lunes, 11 de febrero de 2013

Más papistas que el Papa


   Estamos inmersos en una vorágine de dimisiones, abdicaciones y renuncias, y no sabemos muy bien a qué nos enfrentamos en según qué casos, por lo visto. Entre las dimisiones que se piden y no llegan, las que sí se comentan como ejemplo de coherencia, e incluso los anuncios de abdicaciones de cabezas coronadas como la de Su Majestad Beatriz de los Países Bajos, está el asunto algo confuso.   

  Ha renunciado Joseph Ratzinger a su oficio como Obispo de Roma y, por añadidura, como pontífice. Ésta es la noticia. Cómo se está transmitiendo y debatiendo es otra cosa. 



   Según el Código de Derecho Canónico, en su canon 332,  se establece que "Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". Y hoy Benedicto XVI ha dado cumplimiento a estos dos requisitos en su aviso de renuncia. 

Por otro lado, en cuanto a la renuncia en general a cualquier oficio religioso, disponen los cánones 187 y 189 que ha de presentarse por alguien en su sano juicio, alegando causa justa (si bien en este caso, al no depender de aceptación, la causa justa la valora el propio renunciante), y en presencia de al menos dos testigos. 



El "anillo del pescador" de Benedicto XVI, en tanto que sello del Sumo Pontífice,
habrá de ser destruido cuando éste presente su renuncia.


   Y hasta aquí lo que hay que ver. No tiene más ciencia. No hay más observaciones al respecto. No hay que liar la maroma y buscar tres pies al gato. 

   Ayer mismo, los medios de comunicación demostraron muy poca labor de documentación y muy poco rigor acerca de la duración de la versión breve del himno. Son 27 segundos, y hubo medios que redondearon a la baja, y otros al alza, pero casi ninguno dio la cifra exacta. Hoy, se repite la historia acerca de cómo debe denominarse a la renuncia del Sumo Pontífice. Unos lo llaman "dimisión", otros lo llaman "abdicación", y alguno habrá que lo llame "paseo por la dehesa". Y lo peor: que cuando son corregidos al respecto, porfían y no cejan en su empeño de perpetuar el error. Incomprensible, máxime habiendo norma escrita a propósito del asunto.

   Como siempre, en el medio está la virtud.