sábado, 28 de julio de 2012

Londres se marca un triple


   Anoche, Londres se convirtió, oficial y definitivamente, en la primera sede olímpica triple, es decir, la primera ciudad en albergar por tercera vez unos Juegos Olímpicos. La Ceremonia inaugural, que comenzó a las 22'00 horas con absoluta puntualidad, constituyó simultáneamente el punto final de la Olimpíada y el punto de partida de los Juegos Olímpicos.

Fuegos pirotécnicos sobre el estadio olímpico para festejar el magno evento
   Tras una primera fase recreando la campiña inglesa, y con una espectacular transformación del espacio, se llegó a una recreación dickensiana de la revolución industrial, que sirvió muy inteligentemente como hilo argumental para la forja del último aro, el cual se elevó hasta completar, junto a sus cuatro compañeros, un símbolo olímpico del que saltaban chispas, literalmente.

   El sentido del humor también hizo acto de presencia de la mano de Rowan Atkinson y de Daniel Craig. De hecho, para la entrada solemne de Su Graciosa Majestad, Isabel II, se hizo uso de un cómico vídeo donde James Bond recoge a la soberana y la escolta en helicóptero hasta el estadio. Momento distendido que dio lugar a una de las escenas climáticas de la noche: recibimiento oficial de la Reina por parte del Presidente del COI, e izado de la bandera de Gran Bretaña mientras un coro de niños sordomudos entonaban el himno “Good save the Queen”. Isabel II ocupó su lugar en la presidencia del palco de honor, junto al Presidente del Comité Olímpico Internacional, segunda autoridad en precedencia del evento.

Isabel II, ovacionada al ocupar su puesto presidencial en el palco

   Mucha música británica (y alguna que no lo era, pero que sonó igualmente) durante toda la ceremonia, y varios homenajes e intervenciones de personalidades destacadas de Reino Unido fueron nota común y lógica de los distintos movimientos, habiéndose de incluir en este grupo no sólo personas presentes, sino también ya desaparecidas o incluso ficticias como Mary Poppins o la Reina de Corazones.

   Todas las actuaciones terminan llevando inexorablemente a otro acontecimiento crucial: desfile de las delegaciones de deportistas. En total, desfilaron 204 países, encabezados por Grecia (prerrogativa que ostenta por ser la cuna histórica de los Juegos Olímpicos). Las delegaciones hacían su entrada por el nombre de cada país en orden alfabético inglés, lengua de Reino Unido, país sede, cuya delegación fue la última en acceder al estadio, en tanto que anfitrión. Cada delegación iba acompañada de su bandera, que se entregaba a un voluntario para que la hincase en algún punto de una colina artificial, y de un niño con una especie de cuerno de la abundancia, cuyo protagonismo se adivinaría más adelante. España desfiló en 172ª posición, siendo abanderado un sonriente y orgulloso Pau Gasol. 

La bandera portada anoche no era la misma que se entregó a Rafael Nadal cuando se le otorgó tal honor (al que tuvo que renunciar porque una lesión le impidió participar en los Juegos), ya que el escudo no estaba centrado, mientras que en la asignada al manacorí sí lo estaba.

   Finalizado el desfile (en el que destaca que, por primera vez, en todas las delegaciones sin excepción hay presencia de atletas femeninas), y durante una actuación musical, decenas de ciclistas ataviados con alas luminosas recorrieron la pista del estadio, en clara alegoría a la paloma de la paz. Posteriormente, otro momento solemne de la noche: los discursos del Presidente del Comité Organizador, del Presidente del Comité Olímpico Internacional y, finalmente, las palabras de la Reina dando por inaugurados los Juegos.

   Sólo faltaban los últimos y necesarios pasos, ya puramente olímpicos: la bandera, portada por personalidades de probada valía y calidad humanas, irrumpe en el estadio y es llevada al pie del mástil más alto, donde se iza al son del himno olímpico. Sólo resta la llegada del fuego sagrado, salido semanas atrás del Templo de Hera, en Grecia. La antorcha, a bordo de una lancha, y custodiada por David Beckham, llega por el Támesis a las inmediaciones del estadio, donde es recogida por el penúltimo relevista. Mientras éste la porta hasta el estadio, en el seno de éste tienen lugar los juramentos olímpicos de una atleta, un juez y, por primera vez, un entrenador.

El original pebetero

   La antorcha hace su entrada triunfal y siete jóvenes atletas, designados a tal fin por igual número de olímpicos británicos veteranos, toman en siete antorchas el fuego y lo acercan, en el centro del estadio, y rodeados de todas las delegaciones de deportistas, a los 204 cuernos de la abundancia que llevaban los niños durante el desfile y que ahora se encuentran al final de otras tantas: da comienzo un reguero de 204 llamas olímpicas que, súbitamente, empiezan a cerrarse y juntarse hasta dar lugar a una gigantesca llama. Y se llega al final con “Hey, Jud”, interpretada por Paul McCartney.

   En mi modesta opinión, y más allá de una escenografía cuidadísima, unos tempos perfectamente marcados y un mensaje histórico y didáctico de autobombo (como suele ser habitual), las partes creativas de la ceremonia se me antojaron algo extremas: ora se narraba con excesiva lentitud los acontecimientos históricos, ora se buscaba la emotividad de un modo un tanto descarado. Aunque cada tipo de público pudo entender y disfrutar partes aisladas de la velada, faltó en cierta medida un mayor carácter universal en la transmisión del mensaje global.


   En definitiva, lo mejor fueron las partes más solemnes y simbólicas, las naturalmente olímpicas, y la base musical, que dotó de mayor energía una representación por momentos lánguida y plomiza. Si bien técnicamente fue una ceremonia impecable, no gozó, a mi juicio, de la espectacularidad de anteriores aperturas, ni despertó en mí sensaciones ni emociones distintas de las previsibles.

   Como siempre, en el medio está la virtud