martes, 8 de noviembre de 2011

La Segunda Dama "adveniente".

   Todo el mundo analiza el debate de ayer y se pregunta quién será el nuevo Presidente. Yo, en cambio, pienso quién será Primera Dama. Primera Dama...curioso término... además de ser, pudiera pensarse, la primera ficha que se come en el juego de mesa homónimo, dícese de la cónyuge de quien ostenta el cargo de Primer Ministro o Presidente.

Doña Sonsoles Espinosa, la última Segunda Dama, y Su Majestad la Reina.

   Pero yo, en mi enrevesada y pertinaz malevolencia, haría un par de matizaciones, ambas de mi personal opinión. La primera es que esta nomenclatura, acertada en países presidencialistas donde estas señoras son las esposas del Jefe de Estado, me parece errónea en el caso de países cuyo Jefe de Estado es un Rey o una Reina. Así, por ejemplo, llamar Primera Dama a la esposa del Presidente del Gobierno español, a la esposa del Primer Ministro Británico o la esposa del Primer Ministro holandés, pongo por caso, es dar más preeminencia de la que compete. En el caso de países como Jordania o Bélgica, donde las Reinas viudas siguen ostentando el título de Reina (cosa que espero que suceda con Doña Sofía, llegado el caso), la esposa del Jefe del Gobierno pasaría incluso a ser Tercera Dama.

El programa "Caiga Quien Caiga", con El Gran Wyoming a la cabeza,
 llamaba "Segunda Dama" a la esposa del Presidente del Gobierno.

   La otra puntualización tiene que ver con la igualdad: el marido de la Presidente-Jefe de Estado de una nación, ¿no debería por tanto recibir el apelativo de “Primer Caballero” o “Primer Varón”?. Considero que así habría de hacerse, y sin embargo siempre he escuchado “el marido de”, “el esposo de” o “el cónyuge de”. Habrá de cambiar, pienso yo, esta actitud. Por suerte, en pleno siglo XXI se dan estos casos y han de tratarse con la elegancia y normalidad que los tiempos exigen.

Laura Bush y Michelle Obama, las últimas Primeras Damas de EEUU.

   Salvo algún que otro patinazo (al que cada cual dará mayor o menor trascendencia), digo con total franqueza que en España, a mi modo de ver, no hemos tenido mala suerte con nuestras Segundas Damas. No han sido especialmente escandalosas, ni se prodigaron en exceso en los eventos de notoriedad, sabiendo guardar la compostura y reconocer su función. Claro, todo ello, con mejor o peor fortuna y acierto, pero reafirmo mi satisfacción.

   En estos momentos, de los resultados de las elecciones surgirá un residente en el Palacio de La Moncloa que no lo ha sido antes. Ningún candidato será reelegido, pues ambos concurren a los comicios sin haber sido Presidentes anteriormente. Y de ahí saldrá, por tanto, una Segunda Dama que no ha desempeñado tal papel, tampoco.

Doña Pilar Goya y Doña Elvira Fernández Balboa,
esposas de los candidatos socialista y popular, respectivamente.

   Confío en que, sea quien sea la designada para tal circunstancia, en esto yo no entro, sepa llevar con dignidad y empaque el puesto que tiene. Y, sabiéndose Segunda Dama, sepa encajar todo lo que ello conlleva: respeto a la Primera Dama (S.M. la Reina), consciencia de su propio lugar, humildad, solemnidad y determinación en sus apariciones públicas, y discreción.

   Aconsejo que siempre se conduzca con naturalidad sin caer en la vulgaridad, que no sea estricta ni severa en el gesto o sus palabras sino afable y sonriente, ni tampoco excesivamente permisiva o indulgente con su imagen y la de los suyos sino coherente y precisa, y que, en definitiva, sea consciente, al igual que su marido debiera serlo, de su función de deber y servicio a los ciudadanos.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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