre todo si la entendemos como némesis de “los deleznables”: la doncella de la Condesa y el lacayo Thomas.

El Sr. Carson, mayordomo de la mansión, junto a William, segundo lacayo.

   Amor y cariño.- es determinante en las relaciones paternofiliales, pero también a la hora de examinar el trato que hay entre señores y empleados (preciosa escena en la que el Sr. Carson reconoce a Lady Mary que el servicio también tiene favoritos, y la complicidad que surge entre ellos desde entonces), y entre contrayentes, que no todos los matrimonios habrán de ser concertados, sino que, a veces, hay verdadera voluntad de contraerlos (¡menos mal!).

El Sr. Carson consuela y asesora a Lady Mary

   Lenguaje y diálogos.- me complazco especialmente con este aspecto. Es una maravilla escuchar esos respetuosos comentarios, esa manera distinguida e impecable de insultarse (en esto, la luchas dialécticas de la Condesa Viuda con su nuera y con la madre del heredero son proverbiales), el modo sutil de declarar intenciones positivas o negativas... De hecho, aplaudo la labor del equipo de doblaje en español. He visto capítulos en versión original y en versión doblada, y, cosa rara, prefiero esta última, porque la encuentro más útil a la hora de mejorar nuestro lenguaje, tan rico en matices y sinónimos, cuya elegancia y cadencia se van perdiendo de un modo alarmante, preocupante, deprimente.

   Recomiendo de forma rotunda y entusiasta esta serie que demuestra perfectamente la etapa histórica que enmarca la trama, las costumbres a la sazón, y el poder de la elegancia y la distinción, se esté arriba o abajo. Y todo ello sin caer en el empalago melindroso de otras ficciones de época.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

lunes, 3 de octubre de 2011

La etiqueta en los ritos religiosos.

   “Ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal”. Así declara el artículo 16.3 de nuestra Constitución la aconfesionalidad del Reino español. No obstante, los actos sociales tienen en muchos casos lugar en una iglesia, capilla, ermita, … y hay unas normas que respetar al respecto.

   Advertencia obligada es la de que no pretendo sentar bases fundametalistas de cómo entrar en un recinto consagrado cristiano. Si al párroco a la sazón no le importa, menos me va a importar a mí. No quiero ser “más papista que el Papa”, nunca mejor traído el dicho. Simplemente me limitaré a aconsejar o recomendar las pautas de indumentaria en estos casos. Y distinguiremos así por prendas:

Rosetón y vidrieras catedralicios

1)   Calzado. Se supone que los caballeros no deben acudir en sandalias sino siempre con calzado cerrado. Las señoras no deben usar zapatillas deportivas.
2)   Falda. Se intentará en la medida de lo posible que el largo alcance la rodilla o un dedo por encima de ésta... como poco. Las rajas, dejémoslas para el melón y la sandía.
3)   Pantalón. Deberán ser pantalones largos, hasta el pie. Nunca bermudas y preferentemente, tampoco piratas (por debajo de la rodilla).
4)   Camisa. Abrochada hasta el segundo botón, como mínimo.
5)   Camisetas o blusas. Deberán cubrir los hombros, no tener un escote excesivo ni dejar sin tapar el vientre u ombligo. En cuanto a las camisetas de manga sisa... debieran prohibirse por ley, directamente. No he visto a nadie que le queden bien. Repito, a nadie.
6)   Vestidos. Además de cumplir lo previsto para faldas y blusas, se supone que no deben tener transparencias, ni ser excesivamente ceñidos.
7)   Sombreros o tocados. Si bien el caballero habrá de descubrirse SIEMPRE al entrar y permanecer en el recinto, las señoras podrán portar pamelas, sombreros o velos. De hecho, hasta hace relativamente poco, era obligatorio que la mujer se cubriese en el templo.

Imagen de los años 50 en la que se observa cómo
ellas se cubren con velos y ellos se descubren en Misa

   No es de forzoso cumplimiento, ya ha quedado claro, pero sí muestra respeto acudir debidamente vestido. No es lógico ir como una novicia o como un monje benedictino, pero tampoco cuesta tanto amoldarse por un día a estas pequeñas reglas. Bastante cascarrabias son algunos sacerdotes ya... ¡no les demos más motivos!

   Como siempre, en el medio está la virtud.