martes, 28 de febrero de 2012

Casi no quedan parejas elegantes.

   Veo las palabras de Chritsopher Plummer a su esposa, en su discurso de agradecimiento por el Oscar a Mejor Actor de Reparto y repito inconscientemente una frase muy oída y muy cierta: ya no quedan parejas como las de antesAún a riesgo de parecer carca, y plenamente consciente de que voy a recibir críticas feroces, atroces y voraces (lo cual no me importa demasiado porque soy “muy así”, como diría Mafalda), tengo una sentencia que dictar: estamos ante una polarización extrema en las relaciones. Y, lo más grave, ninguna de las dos clases es elegante.

Christopher Plummer, agradecido a su esposa, estatuilla en mano

   Por un lado tenemos la clase de cortejo más primitiva, bizarra y cazurra, enfocada casi en exclusiva a la apariencia y buscando compañía en el sentido más vacío, sin preocuparse por la compatibilidad emocional. Antiguamente, este tipo, vasto y desagradable, se circunscribía a ámbitos determinados, pero hoy se puede contemplar en cualquier lugar, clase social o entorno. Incluso en los medios de comunicación hay programas dedicados exclusivamente al solaz esparcimiento de estos especímenes. Por lo general, son personas que gustan vestir descocadamente, mostrando sus atributos físicos y que utilizan lenguaje poco (o nada) elevado con su pareja, y muchas frases hechas que oyen en esos mismos programas. Sí, es todo un ejemplo de círculo vicioso.
Logotipo de uno de los programas a los que me refiero.

   Además, obedecen a ciertos clichés nada favorables, no sólo desde el punto de vista de la elegancia, sino ya en lo tocante a conciencia y autoestima sociales: los celos, la posesividad, el machismo, la promiscuidad selectiva (“yo puedo relacionarme con quien quiera, pero pobre de mi pareja si lo hace”) y, como base de todo eso, el egoísmo y la discriminación. A este respecto, es preocupante (al menos, tal es mi parecer) que un miembro de la pareja tenga carta blanca para hacer lo que se le antoje y que el otro miembro tenga que aceptarlo de plano o se tenga que conformar con ridículos premios de consolación. Sin duda, lo grave es que el otro se conforme y, efectivamente, acepte estas condiciones.

Pareja empalagosa en público.

   En el otro polo, están los que llegan a niveles alarmantes y saturantes de empalago y reiteración. Que nadie se engañe, este extremo es igual de peligroso que el anterior, porque perpetúa unas determinadas conductas disfrazándolas además de un  romanticismo presuntamente positivo, que en realidad carece de contenido. ¿Cómo reconocer a este segundo tipo? Es muy sencillo, ya que “por sus actos los conoceréis”. Son personas que hablan engoladamente, usando palabras cursis, pertrechados con regalos “de película” (rosas rojas, osos de peluche o algo que tenga forma de corazón como colgantes, pulsera, gemelos, dibujos de la corbata, pegatinas en el móvil, …), que siempre están manifestando su amor en público, y que no demuestran ningún tipo de trato especial a su pareja, es decir, que tratan igual a toda persona que ocupe ese puesto.

Típicos símbolos de amor que de tan repetidos devienen en fúitles, inanes, fríos.

   Una cosa fascinante, sobre todo en lo tocante a esto último, es que no llaman a su pareja por su nombre de pila o por un apodo exclusivo, propio, sino por motes NADA originales (cariño, tesoro, cielo, cuchicuchi, bichito, …). Francamente me maravillo de la cantidad de gente que gira la cabeza cuando alguien grita en plena calle “¡¡Cariño, espera!!”... es como si todos estuviesen emparejados con todos. Así pues, propongo que cuando su pareja les llame algo así por primera vez, le corrijan inmediatamente diciendo: “No me llames -menciónese aquí el mote de marras- ¿o acaso estás saliendo con el 95% de la población?”.

   Cuando alguien quiera seducir a alguien, o alguien esté siendo seducido por otro, analicen bien la estrategia que se sigue. Daré ahora consejos para, gracias a sencillos gestos y datos, descubrir a una posible pareja indeseable o, si nos vemos reflejados en ellos, asumir que los indeseables somos nosotros. Fíjense, sobre todo, en:

Julia Roberts y Patrick Bergin, en "Durmiendo con su enemigo" (1991)

-  que la mirada de quien está pretendiendo sea limpia y franca, sin que sea huidiza, pero tampoco invasiva.
-  que sus gestos sean mesuradamente tímidos y mesuradamente seguros. Una excesiva seguridad implica soberbia, y una excesiva timidez puede significar un cambio abrupto de personalidad cuando la pareja esté afianzada.
-  que la actitud respecto de su espacio vital no sea demasiado opresiva, lo que sería dato inequívoco de posesividad. Es lógico que quieran estar junto a la persona que les gusta, pero con limitaciones.
-  que las demostraciones de afecto, si son en público, sean mínimas y en todo caso correctas. Lo contrario implicará, con total seguridad, que estamos a una persona celosa que puede llegar a ser peligrosa.
-  Que los regalos o detalles sean realmente detalles, es decir, que si su color favorito es el azul, les traigan una bufanda azul y no amarilla (salvo que les vaya a hacer juego con otra cosa que ya tienen, pero que NO ha sido también regalo suyo... lo contrario puede ser síntoma de obsesiva manipulación). Los regalos excesivamente onerosos suelen conllevar una oculta inseguridad de quien los regala y los mencionados regalos “de película” denotan falta de implicación emocional o de originalidad.
-  que deje que la relación lleve y adopte su propio ritmo. Un acuciante interés por conocer su casa, padres, amigos, etc., no es buena señal. Del mismo modo que una negativa tajante e indefinida a que Ud. conozca su casa, padres, amigos, etc., puede suponer que esté Ud. perdiendo el tiempo,… como mínimo.

Max de Winter (Laurence Olivier en el cine) demuestra cuán
malo es fiarse de las apariencias en la obra de Daphne du Marier.

   Obviamente, todo lo anterior no son reglas matemáticas, sino pequeños trucos de análisis que deberán aplicarse con juicio y sin paranoias. Se supone que todos tenemos una especial habilidad (incluso científicamente demostrada en algunos aspectos) para percibir una mayor o menor compenetración con los demás. ¡Usémosla!. En resumen, no hay nada como la naturalidad. Si alguien nos gusta o le gustamos a alguien hemos de hacer uso de los nervios lógicos, disfrutar ese momento de vacilación “le gustaré, no le gustaré, le gustaré”, y procurar mostrar y ver la verdadera forma de ser de cada uno. ¿Que sale todo bien?... maravilloso... ¿que al final no cuaja la historia?... maravilloso también, y aplicamos lo de “cero al cociente, y bajamos la cifra siguiente”.

   El amor, la atracción, el emparejamiento, es algo tan hermoso, que nos hace sentirnos tan vivos, que no debemos estropearlo ni dejar que nos lo estropeen. Las personas con conductas soeces, tensas, empalagosas, angustiosas, apremiantes, insensibles, que nos impiden disfrutar del cortejo, deben ser erradicadas “ipso facto” de nuestras vidas. El tiempo es demasiado valioso para perderlo y, sobre todo, puede que si mantenemos estas situaciones insanas, acabe siendo demasiado tarde cuando hayamos decidido desembarazarnos de ellas.

   Como siempre, en el medio está la virtud. 


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