viernes, 30 de diciembre de 2011

Primeros pasos para la colocación de invitados

   Las cenas de estas fechas, no tanto las de Nochebuena y Nochevieja, que suelen ser familiares y ahí sabemos y asumimos que las normas se relajan en cierta medida, pero sí en las de corte más oficial o empresarial, pueden ser verdaderos quebraderos de cabeza para quien distribuye a los asistentes o, mejor dicho en este caso, comensales.

Mesa imperial del comedor del Palacio de Oriente, en Madrid.
   Por eso daré tres criterios muy elementales para empezar a esbozar este asunto. Y hay que tener en cuenta tres variables: dónde va a estar el anfitrión (o presidente de la mesa, en cualquier caso), el tipo de mesa (es decir, la forma de la misma, físicamente hablando) y la ordenación jerárquica de los invitados.

   Partamos del tipo de mesa. A mesas redondas o cuadradas les conviene más un tipo de colocación de invitados que a una mesa rectangular o imperial (que es también rectangular pero sin puntas de mesa, sino esquinas redondeadas) en cambio no pega tanto. 

Montaje con mesas redondas.

   Lo siguiente es decidir la ubicación de la presidencia. Generalmente, estará de frente a la entrada principal de la estancia, y es muy habitual que esté dispuesta de modo que dé la espalda a la pared. Hemos de tener en cuenta, además, en los casos de mesas alargadas, que hay dos tipos de presidencia:

- Presidencia francesa. El presidente se sitúa en el medio del lado más largo de la mesa, enfrente de su cónyuge o del invitado de mayor honor. Es la colocación típica de las grandes mesas de banquetes reales y oficiales, y la casi obligatoria en caso de mesa imperial. En este caso, existirá una conversación común, por lo general, a toda la mesa, porque cada comensal guarda casi la misma distancia de ambos presidentes.


 
- Presidencia inglesa. El presidente ocupa la cabecera de la mesa, en exclusiva, y la otra cabecera está ocupada por su pareja o por el invitado de mayor honor. En este tipo de ubicaciones, existen como mínimo dos focos de conversación y de importancia, en la cercanía de cada cabecera... aunque en función de la longitud de la mesa, puede que en el centro se desarrolle otra conversación diferente, de un modo puntual.


   En cuanto hayamos ubicado la presidencia, la disposición de los comensales, habiendo decidido el sistema de ordenación que usaremos (reloj, cartesiano, espejo, ...), es muy sencilla, porque vendrá determinada precisamente por la colocación respecto a la derecha o izquierda, proximidad o lejanía, de esta presidencia, teniendo en cuenta que cuanto más cerca y, a igual distancia, a la derecha de quien preside, mayor precedencia tendrá el sitio.

   No es cosa de niños, pero desde luego tampoco es tan impenetrable el asunto como pueda parecer "prima facie". Con organización y preparación, en principio, todo es posible. ¡Valor y al toro! 

   Como siempre, en el medio está la virtud.
   



jueves, 29 de diciembre de 2011

Que si churras, que si merinas, ...

   Ayer tuvo lugar un partido benéfico... remarcaré la palabra: be-né-fi-co. Una periodista, con un absoluto mal gusto, se acercó sibilinamente a Luis Aragonés y encadenó una ristra de preguntas de tono oficial y serio, obligando al propio interpelado a cortarla con un educado aunque rotundo "hoy no se habla de eso: es un acontecimiento especial".


   Iñaki Urdangarín (que, para quien no lo sepa, o se obstine sospechosamente en decir lo contrario, NO es Duque de Palma y, por Decreto de S.M. el Rey, nunca lo fue) está imputado en un proceso penal. Y la opinión pública lo utiliza como excusa o parapeto para lanzar recios ataques contra la monarquía y su representante actual. Como si el resto de representantes públicos no incurriesen en lo mismo, o como si la república fuese a ser garantía de erradicación de la corrupción o ahorro a los Presupuestos Generales del Estado.

   Vivimos en una época en que todo vale, con tal de llamar la atención, vender el pescado que tenemos encomendado endosar a algún incauto consumidor, por muy podrido que esté, y conseguir un relumbrón de gloria, siquiera tangencialmente.

La libertad de expresión no debe conllevar grosería,
y menos en puestos de difusión pública.
  El problema que encuentro, sin necesidad de entrar a valorar axiológicamente estas actitudes, es que se mezclan las cosas. Puedo decir que un vestido es de mala calidad, o incluso que es horrible, pero lo que no puedo hacer (porque atenta directamente contra mi propia inteligencia y la de la concurrencia o auditorio) es decir que un vestido es un pantalón o, de todo se ha visto, un ornitorrinco.

   Desde un punto de vista profesional, los responsables y trabajadores de la información, están obligados a hacerlo de un modo veraz, porque así, con ese requisito, se configura este derecho en la Consitución y resto del ordenamiento. Y desde la perspectiva más moral, más ética, considero que un comunicador que facilita información a modo de batiburrillo no está cumpliendo verdaderamente con lo aprendido en su carrera.

   No se puede perder de vista, en ningún momento, el momento, el contexto y el contenido real. Acaso ¿a esa periodista le encantaría que en su boda irrumpiese un inspector de Hacienda a requerirle sus nóminas delante de sus invitados? Pues ha de saber la periodista que el inspector, si así lo hiciese, también podría argumentar aquello de "yo simplemente estoy haciendo mi trabajo". 



   En definitiva, que hay modos y modos de enfocar un asunto, de conseguir una noticia, de transmitir un mensaje, pero habremos de procurar que sea del modo más honesto, elegante y fidedigno posible. No se trata de arrugarse y soslayar una buena información, pero tampoco podemos consentir que el hecho de conseguirla redunde en un giro de mal gusto e intromisión absolutamente injustificables. No se puede mezclar el tocino con la velocidad: si al preguntar algo, un profesional puede que incurra en una desagradable actitud que el interlocutor no tiene obligación de soportar, en caso de duda, deberá abstenerse.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Una Nochebuena elegante.

   Se acercan las fechas que se aman y odian a partes iguales. Con total honestidad, las celebraciones navideñas son entrañables, sin duda, pero el devenir de la sociedad las ha convertido en un verdadero engorro, en muchos casos... y en varios aspectos. Por eso, el título que he dado bien podría haber sido “Una Nochebuena práctica” o “relajada”.

   Porque, señoras y señores, ese es el primer consejo que me permito darles hoy: calma, ante todo, MUCHA calma. Si se tiene fe religiosa, habrá que pensar que de lo que realmente se trata es de conmemorar un nacimiento importantísimo (hasta el punto de que divide la Historia en años a.C y años d.C), y que nos tiene que resultar sumamente sencillo dar ese enfoque a los festejos que realicemos. Si no se quiere optar por una celebración de entidad cristiana, igualmente debemos hacer que prime lo entrañable del reencuentro familiar y la ocasión de compartir una cena con esas personas que, se supone, nos son tan queridas.

Adorno navideño a base de velas rodeadas de flores de Pascua, planta típica de Navidad,

   Pero la realidad se impone. Tristemente, se impone. Y no podemos evitar sufrir por tener que soportar al cuñado, suegra, yerno, sobrina, … que nos resulta tan antipático, sobre todo cuando es familiar de nuestra pareja o pareja de nuestro familiar. Pero, como reza el dicho, “nobleza obliga” y máxime al anfitrión. Otro elemento bastante turbador es el incremento en la partida de gastos del presupuesto familiar (por no decir, en román paladín, que se invierte una porrada de dinero en estos fastos), que se dispara muchas veces por nuestra mala gestión, o porque nos tomamos la organización como una competición al estilo juego de azar: “veo las cigalas que pusiste tú, repelente cuñada mía, en tu cena el año pasado y subo unos percebes riquísimos que me han costado un riñón... ¡supera eso!”.

   Por eso, recuerden que si son unos buenos anfitriones y consiguen un buen ambiente de cena, habrán ganado. Y asuman, de paso, que quien quiera criticarles lo hará a toda costa, aunque le sirvan el mejor caviar iraní (“Lo ha hecho intencionadamente porque sabe que tengo alergia a todo lo relacionado con los esturiones,... desde ayer por la tarde”) o se hayan dejado la sesera en decorar primorosamente el salón (“Mira, mucho mantel de lino y vajilla de La Cartuja, pero el espumillón del árbol es de baratillo”).

Hermosas bolas de Navidad.

   Así pues, haciendo oídos sordos a todo esto, y fijándonos exclusivamente en hacer las cosas bien, comencemos a desgranar distintos aspectos... todos ellos basados en casos reales a evitar o imitar, según los casos:

   - La decoración. Habrá de ser navideña. Es grotesco decorar con farolillos chinos o elementos hawaiianos, por muy alternativos que seamos. Lo lógico es que haya un Belén (tanto sirve uno ingente con lavandera y castillo de Herodes incluido, como un tradicional Misterio con la Sagrada Familia, y, a mayor abundamiento, la mula, el buey, la estrella, el ángel, y los Reyes Magos, quienes, si hay niños, se hacen im-pres-cin-di-bles), aunque todo dependerá de la religiosidad de los anfitriones. También habrá un árbol decorado con luces y guirnaldas de colores. A mi modo de ver, estas fiestas son para disfrutar viendo disfrutar (a su vez) a los niños, y una decoración excesivamente seria y monocroma (un árbol decorado con bolas y cintas del mismo color plateado, por ejemplo) se me antoja demasiado estricta, rigurosa, mientras que un árbol con variación de colorido invita más a la distensión y el júbilo.



   - El nivel de decoración. No obstante lo anterior, evitemos caer en excesos decorativos. Una fase de luces de colores intermitentes es más que suficiente,  y basta con que las guirnaldas estén en el árbol, y no por toda la casa, la mesa, la cocina, el pasillo, el aseo, el vestíbulo... Más de una vez ha pasado que al abrir la puerta para recibir a los invitados, éstos se ven atacados por una marea de espumillón que sale despedida a través de la puerta como resultado de una implosión decorativa, y eso es un horror. Del mismo modo, un ataque epiléptico causado por un millar (o dos) de iridiscentes lucecitas de colores, con distintos sistemas de intermitencia, es de todo punto desagradable. Y no me hagan hablar de muñecos que ríen estridentemente, cuadrúpedos a los que se les ilumina la nariz, etc.

   - La música. Es muy divertido ver cómo los niños se ponen a cantar villancicos mientras se ultiman los preparativos antes de cenar. Pero, es horrible que los villancicos provengan de notas mecánicas que salen de bolas doradas con altavoces o de las propias luces del árbol, con un sonido metálico y francamente molesto, que genera la misma irritación inconsciente que un grifo que gotea o una campana extractora (¡qué alivio se nota cuando cesa ese soniquete!). En definitiva, es aconsejable tener un disco de villancicos populares para que los niños los canten, y uno, totalmente opcional, de música navideña instrumental para cenas entre adultos o para poner a poco volumen. Si somos gente armada de paciencia o harto aventurera, tendremos panderetas y zambombas... y, porque nunca está de más, una buena reserva de analgésicos.



   - La mesa. Hay que tener especial cuidado con este extremo. Si bien se usará una vajilla reservada para esas ocasiones exclusivamente, con una cristalería fina y elegante y una cubertería y mantelería acordes, evitemos que el resto de adornos sean demasiado exagerados. Lo lógico es que esta cena sea familiar, en casa y sin servicio, y por tanto, las fuentes se ponen en la mesa y los comensales se sirven (o uno, el anfitrión o la anfitriona, sirven al resto)... si la mesa está llena de piñas doradas, guirnaldas, o enseres más aparatosos, resultará absolutamente farragoso. Un distinguido centro de mesa y dos candelabros pequeños, en todo caso, serán bastante. La regla general de que los adornos NUNCA deben impedir la visión entre comensales está plenamente en vigor, obviamente.

   - El menú. Con las consabidas recomendaciones de averiguar qué alimentos están prohibidos a los invitados, por alergia o cualquier otro motivo, lo que está claro es que no pueden faltar los postres navideños: un surtido de turrones, mazapanes, polvorones, ... Del resto de platos, cada uno escoge. Mi recomendación (por elegancia y economía) es no convertir la Nochebuena en una boda: un entrante (algún tipo de marisco, por ejemplo), un plato de pescado (es tradicional en muchos sitios el bacalao, generalmente acompañado de coliflor) y/o uno de carne (pavo o cordero asados) es lo más apropiado. En mi muy particular opinión, cuanto más caseras sean las recetas, más fácilmente nos evocarán olores y sabores de pasadas Navidades y eso es, sin lugar a dudas, beneficioso.


Apetitoso surtido de postres navideños.

   - La indumentaria. Dependiendo del grado de familiaridad y confianza, de las indicaciones del anfitrión, y teniendo en cuenta si hay niños o no, y la edad de éstos, lo lógico es vestir de traje (ellos) y vestido corto (ellas). Esto se debe a la pompa que la velada exige, y porque además, la tradición dictaba que después de cenar, la familia acudía a la misa de Medianoche, y ya cenaban listos para salir después.

   - Los ritos. Hay cosas que se hacen en el seno de una familia, y que cada Nochebuena se repiten. A título personal, recomiendo seguir las costumbres que cada familia tenga, o inventar algunas nuevas, porque es un modo muy hermoso de dar continuidad a la celebración y dejar recuerdos en las nuevas generaciones, que podrán seguir rindiendo homenaje a sus predecesores. Y a ello sumo, con permiso, una recomendación de no dejarse influir por tradiciones que nos son ajenas: si no cantan villancicos y no ponen Belén, entonces, en un acto sumo de coherencia, por favor, no llenen su casa de barbudos vestidos con pijama rojo ni de renos.

El acebo, otra planta típica de esta época.

   Como cierre, un último consejo: ser fieles a sí mismos y a lo que cada uno quiere celebrar, respetando a los demás, procurando un ambiente de camaradería y diversión, y dejando que la alegría de la fecha, o del reencuentro, se haga patente. Sin que sirva de precedente, y siempre dentro de un orden, ésta es la única época del año donde la virtud no está en el medio, sino que se permite un poco de exceso, quedando ligeramente en suspenso la regla de “Menos es más”. Pero SÓLO estos días, ¡¡no se vayan a confiar!!. 

   ¡Feliz Navidad!



miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cómo saludar y presentar elegantemente.

   Estas fechas, con tanto evento social y familiar, son un hervidero de presentaciones. Muchas veces, se aprovecha el espíritu navideño de concordia para tomar la valiente decisión de que los padres conozcan a nuestra pareja, o de que el grupo de amigos conozca un hermano o hermana menor que sale de noche en Fin de Año por primera vez, o, por qué no, para decidirnos a que esa persona especial sepa que existimos (para lo cual los más valientes toman la iniciativa a título individual y sin anestesia, y los más cautos solicitan cooperación de un amigo común).

El abrazo ha de reservarse para saludar a personas con las que se guarde
una especial confianza o a las que se tenga un mayor afecto.

   La primera regla es, y la cuestión no es baladí, que cuando estemos en presencia de dos personas que puede que no se conozcan, hay que presentarlas. Y digo bien  “puede que”. En caso de duda o, más bien, a menos que sepamos con certeza que son personas conocidas, hemos de presentarles para evitar que se miren pensando “¿Y éste quién será?”, con actitud forzadamente distante y contenida.

   Para presentar, hay unas ciertas reglas, que aunque no son de obligado cumplimiento so pena de prisión, sí dan gran seguridad y comodidad a la hora de hacerlo. Una vez más, me declaro firmemente fiel a las premisas que a este respecto nos señala María Rosa Marchesi, mujer elegante donde las haya:

Una correcta presentación es más necesaria de lo que se pueda pensar,
sobre todo en ámbitos más profesionales o empresariales.

 - Se dice primero el nombre de la persona de menos edad o rango. A igual rango o edad, se da primero el nombre del hombre, y después el de la mujer. En presentaciones empresariales, se nombra primero al empresario y después al cliente.
        
 - Si la persona es sobradamente conocida, sólo diremos su nombre cuando la presentemos a alguien que no tenga idea de quién se trata (un extranjero, alguien de fuera del círculo social o empresarial de que se trate, …).

 - Se presenta a las personas por su cargo, si lo tienen, y después por su nombre y apellidos.

 - Al presentar a alguien con título nobiliario, la presentación formal es “la Duquesa de Montoro, (Excma. Sra.) Dª. Eugenia Martínez de Irujo”, y la informal “Dª. Eugenia Montoro”, sustituyendo el apellido por el nombre del título.

Hay que saber reaccionar, como hizo S.M. Doña Sofía,
ante saludos espontáneos, o poco correctos.

 - Si presentamos a nuestra propia pareja, lo haremos indicando que lo es. Y si presentamos a un matrimonio, lo tradicional es decir “Señores de” o “Sr. y Sra.” y el apellido del marido. En cambio, considero que la actualización inevitable del protocolo, que debe acompañar a los cambios sociales (aunque no por ello relajarse), hace más aconsejable nombrarlos con sus nombres y apellidos, o bien presentar a uno de ellos añadiendo “y su esposa Dª. Natalia Figueroa” o “y su marido D. Rafael Martos”. Personalmente, me encantaría que pasase a ser norma fija de protocolo el llamar al matrimonio por los apellidos de su descendencia: “los Sres. Martos Figueroa” (aunque soy consciente de que para eso, habría que saber exactamente cómo se ha fijado el orden de apellidos).

 - Para facilitar que entre los recién conocidos fluya la conversación y la naturalidad (recordemos que el objetivo prioritario siempre es que los invitados o nuestros amigos lo pasen bien), haremos notar algo que sepamos que tienen en común, como trabajo, aficiones, centros donde estudiaron, ciudad de residencia, …

Barack Obama hace la reverencia a los Emperadores
de Japón, SS.MM.II. Akihito y Michiko.

 - Si no hemos escuchado bien el nombre de quien nos es presentado, pidamos que se nos repita, a fin de evitar problemas y situaciones embarazosas tipo “Hola, ahora iba a saludarte, pero estaba aquí hablando animadamente con el Sr. … el Sr. … perdone, ¿cómo se llama?”. ¡Horrible!.

   A la hora de saludar, bien a alguien ya conocido, bien a alguien que nos están presentando, lo más correcto es ofrecer la mano, y estrecharla con un gesto determinado (no violento) y firme (no doloroso), pero NUNCA dejando la mano como muerta... es una sensación espantosamente desagradable dar la mano a alguien que no estrecha la nuestra, como si tratara de alguien inerte.

Miguel de la Cuadra-Salcedo besa la mano de Esperanza Aguirre.

   En cuanto a los besos, lo más prudente es reservarlos sólo a momentos en que la otra persona inicia claramente el movimiento de saludarnos así. El saludo universalmente extendido es el de dar la mano, así pues, apostemos sobre seguro. Si se saluda a una dama de venerable edad, de sangre real, o simplemente digna de ello (por motivos del corazón que la razón pueda comprender o no), el hombre podrá besar su mano teniendo en cuenta que la mano enguantada no se besa, y que en realidad el gesto del besamanos consiste en sujetar la mano de la mujer, llevarla a la boca con un ademán simultáneo de inclinar el busto y fingir que se besa o besar el propio pulgar. El anillo de los eclesiásticos, en cambio, sí se besa (consideraciones morales aparte)

   La reverencia es el “non plus ultra” de los saludos, reservada precisamente para las más altas personalidades.  El hombre baja la cabeza a la vez que estrecha la mano, con los pies juntos. La mujer estrecha la mano a la vez que, echando hacia atrás la pierna izquierda, se hace una leve genuflexión manteniendo el contacto visual con la persona saludada. Aconsejo que si no se sabe hacer la reverencia, NO se haga, porque lo que no puede ser es dar un saltito o una patadita al suelo o ridiculeces varias que en todo besamanos se ven. Ahora que da comienzo una nueva legislatura, observen cómo los Diputados y Senadores saludan a Sus Majestades en la ceremonia de su inicio... y deprímanse con total libertad.

De estas dos reverencias a S.M. Isabel II, la de la izquierda, hecha por S.A.R. Carolina de Mónaco es correcta, mientras que la de la derecha, obra de S.A.R. Mette-Marit de Noruega, no.

   Por último, una recomendación de carácter general: cuando saluden, conversen, presenten o escuchen a alguien, háganlo mirando francamente a los ojos de su interlocutor. No pido que traspasen con su mirada o que provoquen miedo o jaqueca por la intensidad de la misma, pero sí que recuerden que pocas cosas son más desagradables que hablar con alguien que está pendiente de otra cosa, o escuchar a alguien que no nos mira a los ojos cuando nos habla... salvo ¡tener que ver alguna que otra reverencia!.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

martes, 13 de diciembre de 2011

De paseo, según la precedencia..

   Con ocasión de las vacaciones navideñas, muchas personas aprovechan para viajar, y quiero que sepan que un modo elegante y solemne de hacerlo. En efecto, una de las cosas que más me gusta del protocolo es que proporciona normas y pautas que facilitan todo tipo de materias, y los medios de transporte (por tierra, mar o aire) no podían ser una excepción. Así, la colocación en uno u otro asiento indica una diferente precedencia de los pasajeros, e igualmente el orden en que suben o bajan del mismo.

A veces, el chófer del coche de S.M. Doña Sofía es... ella misma.

   Desde el punto de vista de la precedencia, el lugar de mayor honor es el de la derecha del asiento trasero. Ello tiene fácil explicación si tenemos en cuenta que así la cabeza del chófer no interrumpe la vista de la camino, y que cuando el coche aparque estará del lado de la acera. Obviamente, como ya habrán adivinado, en países donde se conduce por la izquierda, esta regla también se invierte.

   El segundo asiento por orden de precedencia es el de la izquierda del asiento trasero (justo detrás del conductor). Si en este asiento viajan tres personas, la de menos precedencia ocupará el asiento central entre los dos ya mencionados. Si hubiere cuatro pasajeros más conductor, el cuarto asiento por precedencia es el del copiloto, habiendo de tener presente que no deberá conversar con el chófer a fin de no interferir la conversación mantenida en el asiento trasero.


   Si hay más asientos traseros, que antiguamente se llamaban “estrapontines”, podrán estar enfrentados o en línea, cuanto más atrás y, a igual distancia, a la derecha, esté el asiento, mayor precedencia.

   La persona de mayor jerarquía sube al coche en primer lugar, y baja la última. Cuando tres personas ocupen el mismo asiento, en vez de subir primero la número 2 en precedencia, subirá antes la número 3, por motivos obvios, para ocupar el sitio central. Por esto mismo, siempre que sea posible, este asiento central lo ocupará un hombre, porque le será más fácil, y con menos riesgo de arrugas, que a una señora ataviada con vestido.


    En avión, el sitio de mayor precedencia será el de primera fila, junto a la ventanilla de la derecha. Los demás se distribuyen en función de fila (cuanto más adelantado, mayor precedencia) y derecha. Igual regla entiendo que ha de aplicarse a los viajes ferroviarios.

   La personalidad más relevante sube la última y desciende la primera. Igual regla entiendo que ha de aplicarse a los viajes ferroviarios.


   En el barco la precedencia se determina en función de la lejanía de las bordas, quedando el sitio de honor del lado de crujía (centro de la cubierta). Los demás se distribuyen en función de fila (cuanto más adelantado, mayor precedencia) y alternancia estribor-babor partiendo de crujía.

   El orden de embarque es igual que para los aviones: el de mayor precedencia embarca el último y desembarca el primero.


   Con estas instrucciones, ya podemos saber exactamente qué lugar ocupamos en un medio de transporte... ¡pero que no sirva de pretexto para protestar por un asiento mejor! Recordemos que lo mejor de un viaje es la compañía, lo que se aprende y el viaje en sí, y disfrutémoslo en lo que vale. ¡Bon voyage!

   Como siempre, en el medio está la virtud.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Tomemos medidas. Literalmente.

   A veces la elegancia no está determinada por los gestos, por las palabras o por la distinción personal, sino simple y llanamente, por la cinta métrica. Efectivamente, y muestra de ello la acabo de ver en “El Gatopardo”, donde el alcalde de la villa es motivo de risa para el Príncipe de Salina y su familia.

Escena del baile de "El Gatopardo" (1963) en la que
Burt Lancaster comparte un vals con Claudia Cardinale.

   Sin duda alguna, el tamaño o la longitud de las prendas son algo tan importante como el tejido con que están confeccionadas, los adornos que se les cosen o la gracias con que se portan. Y es tan triste que un vestido de excelente calidad, o que un traje de buena confección sean tenidos en menos por culpa de estos detalles, que lo más inteligente es evitarlo. Para ello, vayamos de abajo a arriba, repasando distintos largos.

   Un pantalón de traje, chaqué, esmóquin o frac debe cubrir la mitad del zapato, por delante, y todo el talón. Y los calcetines deben llegar hasta debajo de la rodilla, para evitar que al cruzar las piernas, el pantalón no deje a la vista parte de la pierna desnuda (y probablemente velluda) de su portador.

    Vestido correctamente largo

   Los vestidos largos, por definición, NUNCA deben dejar a la vista el tacón del zapato de la mujer, y por delante sólo podrá asomar la punta del zapato, en su caso. Los vestidos de cóctel abarcan un largo más variado: desde debajo de la rodilla hasta por encima del tobillo, si bien el largo más elegante en este tipo de etiqueta es el que se sitúa a medio camino justo entre tobillo y rodilla. El vestido corto, a mi modo de ver, no debería dejar las rodillas a la vista, sino llegar hasta justo debajo de las mismas, de modo que al sentarse la dama, las rodillas sí se vean.

   Si se lleva abrigo con vestido corto o de cóctel, el abrigo habrá de ser, como mínimo, uno o dos centímetros más largo que la falda. Pero las modas y las costumbres a este respecto son impredecibles. Un abrigo de un hombre llegará hasta 10 centímetros por debajo de la rodilla o hasta cinco centímetros por encima de la misma.

Esta manga es demasiado larga, sin duda.

   Los puños de la camisa sobresaldrán dos centímetros por debajo de la manga de la chaqueta, ya que hay que tener en cuenta que la manga de la camisa cubre la muñeca en su totalidad y la chaqueta cubre sólo hasta la muñeca, el cuello también sobresaldrá un centímetro por debajo del cuello de la chaqueta.

   La corbata llegará hasta la hebilla del cinturón, ni más ni menos, y el nudo no podrá ser un bulto del tamaño de una manzana, pero tampoco un amasijo estrangulado. En cualquier caso, las puntas del nudo estará ocultas bajo el cuello de la camisa.

   Las mangas y escotes de los vestidos son de todo tipo y tamaño. Como norma general, en eventos de mañana los hombros se mantendrán cubiertos, y en eventos de tarde o noche, pueden no estarlo.

Corbata mal colocada, tanto en el cuello como por su longitud.

   Por último, los tocados en ningún caso podrán abarcar más espacio que el ancho de los hombros. Piénsese que durante el almuerzo la dama mantendrá su cabeza cubierta con la pamela o sombrero, y que no puede ser que invada el espacio aéreo de los comensales que tiene a ambos lados (que afortunadamente, según el protocolo, serán varones... porque imaginen, en caso contrario, la pugna entre pamelas), o si estos son más altos que ella, que golpee con su tocado las sienes de éstos.

   Por último, relacionado también con las medidas y tamaños, en todo momento ha de tenerse en cuenta la talla. Me refiero a la real, la verdadera, la que debemos usar. Puede que un pantalón no sea corto, sino que hay que tener presente que lo que aprieta y frunce en la cintura, se refleja inexorablemente a la altura del tobillo... y aunque un vestido sea precioso y elegante, cuando se adivina sin dificultad el tipo de ropa interior que llevamos, es que algo falla, y no podemos culpar al vestido. La talla de chaqueta es fácil de comprobar: si nos cuesta o nos es imposible cruzar los brazos, necesitamos una talla (al menos, una) más. Y la de camisa: entre el cuello -completamente abotonado- de la camisa y nuestro cuello debe caber nuestro índice La de falda y pantalón, también: si prevemos en nuestro futuro inmediato una apnea permanente, necesitamos una talla más.. Para zapatos, escotes, blusas, … habremos de estar a lo que nuestro criterio OBJETIVO nos dicte.

El personaje que Neil Patrick Harris interpreta en "Cómo conocí a vuestra madre"
es ejemplo de elegancia... siquiera en el vestir.


   En definitiva, no se trata de ir metro en ristre por las tiendas, ni hallar la mediatriz de la distancia que separa una articulación de otra, ni de encargar a un arquitecto un plano de nuestra figura... pero si podemos analizar en el espejo de un modo estético y elegante, poniendo en práctica estas pautas, si la indumentaria escogida está a la altura de nuestra distinción y de la solemnidad del evento al que queremos llevarla.

   Como siempre, en el medio está la virtud.