miércoles, 30 de noviembre de 2011

Valorando lo ancestral

   Una frase oída durante mi niñez ha vuelto hoy, como cada año, a mi mente: “Noviembre, dichoso mes, que empieza con Todos los Santos, y termina con San Andrés”. Me maravillo con la brevedad de estas frases, que son como consignas de nuestros antepasados y cuya eficacia es incuestionable.

   Los refranes y proverbios son, dentro de las costumbres y elementos de tradición, en este caso, oral, una verdadera fuente de asesoramiento e instrucción. Acaso ¿no es un fantástico consejo lo de “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, o una verdad utilísima que “Agua que no has de beber, déjala correr”?.

San Andrés de Teixido, santuario gallego de gran tradición popular.

   Además de esto, hay otra cosa que recuerdo hoy: San Andrés de Teixido, el famoso santuario de Cedeira (A Coruña) que, desde lo alto del acantilado, observa el océano envuelto en una hermosa leyenda. En resumen, ante la aflicción de San Andrés, viendo tanta peregrinación a Santiago de Compostela a visitar las reliquias de su compañero Apóstol, y que nadie se interesaba por visitar las suyas, le prometió Cristo que “todo el mundo habrá de peregrinar a San Andrés de Teixido, y que habrá de ir de muerto quien no hubiere ido de vivo”. Tengo que decir que yo ya cumplí... así que lo puedo tachar de la lista de cosas que hacer “post mortem”, supongo.

   Así, las tradiciones, ya revelan dos facetas: su sabiduría y ayuda en el aprendizaje de la naturaleza humana, y lo valiosas que pueden ser, incluso desde el punto de vista económico, comercial o turístico. ¿O no es precisamente la tradición la que hace que haya un río de gente cruzando España hasta llegar a Compostela, o la que hace que cada cuatro años un país sea anfitrión de las Olimpíadas, o que tomemos doce uvas en la medianoche del 31 de diciembre?.

Las uvas de Nochevieja, una tradición originalmente nuestra.

   Sin embargo, viendo la actualidad reciente, compruebo que sobre las tradiciones hay una gran incongruencia:

- Unas veces, se cumplen a rajatabla, como por ejemplo, la siesta. Hay personas que quitarles la horita de la siesta es como arrancarles una muela de cuajo. Un siestero, en principio, es una persona tradicional.

- Otras veces, no conviene cumplirlas, y se evitan, incluso. El impenitente siestero puede saltarse a la torera la tradición de tomar las uvas, porque no le gustan.

- Por último, se importan tradiciones que poco o nada tienen que ver con nuestra propia cultura... o lo que es peor, sustituimos las que tenemos por unas que nos son ajenas. En vez de reservar los disfraces para el Carnaval, el siestero los desempolva ya en octubre, y se rodea de calabazas y palabras indescifrables.

Santa enseñando a la Virgen María.

   En conclusión, nuestro país tiene tradiciones preciosas, ancestrales e históricamente justificadas, algunas de las cuales gozan incluso de prestigio internacional, que opino constituyen un patrimonio que debemos conservar. El término “tradición” procede de la voz latina “traditio”, que significa “entrega, transmisión”... es decir, es la enseñanza de la sabiduría, los conocimientos y la experiencia de nuestros antepasados, a los que hay que hacer caso porque, válgame nuevamente el refranero, “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Mafalda, creación de Quino, muy dada a proverbios más bien pesimistas.

   No se trata de vivir en el pasado (por desgracia, se vive demasiado en él, a juzgar por las noticias de estos días y por algunas leyes en vigor), ni de llevar a cabo todos y cada uno de los ritos arcaicos, sino de respetar esas máximas que nos han sido transmitidas, valorar las verdades que puedan contener, su peso histórico y la hermosura de su contenido.

   Como siempre, en el medio está virtud (otro proverbio antediluviano)

martes, 29 de noviembre de 2011

Un asesor de imagen debe saber...

   Nuevamente, el cine me inspira nociones, dudas y conclusiones. Viendo “La Condesa descalza”, donde una racial Ava Gadner interpreta a una bailarina española que no renuncia a sus principios pese a convertirse en actriz de fama internacional, un personaje que me despierta simpatía y algo de antipatía simultáneamente, dice que “un relaciones públicas es como un seguro... sólo que en vez de la vida, protege el buen nombre y la reputación”. En cierto modo, y dada la proximidad de ambas ramas, creo que es aplicable con matizaciones al asesor de imagen.

Ava Gardner, el animal más bello del mundo, en "La Condesa descalza" (1954)

   Digo con matizaciones porque, mientras que el relaciones públicas vela por esa reputación “per se”, con su propia actividad y gestión, dando la cara en nombre su cliente o jefe, el asesor sólo puede hacerlo mediante pautas y consejos que facilita al cliente y que éste debe usar en su beneficio cuando dé la cara por sí mismo. Es la misma diferencia que hay entre un portavoz y un apuntador: el portavoz está bajo el foco y ante el micrófono, en vez de su cliente... el apuntador, no, aunque sobre él repose en gran medida la calma y seguridad del cliente, que es quien está bajo el foco realmente.

   Hoy en día hay muchos políticos, empresarios y directivos, aunque no todos, por desgracia, que se sirven de los servicios de asesores de imagen y protocolo. Sin ir más lejos, hace poco tuvimos ocasión de presenciar (y criticar inmisericordemente, dicho sea de paso) la imagen de los candidatos a la Presidencia del Gobierno con ocasión del debate que mantuvieron.

Preceptivo saludo de los contendientes, en presencia de Manuel Campo Vidal,
Presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión y moderador del debate.

   Sin embargo, aunque la labor de estos asesores facilita en grado sumo la actividad de políticos y directivos, y mejora su actitud y presentación ante los públicos a que se dirige la campaña o la empresa (que abarcan un mutidisciplinar abanico  de votantes, proveedores, consumidores, medios de comunicación, promotores, patrocinadores, …), a veces incurren en errores que suponen un efecto opuesto al buscado, y en muchas de esas ocasiones no es culpa del asesorado, sino del asesor.

   Otras veces, el mejor asesor fracasará frustrante e inexorablemente, a menos que tenga línea directa con NªSª de Lourdes... y será por culpa del asesorado (que alguno hay que es “genio y figura”) que desoiga sistemáticamente los consejos de aquél, como la María Vargas a quien da vida Ava Gardner en la mencionada película. Y esto es así, sin perjuicio de que esa fidelidad a la propia idiosincrasia pues ser admirable.

En la vida real, esta situación se da, así, tal cual.
   El asesor de imagen y protocolo debe, por tanto, partir de unas premisas, que varían según los casos, dependiendo de lo curtido o vivido que sea el cliente, y del grado de mayor o menor anticipación o preparación tenga en este asunto:

-  La imagen que quiere dar el cliente. Cuando el cliente, por su experiencia o perspicacia, sabe qué imagen quiere transmitir, hay que asesorarle en base a ese esquema. Si la intención que tiene el cliente a la hora de transmitir su mensaje es, por ejemplo, de austeridad, el asesor debe evitar símbolos, decoraciones o adornos personales que sugieran exceso o lujo... y viceversa.

-  La imagen que necesita dar el cliente. Cuando el cliente no sabe qué imagen debe dar, es ahí donde el asesor debe ser objetivo y procurar la imagen que el público potencial quiere o espera de ese asesorado. Para ello deberá estar en contacto con el gabinete de marketing o de publicidad, que es  el que puede informar a este respecto (lo ideal es que el asesor forme parte de ese gabinete, si es posible).

Ingrid Bergman, y su asesor de imagen, protocolo y "fraude", Yul Brinner, en "Anastasia" (1956)

-  La imagen que creemos que ha de dar el cliente. El asesor SIEMPRE tiene que dar su opinión, pero en los casos en que el cliente parte de cero (si no hay una experiencia o un estudio previo elaborado por personal “ad hoc” que indique qué imagen a transmitir es la más recomendable) esa opinión se convertirá en poco menos que norma a cumplir. En estos casos, con especial cuidado, hay que pensar en el cliente, porque también son numerosos los casos en que la imaginación del asesor se dispara y se olvida de ponerse en los zapatos del cliente y de analizar de modo realista sus circunstancias (y recordemos que aquí no hay otro análisis al que acudir).

   En resumen, las dos reglas básicas son: sentido del deber, los consejos que damos son para el cliente, NO para nosotros, y sacrificaremos nuestros propios gustos cuando sea necesario; prudencia, en caso de duda, será preferible pecar por defecto que por exceso, ya que “menos es es más”.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Manual de Empresa... necesariamente.

   Pensemos en una empresa como en una familia... frase muy de película, pero muy útil, no obstante. Cada uno sabe a qué miembro de la familia preguntar dónde está el azúcar: si alguien pregunta al hermano pequeño, en vez de a la madre, seguro que no tendrá muchas posibilidades de endulzar lo pretendido. Un abuelo que quiera enviar un  mensaje a su equipo de fútbol, a menos que pertenezca a esta plausible generación de jubilados informatizados, seguramente tendrá que solicitar ayuda a(o directamente, delegar en) su nieto adolescente. Llega la Navidad y... ¿dónde está la caja de adornos? La hermana mayor o el padre seguro que son los que lo saben, porque ellos son los que se ocupan de eso.

La familia Walker de "Cinco Hermanos", donde cada uno tenía un papel adjudicado... ¿o no?

   Pues bien, cuando falta un miembro de la familia (seamos optimistas y pensemos que está de viaje de placer), el ritmo de rutina se ralentiza y hasta las cosas más sencillas pueden llegar a volverse imposibles. ¡Cuán útil resultaría en ese momento que el ausente hubiese dejado un folio con las pautas a seguir en las actividades de las que se ocupa! Pues eso es precisamente un Manual de Ceremonial empresarial o Manual interno de la empresa.

   Este manual habrá de dar solución rápida e independiente a los problemas o incidencias que se presenten y que estén en él previstas. De ello se colige que habrá de preverse la mayor cantidad de eventualidades posible, y que las respuestas estén claras, fácilmente aprehensibles, y eficaces.

Las múltiples opciones y dudas que surgen deben tener rápida y eficaz respuesta
para mejorar el rendimiento empresarial.

   Está demostrado, y cae de cajón, que un empleado que puede resolver las dudas por sí mismo, trabaja con mayor seguridad y eficacia, y al no necesitar preguntar a un compañero, se evita la pérdida de trabajo y tiempo de estas consultas. ¿Dónde consigo más papel para fax (azúcar)? ¿Qué medios se suelen acreditar para ruedas de prensa de este tipo (mensaje a equipo de fútbol)? ¿Cómo se organiza una visita institucional a la sede de la empresa (adornos de Navidad)? Si un rápido manejo de un Manual responde a estas dudas, el empleado que tenga bajo su cargo la gestión de estos asuntos lo hará de un modo más eficiente y certero que quien no disponga de un Manual así.

   Por un lado, sabrá a dónde dirigirse e incluso, si estuviera así de formidablemente previsto, la extensión telefónica o documentación precisas para una más ágil solución del asunto. Y ni que decir tiene que se gana en aplomo sabiendo que se está haciendo  todo TAL COMO que la empresa quiere, sin aplicar soluciones contenidas en tratados de administración, gestión o protocolo cuya metodología o ideología puede no coincidir con la idiosincrasia de la empresa.




   Pensemos en que la empresa, además de los eventos contingentes que decida celebrar (inauguración de una nueva sucursal o presentación de un nuevo producto) tiene obligación de realizar otros porque así lo dicta la normativa (Asamblea de Accionistas o reuniones de la Junta de Gobierno). Mucho mejor será que la organización y el ceremonial de estos eventos estén fijados de antemano.

   Pero, igual que cuando en un familia está acostumbrado a hacerse algo por alguien y de una particular manera, y cuando esa persona falta su sustituto descubre una forma más cómoda o eficiente de hacerlo, del mismo modo el Manual es un documento susceptible de actualización y revisión, y es aconsejable que así se haga. Por ejemplo, antiguamente sólo se podía felicitar la Navidad a través de envío postal... mientras que hoy hay un sinfín de maneras de hacerlo.

Las Juntas de Accionistas, como esta de Endesa, pueden llegar a ser
eventos de organización, tecnología y ceremonial complejos.

   La imagen de la empresa debe quedar clara en este Manual que contendrá referencias sobre el logotipo, bandera o simbología de la misma, su confección y su uso, así como, llegado el caso, uniformidad o reglas de vestimenta de los empleados, lo cual no es cuestión baladí, dadas las implicaciones legales que pueden llegar a tener estos asuntos.

   Y considero, por último, que la confección de ese Manual tiene que prever un apartado dedicado a la comunicación corporativa, con especial referencia a la proyección de marca a través de las redes sociales, así como un capítulo dedicado a la gestión de crisis que evite parcialmente esa incertidumbre que la imprevisibilidad y acuciante urgencia que la propia crisis conllevarán inexorablemente, con unas pautas a las que aferrarse.

Hoy día la reputación digital de una empresa es innegablemente crucial.

   No será preciso que el Manual defina exhaustivamente todo lo concerniente a la empresa, pero sí será lo más completo posible. Aunque no regule dónde se guardan los bolígrafos, sí indicará dónde se encuentra el departamento de material de oficina y requisitos para coger esos bolígrafos: recibo, enumerar las unidades retiradas, ...  (seguro que los contables están de acuerdo con esto último).

   Como siempre, en el medio está la virtud.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿Dígame?... Un momento, por favor... Le paso.

   Una de las cosas que más me maravillan de los buenos modales, de la elegancia y de la corrección es su larga sombra. No importan que hablemos de cómo vestir, de cómo comer, de cómo tratar a los demás, de cómo asistir a un evento o de cómo ser anfitriones del mismo. TODO está tocado, siquiera tangencialmente, por las pautas de comportamiento.

   Las relaciones telefónicas no podían escapar de tan beneficiosa influencia, por suerte, y así nos encontramos con todo un protocolo al teléfono que, dado el ritmo de vida actual, influye más de lo que pensamos. Ni que decir tiene que un buen secretario o ayudante, debe dominar a la perfección tales reglas, por un motivo muy obvio pero no por ello menos trascendental: la voz que responde al otro lado del hilo es, en no pocas ocasiones, la primera pista para descubrir los valores e idiosincrasia del ente que está detrás, y desde luego, el primer contacto con el mismo.

   Siguiendo las impagables recomendaciones de María Rosa Marchesi, he aquí lo que hay que hacer:
Telefonistas de antaño.

1- Contestar sin excesiva seriedad. De todos es sabido que se puede percibir el buen o mal humor de una persona a través del teléfono. Si al responder y hablar sonreímos, trasladaremos una sensación de sincera bienvenida al interlocutor.

2- Identificarse suficientemente. Tanto quien responde como quien llama ha de dejar claro de quién se trata. En vez de un seco e impersonal “Diga”, diremos el nombre de la empresa o el nuestro propio, seguido de un breve y afable “buenos días”. De igual modo, quien llama, antes incluso de indicar con quién quisiera hablar, debería manifestar su nombre y su condición (proveedor, cliente, directivo de otra empresa, familiar del interpelado, …). Es insoportable la gente que dice ser “un amigo suyo” o “un pariente”... y nada más. Por otra parte, y dado que cada vez hay más teléfonos con identificador de llamada, es un buen detalle tratar personalmente a quien llama, si es habitual telefoneador, por así decirlo, antes de que se identifique.

La grosería al teléfono es señal de mala educación y de cierta cobardía.

3- Avisar de la disponibilidad o no antes de averiguar quién llama. Uno de los errores más comunes es preguntar “de parte de quién” antes de decir si por quien se pregunta podrá atender la llamada en ese momento o no. Si llamo a un sitio y, tras saber que se trata de mí, me dicen que no puede ponerse, siempre podré tener fundada sospecha de que, de haber llamado otra persona, el grado de disponibilidad sería distinto. Y precisamente, esta sospecha hay que evitarla siempre, puesto que no sabemos cuán suspicaces pueden ser nuestros clientes. Mi consejo es, antes de nada, avisar de que el interpelado está “en reunión” o “consultando”, luego, averiguar quien pregunta y, como en un alarde de destreza y de preocupación máxima por ese cliente concreto, “conseguir” que se ponga al aparato. Si no se consigue, habrá que recoger recado con nombre, teléfono y asunto.

4- Quien llama, espera. Cuando alguien llama, deberá estar atento al auricular para que, una vez que el interpelado recibe la llamada, pueda empezar ya la conversación. En caso de llamadas a través de personal, el ayudante de quien llama debe pasarle la llamada a su jefe y hacer que éste espere antes de que el ayudante del interpelado pase la llamada a su jefe. Ejemplo: el secretario del Alcalde llama a la secretaria del Diputado. Antes de que ésta pase la llamada al Diputado, el Alcalde deberá estar ya al aparato. Lo que no pude ser es que el Diputado conteste y luego el secretario del Alcalde le pase la llamada.

Las llamadas no pueden quedar en suspenso dejando al interlocutor en espera indefinida.
  
5- Evitar demoras excesivas. Mientras se hacen las averiguaciones pertinentes, es muy posible que haya que dejar en espera a quien llama. Pero no podemos hacer que esta espera se prolongue “sine die”, y en caso de ser así (no tenemos culpa de la grosería de nuestro jefe), repetiremos de cuando en cuando “disculpe la espera, un momento”. De todos modos, nuestro buen juicio nos hará notar que una espera de más de dos minutos es de todo excesiva, y en ese caso, tras disculparnos y alegar un  inconveniente de ultimísima hora, recogeremos el recado, y obligaremos a nuestro jefe a devolver esa llamada antes que cualquier otra, en compensación por esa infructífera espera.

6- Cerciorarse de que la llamada se ha transferido al destinatario. Decir “le paso”, pulsar mal el botón y, realmente, NO pasar la llamada, le puede suceder a cualquiera. Pero en tal caso, comprobaremos si la conversación entre ellos ya ha comenzado y, de no ser así, pasaremos efectivamente la llamada. Lo que no se puede hacer es pasar una llamada antes de que en la extensión de destino esté ya listo el interpelado, dejando en una injustificada e inadvertida espera al que llama.

7- El inferior estará al aparato antes que el superior. Si, pongo por caso, un Director llama a un Subdirector, se rompe la regla del apartado cuarto, y aquí el interpelado (subordinado) tendrá que estar al teléfono antes de que el secretario del Director pase la llamada a su jefe (superior), aunque éste sea quien llame. Cuando la llamada la haga el inferior al superior, lo hará directamente, nunca a través de su ayudante o secretario.

8- Si la conversación se corta, quien llamó la primera vez ha de repetir la llamada. Esto se aplica con independencia del motivo por el que la llamada se cortó.

Pospongamos una conversación telefónica cuando
estemos hablando personalmente con alguien.

9- El teléfono pasa a un segundo plano ante una visita personal. Cuando se está tratando con alguien frente a frente, no se admitirán llamadas, salvo que sean ineludibles, e incluso en este caso, se resolverán de un modo rápido, excusándose previamente ante el invitado presencial.

10- La conversación habrá de ser clara. Si no queda más remedio (si hay otro remedio, habrá que aplicarlo) que hablar desde un manos libres o un altavoz, haremos notar esta circunstancia al interlocutor, y mostrar mayor atención si cabe con expresiones coherentes y frases cortas, para denotar que la lejanía o la mala comunicación no está afectando a nuestro interés.

   Así pues, todo se resume, una vez más, en el respeto por la otra persona y por lo que tiene que decirnos. Dejaré claro además que es abominable el contestar a un teléfono móvil en plena conversación, interrumpiéndola,... fuera del despacho u oficina TAMBIÉN, y SOBRE TODO. Nada más prepotente que levantar un dedo índice en ademán de “un momento, por favor” y ponerse a hablar (a veces, un tiempo excesivo) ante la atónita mirada del otro, que se queda plantado en plena calle o cafetería sin saber si irse o quedarse o en qué agujero subterráneo meterse.

Don Adams y su peculiar "zapatófono" en la serie "Superagente 86" (1965-1970)

  Por último, y desde un enfoque puramente estético, no estoy demasiado a favor de peroratas al estilo “Empresa S.L. … Muy buenos días... Le atiende Fulano... ¿en qué puedo ayudarle?”, porque para cuando se haya terminado con esta suerte de inacabable lista de Los Reyes Godos, al que llamó se le habrá acabado la batería, o ido el santo al cielo, o habrá muerto de viejo. No obstante, cada empresa, profesional o entidad deberá tomar decisiones de este tipo, ya que afectan a la imagen que transmiten. Para eso, es MUY útil el confeccionar un manual de protocolo empresarial, de lo que otro día hablaré.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

domingo, 13 de noviembre de 2011

La elegancia a lo “Don Hilarión”.

   No se refiere el título a lo gentil o caballeroso que pudiera ser el famoso personaje de zarzuela con “una morena y una rubia hijas del pueblo de Madrid”, sino más bien a una de esas frases lapidarias que ha pasado a la historia, en lo que a mí concierne, por obra y gracia de este viejo pícaro. Hoy, las ciencias adelantan que es una barbaridad... y yo diría... los tiempos adelantan que es una barbaridad... a veces para bien, a veces para no tanto bien.

El actor Enrique del Portal, dando vida al citado personaje de "La Verbena de la Paloma"

   Las reglas de educación han sufrido una transformación, que en algunos aspectos podemos calificar de positiva, pero en otros casos, lo que han sufrido es un revés. Sin embargo, impregnándonos de optimismo, veremos la mutación beneficiosa, por ramas:

   - Buenas maneras. A pesar de la relajación de las formas, que llega a niveles alarmantes en los que un individuo puede llegar a la mayoría de edad sin haber usado nunca el “Usted”, por lo general se están dando soluciones satisfactorias a las exigencias. Así,  ahora las invitaciones se cursan “D./Dª... y acompañante”, evitando el peliagudo “y marido/Sra.” Primero, porque ahora muchas veces es la mujer la invitada y el acompañante es el marido, y hay una inexplicable reticencia a poner “Dª... y Sr.”. Pero veámoslo desde otro punto de vista. ¿Y si D. … viene con una mujer que no es su señora pero sí su novia, o su amante? ¿Y si, directamente Dª … viene con su pareja, que no es un señor, sino otra señora? Encuentro acertadísima, por lo discreto y democrático, esta nueva fórmula.

Las redes sociales democratizan al máximo las relaciones y la comunicación.

   - Protocolo oficial. Si bien me mantendré siempre en contra de esa hipócrita tendencia a suprimir los tratamientos de los altos cargos administrativos (no así legislativos, judiciales, académicos, etc.), es cierto que es un cambio. Y la otra novedad es que puestos tradicionalmente reservados a varones, son ocupados por mujeres. Nunca había habido una Ministra de Defensa, o de Asuntos Exteriores, y que ahora sí se den estos casos es plausible. Pero me temo que el tema de la etiqueta no está muy definido, todavía: pasar revista a la tropa con vestido largo puede ser una incomodidad, pero es lo exigido para los actos militares... por ahora.

   - Ceremonial empresarial. Es horrible que las empresas recorten, dada la situación económica actual, los presupuestos de protocolo y comunicación, pero las grandes multinacionales, conocedoras de las ventajas de uno y otra, optan por no hacerlo. Y a este respecto, cobran inusitada relevancia las redes sociales. Un buen gestor de comunicación que se dedica a atender las peticiones y consultas que los usuarios hacen a través de estas vías, repercutirá mayores beneficios a la empresa, con un gasto mucho menor que la publicidad tradicional, y con unos inmejorables resultados para, otro nuevo concepto, la “reputación digital” de la entidad.


   - Eventos sociales. La moda y sus cambios inciden enormemente en este asunto, amén de la legislación vigente. Cada vez se da con mayor frecuencia que las parejas decidan casarse por lo civil, y muchas veces se opta por atuendos poco ceremoniosos, mucho más económicos, reutilizables y cómodos. Pero lo que me parece un “quiero y no puedo” son los Bautizos y Comuniones civiles, instituciones nuevas de ceremonias inventadas, que yo personalmente, ni comparto, ni comprendo, aunque me alegro por los niños, principales beneficiarios en calidad de receptores de regalos y de la fiesta, que de otro modo no podrían tener. También me alegro por los empresarios, que no han perdido esos clientes no religiosos, finalmente.

   - Comunicación social. Es el ejemplo que mejor ilustra la frase de D. Hilarión. Las redes sociales y la comunicación digital cambian a cada segundo, se actualizan, se modifican, se crean nuevos soportes, … Y hay una revolucionaria industria que aument sin freno: la de los “teléfonos inteligentes”. Antes, uno podía enviar un correo electrónico a otro a la hora que fuera, porque no molestaba, puesto que el receptor lo vería al encender su ordenador a la mañana siguiente. Hoy, no. Si envía su currículum para optar a un puesto de trabajo, y lo hace a las 5:00 a.m., como el responsable de Recursos Humanos tenga un móvil con conexión a su correo las 24 horas, puede irse olvidando de su querido puesto... ya que esos despertares abruptos no suelen ser muy bien vistos, y no generan buena predisposición.

Tracy y Hepburn, enfrentados en "La Costilla de Adán" (1949)

   Así pues, los tiempos cambian, las reglan han de hacerlo, y el cuidado habrá que ponerlo en que esos cambios no arrastren consigo las cosas buenas de antes. Que alguien almuerce todos los días un bocadillo y un refresco sin vaso, no es excusa para que esa persona no sepa utilizar correctamente los cubiertos o beber por una copa. De todos modos, como conclusión final, en una carambola de citas, tomando las palabras de Spencer Tracy en “La Costilla de Adán”, que a su vez, cita al pueblo francés, diré a estos nuevos y distintos tiempos que vienen: “Vive la différence!”.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Tras una bandera.

   Desde una óptica meramente descriptiva, una bandera es un rectángulo (aunque no siempre) de tela con franjas o figuras de colores. Pero, aportando un halo axiológico al asunto, sabemos que detrás de ese trozo de tela hay mucho más.

Banderas autonómicas, por orden de precedencia.

   Ya desde el Evangelio se nos habla de “bandera discutida”, en palabras del anciano Simeón a María, refiriéndose al todavía Niño Jesús. Pues bien, eso siempre ha sido objeto de debate, por lo visto. Es frecuente ver en EEUU la bandera de la Confederación del Sur, o en España la bandera de la II República, aunque ni una ni otra sean las oficiales. Porque, así es, detrás de ese trozo de tela hy mucho más.

   En condiciones normales de presión y temperatura, que dirían en clase de Ciencias, una bandera -o un escudo o un himno- es un símbolo de Estado, de Ayuntamiento, de Provincia o, en el caso de España, de Comunidad Autónoma; símbolo que es respetado por los ciudadanos como representación de la patria a la que pertenecen, sea ésta de la dimensión que sea, puesto que la patria puede ser la nación, pero también la región o el pueblo, según los sentimientos y apegos de cada cual.

Fachada del Congreso de los Diputados, coronada por la enseña nacional.

   La bandera goza de un estatuto propio y, como no podía ser de otra manera, un protocolo en su uso y tratamiento. La Ley 39/1981, de 28 de octubre, regula el uso de la bandera de España y de las Comunidades Autónomas, estableciendo que la bandera española ondeará en el exterior de los edificios públicos (si son de órganos constitucionales o centrales de la Administración del Estado, lo hará en exclusiva) y ocupará puesto preferente en el interior, y que ninguna otra bandera podrá ser de mayor tamaño que la española. Y en las Reales Ordenanzas se estipula que la bandera nacional recibirá los máximos honores, igual que el Jefe de Estado.

   La colocación de banderas, con carácter general, es:

a) en interior, de haber dos banderas o un número par mayor, la de mayor precedencia ocupa el lugar derecho de entre las dos centrales (la izquierda del espectador).

Banderas nacional y autonómica.

b) en interior, de haber tres banderas o un número impar mayor, la de mayor precedencia se sitúa en el lugar central, la siguiente a su derecha (izquierda del espectador), la siguiente a su izquierda, y así sucesivamente.

Banderas nacional, autonómica y municipal.

c) en exterior, de colocarse las banderas lateralmente, la de mayor precedencia se ubicará en el mástil más cercano a la entrada principal, y las demás, en línea, a partir de aquélla.


d) en exterior, de colocarse las banderas paralelamente a la vía de entrada, la de mayor precedencia ocupará el lugar más próximo al acceso a la vía, y las demás, en línea, a partir de ella.

   En cualquier caso, aconsejo tener un máximo respeto a estos símbolos, propios y ajenos, porque se hieren sensibilidades. A nadie en su sano juicio se le ocurriría abuchear a la hija de otro, o torcer la cara ante el padre de quien no nos ha hecho mal alguno. Pues lo mismo ha de hacerse con estos símbolos, que representan a toda una comunidad que no tiene culpa de los avatares históricos ni de las gestiones erróneas de sus dirigentes y que tiene derecho a no ser molestado en su querencia a dichos símbolos. A esto se suma la incoherencia de quien reniega de la bandera en su vida cotidiana, pero sin embargo no tiene mayor problema en celebrar las victorias deportivas de las selecciones o deportistas españoles con la camiseta roja gritando “¡Es-pa-ña, Es-pa-ña!”, incluso, sí... ¡bandera en mano!. Pero... ¿qué sería de nosotros sin estos sinsentidos que dan sabor a la vida?.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

martes, 8 de noviembre de 2011

La Segunda Dama "adveniente".

   Todo el mundo analiza el debate de ayer y se pregunta quién será el nuevo Presidente. Yo, en cambio, pienso quién será Primera Dama. Primera Dama...curioso término... además de ser, pudiera pensarse, la primera ficha que se come en el juego de mesa homónimo, dícese de la cónyuge de quien ostenta el cargo de Primer Ministro o Presidente.

Doña Sonsoles Espinosa, la última Segunda Dama, y Su Majestad la Reina.

   Pero yo, en mi enrevesada y pertinaz malevolencia, haría un par de matizaciones, ambas de mi personal opinión. La primera es que esta nomenclatura, acertada en países presidencialistas donde estas señoras son las esposas del Jefe de Estado, me parece errónea en el caso de países cuyo Jefe de Estado es un Rey o una Reina. Así, por ejemplo, llamar Primera Dama a la esposa del Presidente del Gobierno español, a la esposa del Primer Ministro Británico o la esposa del Primer Ministro holandés, pongo por caso, es dar más preeminencia de la que compete. En el caso de países como Jordania o Bélgica, donde las Reinas viudas siguen ostentando el título de Reina (cosa que espero que suceda con Doña Sofía, llegado el caso), la esposa del Jefe del Gobierno pasaría incluso a ser Tercera Dama.

El programa "Caiga Quien Caiga", con El Gran Wyoming a la cabeza,
 llamaba "Segunda Dama" a la esposa del Presidente del Gobierno.

   La otra puntualización tiene que ver con la igualdad: el marido de la Presidente-Jefe de Estado de una nación, ¿no debería por tanto recibir el apelativo de “Primer Caballero” o “Primer Varón”?. Considero que así habría de hacerse, y sin embargo siempre he escuchado “el marido de”, “el esposo de” o “el cónyuge de”. Habrá de cambiar, pienso yo, esta actitud. Por suerte, en pleno siglo XXI se dan estos casos y han de tratarse con la elegancia y normalidad que los tiempos exigen.

Laura Bush y Michelle Obama, las últimas Primeras Damas de EEUU.

   Salvo algún que otro patinazo (al que cada cual dará mayor o menor trascendencia), digo con total franqueza que en España, a mi modo de ver, no hemos tenido mala suerte con nuestras Segundas Damas. No han sido especialmente escandalosas, ni se prodigaron en exceso en los eventos de notoriedad, sabiendo guardar la compostura y reconocer su función. Claro, todo ello, con mejor o peor fortuna y acierto, pero reafirmo mi satisfacción.

   En estos momentos, de los resultados de las elecciones surgirá un residente en el Palacio de La Moncloa que no lo ha sido antes. Ningún candidato será reelegido, pues ambos concurren a los comicios sin haber sido Presidentes anteriormente. Y de ahí saldrá, por tanto, una Segunda Dama que no ha desempeñado tal papel, tampoco.

Doña Pilar Goya y Doña Elvira Fernández Balboa,
esposas de los candidatos socialista y popular, respectivamente.

   Confío en que, sea quien sea la designada para tal circunstancia, en esto yo no entro, sepa llevar con dignidad y empaque el puesto que tiene. Y, sabiéndose Segunda Dama, sepa encajar todo lo que ello conlleva: respeto a la Primera Dama (S.M. la Reina), consciencia de su propio lugar, humildad, solemnidad y determinación en sus apariciones públicas, y discreción.

   Aconsejo que siempre se conduzca con naturalidad sin caer en la vulgaridad, que no sea estricta ni severa en el gesto o sus palabras sino afable y sonriente, ni tampoco excesivamente permisiva o indulgente con su imagen y la de los suyos sino coherente y precisa, y que, en definitiva, sea consciente, al igual que su marido debiera serlo, de su función de deber y servicio a los ciudadanos.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El Decálogo del Anfitrión

   Además del comportamiento que se exige a un invitado, también hemos de ver los peculiares deberes a que está sujeto el anfitrión, ya que... sí, también los hay. Cuando alguien ofrece una cena, almuerzo, cóctel, en su casa u oficina, ha de observar, principalmente unas pautas:

1) Invitar con tiempo. Es muy habitual que alguien invite a “la cena que doy mañana en mi casa”. O bien está pasando por alto la agenda del invitado, que puede que tenga otro compromiso, o bien -lo que es de todo punto maquiavélico- la finalidad es precisamente avisar con poca antelación con la esperanza de que el invitado no pueda asistir por culpa de ese compromiso previo que, dicho sea de paso, el invitante reza para que no pueda cancelarse o posponerse. En cualquier caso, es un error, y de muy mal gusto.

La decoración de la mesa no habrá de ser excesiva.

2) Confeccionar un menú universal. Se refiere este punto, sobre todo, a no olvidar posibles limitaciones que impidan a algunos invitados disfrutar de todos o parte de los platos principales. No serviremos un menú basado en ternera si asiste un hindú, o no podremos llenar de vino la copa de un árabe. Tampoco sería nada aconsejable hacer que un alérgico al marisco tomase nuestra célebre ensalada de cangrejo.

3) Tener presentes los gustos de los invitados. Es una señal de deferencia servir un licor muy apreciado por los comensales, o bien ofrecer un plato o postre que sabemos algunos de ellos están ansiosos por volver a degustar. Y si, por ejemplo, sabemos que alguna de las personas es especialmente friolera, intentemos que su asiento quede lo más cercano posible a la chimenea o radiador.

4) Prever tensiones o conflictos. Supone un ejercicio máximo de previsión, por otra parte necesaria. Así, advertiremos a nuestros amigos más anticlericales de la presencia de un sacerdote, y viceversa. Y procuraremos citar en ocasiones distintas a esa pareja de amigos que acaban de pasar por un divorcio complejo. En estos casos, según lo enconadas que sean las posturas y los argumentos esgrimidos por las partes, deberíamos cercenar directamente la LISTA de invitados.

La pérfida decisión de Bette Davis, en "Jezabel" (1938)
de no interferir en las discusiones de sus invitados tuvo consecuencias nada favorables.

5) Ser puntual. Es demasiado frecuente llegar a un local o domicilio a la hora indicada y ver cómo se ultiman preparativos o incluso tener que esperar a los anfitriones porque no han llegado o porque alguno de ellos no está listo (a veces, si se escucha bien, podremos oír claramente el sonido de la ducha y, con un poco de suerte el recital que alguien ofrece bajo la misma). Es imperdonable.

6) Ser preciso en la organización. Todo dependerá del grado de familiaridad y confianza que nos una con los invitados, claro está, pero en general no da buen aspecto llegar a la mesa y ver cómo alguna servilleta está manchada, o que hay restos de carmín en alguna copa. Ni hablemos ya de haber dispuesto más servicios que comensales o, lo que es peor, al revés... o pasar por alto una telaraña en una esquina del techo. La realidad supera a la ficción, créanme.

7) Ser cautos con la decoración. Pienso sobre todo en las reuniones con ocasión de grandes fechas. Es horrible no poder ver al comensal de enfrente porque un candelabro enorme de plata repujada es demasiado alto, o ser incapaces de evitar que un adorno de espumillón descomunal se empeñe en hacerse amigo de nuestra ensalada. Los centros de flores, preferentemente frescas, habrán de guardar un cierto equilibro estético con el resto de elementos y no ser voluminosos en demasía.

Los bombones son el mejor regalo que puede traer un invitado: será muy fácil  servirlos acompañando el café o el té de sobremesa, y no dan al traste con los planes del anfitrión.

8) Atajar los temas de conversación inconvenientes. Si a pesar de haber guardado celosamente el cuarto mandamiento, llega el fatídico momento en que el ambiente se caldea al tratar un determinado asunto, habremos de ponerle freno de forma suficientemente inequívoca y enérgica. Si las sutiles indirectas “Parece que será un invierno frío” o “Bueno, dejemos eso... mejor contadme si os gustó esa película que visteis el otro día” no fueren suficientes, habrá que recurrir al “Voy un momento a la cocina... ¿me ayudas?”. Si la porfía fuese aún así mayor, habrá que proceder a un nombramiento inmediato del beligerante como “persona non grata”.

9) Hacer homenaje a los regalos. Si algún invitado se presenta con un postre, unas flores, unos bombones, hay que hacerlo saber, salvo que se haya dejado muy claro que son para el exclusivo disfrute de los anfitriones. Si no, y aunque no peguen mucho, las flores habrán de ponerse en un lugar visible, si no de la mesa, sí al menos de la estancia. Y los postres o bombones se servirán indicando su procedencia, igual que en el caso anterior.

Un pequeño detalle, sobre todo si se trata de un almuerzo o cena
con fines mercantiles, será un buen punto a nuestro favor ante los invitados-clientes.

10) Agradecer la presencia de los invitados. Todo ha salido bien, han venido todos y se han portado de un modo exquisito. Eso ha de premiarse, con un mensaje al día siguiente mostrando lo grata que ha sido su compañía y lo satisfactorio del reencuentro, o, si hemos sido muy previsores y detallistas, con un obsequio (botellitas de un licor casero, o paquetitos de golosinas para los hijos pequeños, regalos de empresa, …) que les entregamos después de la cena, al despedirnos. Una vez más, dependerá de la naturaleza tanto de la reunión como de la relación con los invitados.

   Estos diez mandamientos se encierran en dos: respeto y elegancia. No se trata de agasajar hiperbólicamente a nuestros amigos o clientes, pero sí de tratarlos con una actitud distinguida y generosa, lo cual, si se tienen sentimientos de afecto (o si existe interés comercial) por ellos, será cosa fácil.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Mesa presidencial: nociones procesales.

   La mayoría de los eventos que tienen lugar con carácter público, es decir, aquellos que concitan a un número de asistentes más o menos numeroso, ya sean de iniciativa u organización administrativa, ya de orden privado, implica una distinción: los que están en mesa presidencial y los que no.

   El mayor quebradero de cabeza al que ha de enfrentarse un anfitrión u organizador de este tipo de eventos es “¿Quién se situará en la mesa? ¿Cuántas personas son? ¿A qué institución representan? ¿Cómo será la ubicación?”. Ármense de paciencia los que tengan que decidir, responder y solucionar estas cuestiones. El último grito en actos es el fenómeno que podríamos llamar “Que venga todo el mundo y que se sienta bien tratado”, que suele conllevar una aglomeración, una caótica e indiscriminada presencia de personalidades en la mesa presidencial, porque se juntan demasiados intereses políticos, económicos, sociales, mediáticos, y los organizadores-promotores quieren tener a todo el mundo contento... salvo al responsable de protocolo, a quien se le ocurren más de mil maneras de asesinar (o asesinarSE) ante las propuestas de sus jefes o clientes.

Mesa presidencial de la apertura del curso 2010-2011 en la Real Academia de Farmacia
   Pero, por fortuna para mí, en este caso sólo se trata de, una vez decidido el “quién” y el “cuántos”, ver el “cómo” se colocan. Para empezar, la regla general es que presida el anfitrión, es decir, el mayor representante de la entidad organizadora, salvo que quiera ceder ese honor a un invitado destacado por su rango, por su cargo, por su patrocinio o por una especial consideración.

   En una mesa con número de autoridades impar, el miembro de mayor precedencia ocupará el puesto central. El resto, se colocarán a derecha e izquierda en alternancia. El segundo, a la derecha (la izquierda, desde el punto de vista del espectador) del presidente. El tercero, a la izquierda del presidente. El cuarto a la derecha del segundo, y así sucesivamente.

Mesa de composición impar.

   En una mesa par, preside quien ocupe, de los dos puestos centrales, el de la derecha (la izquierda, desde el punto de vista de la platea). El segundo, a la izquierda del presidente, en el otro sitio central. El tercero, a la derecha del presidente. El cuarto, a la izquierda del segundo, y así sucesivamente. Como vemos, si la mesa es par, la colocación de los miembros es opuesta al caso de la mesa impar.

Mesa de composición par

   Por último, en cuanto a las intervenciones, lo primero es recordar que estar en mesa presidencial no conlleva necesariamente la necesidad de decir unas palabras. Ni mucho menos. Piénsese en la entrega de Premios Príncipe de Asturias. Hay cuatro personas en la mesa: SS.AA.RR. los Príncipes, el Sr. Presidente de Asturias y el Sr. Presidente de la Fundación. Y ni la Princesa de Asturias ni el Presidente del Principado intervienen.

   En cualquier caso, lo lógico es que el orden de discursos, en una mesa con cuatro miembros interviniendo todos, sea el siguiente:

a- palabras de bienvenida del número 1.
b- discursos de los demás miembros en orden inverso a su precedencia: primero el número 4, luego el número 3 y luego el número 2.
c- discurso final y clausura por parte del número 1.

    Si hay moderador o maestro de ceremonias, las palabras de bienvenida correrán de su cuenta, y será quien vaya dando la palabra a los distintos discursantes.

Mesa Presidencial en la última ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias

   Realmente, esto es más importante de lo que parece. No pase como en un acto académico al que asistí, organizado por una supuesta experta en ceremonial, en que el incomprensible orden de intervenciones fue: 4, 3, 6, 2 y 1. Y para mayor disparate, el 4 y el 3 hablaron desde atril, mientras que 6, 2 y 1 lo hicieron desde micrófono de mesa. Aberrante... triste y sencillamente aberrante. Pro cierto, como dato de interés, diré que la experta era... ¡¡el 6!!.

   No cuesta nada hacer las cosas bien, y si bien no será menester flagelar a los miembros de la mesa hasta que se aprendan al dedillo estas normas, sí es preciso un breve ensayo, o una nota aclaratoria a los oradores donde se resuma someramente este protocolo. Ya la sucesión de acontecimientos suele traer consigo una tendencia inexorable a que todo se vaya torciendo... imaginen si no ponemos ningún tipo de freno a que ello ocurra.

   Como siempre, en el medio está la virtud.