lunes, 13 de febrero de 2012

Con lo fácil que es seguir las normas...

    Últimamente hemos visto mucha creatividad, un tanto de improvisación y un mucho de incorrección en los aspectos más formales de acontecimientos más o menos importantes.

   Los criterios que se esgrimen para justificar estas, en mi opinión, garrafales e inefables meteduras de pata son de lo más variopinto... como se suele decir, “hay para todos los gustos”: razones políticas, razones estéticas, lavados de imagen, acercamiento al pueblo, etc.

Al recibir al Presidente de Cataluña, no había bandera de Europa, que sí se utilizó
en el encuentro con el Presidente de Murcia. Este cambio... ¿a qué se debe?

  Me pregunto a qué viene eso de cambiar las cosas. Y de cambiarlas, hacerlo bien. Por ejemplo, si un invitado nuestro es alérgico al marisco, no pondremos de entrante una tartaleta de cangrejo y gambas, sino una tartaleta de espinacas y jamón... lo que no podemos hacer es servir una tartaleta de sucedáneo de cangrejo y gambas, porque aunque el invitado alérgico podrá comerla, los demás invitados estarán degustando un entrante de baja calidad, en comparación con el que podrían haber probado ya que ellos NO son alérgicos.

   Con los elementos más ceremoniosos u oficiales pasa lo mismo. Si para contentar a un sector de la población, un Estado o un grupo político se colocan las banderas de un modo incorrecto (o deja de incluirse alguna de colocación preceptiva), se está ofendiendo o puenteando a la población, Estado o partido político cuya enseña resulta perjudicada en la oficiosa colocación.

Tras el ex-Presidente de los Países Bajos, la bandera española está bien colocada...
no así en la entrevista con el ex-Presidente de Colombia. 

   A veces, el problema está en seguir la moda. Pero hay que tener presente un factor crucial: los diseñadores crean con fines creativos o comerciales atendiendo, respectivamente, a su propia inspiración o a los gustos de su público o clientela potenciales. Rara vez piensan en la etiqueta o el protocolo en la vestimenta de los actos, ya que no es ese su cometido. Si alguien se guía, por tanto, por las últimas tendencias a la hora de acudir a un evento oficial o solemne, puede que no respete las normas de indumentaria. Así que, después de ser criticado, que le reclame al lucero del alba.

   Pensemos en una receta de cocina. ¿No aparece siempre al lado de cada ingrediente, la cantidad, siquiera aproximada, que habremos de utilizar en función del número de comensales? ¿Y no se indica el tiempo de horneado y la temperatura a la que debe estar el fuego durante la cocción? Y todas estas indicaciones las seguimos a pies juntillas por la cuenta que nos trae, ¿no es así?. Pues entonces, no alcanzo a comprender por qué las normas de protocolo se saltan a la torera con tal impunidad y sin remordimiento alguno.

Ver a la esposa del Príncipe de Asturias, uniformado, de esta guisa en
un acto militar solemne en Marín, indigna y sorprende a partes iguales.

  Aunque es cierto que las pautas del ceremonial pueden revelarse en algunos casos insuficientes, y ahí sí que será necesario aplicar la creatividad o hacer las cosas a ojo de buen cubero, ello no quita que los actos o las facetas de un evento (precedencias, banderas, orden de entrada y salida, intervenciones, …) que están sobradamente reguladas deban observarse. No se puede incurrir en aberraciones como las que estamos viendo últimamente, pretendiendo ampararse bajo el paraguas de la conveniencia o de la estética. Aunque también me hago cargo de que mucha culpa la tiene el intrusismo en la profesión de comunicación y ceremonial.

   Como siempre, en el medio está la virtud.



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