jueves, 1 de septiembre de 2011

Yo tenía un tímpano…


… nuevecito, a estrenar, pero ya está para el desguace. ¿La culpa? Pues un poco de todo.

   Considero que no es preciso hablar a gritos, o poner el volumen de la música al máximo, o mantener una conversación trascendental en plena vorágine acústica (discoteca, exhibición aérea, espectáculo pirotécnico, mercadillo...). Pero seguramente sólo yo pienso así, porque el resto del mundo, simplemente, lo hace.

   
   Hay una extraña regla de tres, un perverso silogismo que socialmente se ha ido generando que consiste en que “cuanto más grite, más podré decir o más razón tendré”. Es cierto que la gente ya no sabe conversar, y que a veces, sobre todo tratando temas cruciales, nos obligan a hablar atropelladamente, antes de que nos interrumpan (porque más temprano que tarde, haciendo caso omiso a lo que digamos y su relevancia, alguien nos interrumpirá). Problema de difícil solución, sólo subsanable por una férrea voluntad de comunicar, aderezada con la proverbial paciencia del Santo Job.

   Pero aparte de las carencias de educación o respeto de los interlocutores, hay un elemento que muchas veces se obvia y que da al traste con cualquier intento comunicativo: las estridencias del ambiente.

   Incluso a nivel mediático se perpetra este crimen auditivo. No me explico por qué en las películas, en los reportajes, en las entrevistas, hasta en los telediarios, es necesario que la música de fondo eclipse al propio locutor. Es más, la mayoría de las veces, es innecesaria la mera existencia de dicha música en el momento mismo del discurso. ¿De qué sirve ver a un reportero comentando los últimos ensayos de Ainhoa Arteta con la soprano cantando justo detrás de él... si ni se escucha bien cómo canta ella ni se aprehende lo que aquél dice? Y todo es por ese afán de simultanear elementos.


   Lo lógico desde el punto de vista de la comunicación, del entendimiento, es evitar interferencias en la transmisión del mensaje. Y si el sonido ambiente o la música se usan para realzar o enfatizar, habrá de hacerse de un modo pertinente. Es muy comprensible (recomendable, incluso) que una noticia sobre la fuerza del oleaje durante un temporal utilice el propio sonido del mar batiendo contra las escarpadas rocas... pero la noticia es el temporal... y si no se escuchan los datos sobre la fuerza del viento, la altura de las olas, o el estado de la marea... bastaría con que el cámara grabase a la naturaleza en ese contexto, y nos ahorraríamos el sueldo del periodista que narra la información... o que mueve los labios, al menos, porque las palabras se las lleva el viento (nunca mejor dicho) y no consiguen ni llegar al micrófono.


   La música amansa a las fieras, el sonido del mar relaja, los trinos de los pajarillos nos transportan a paisajes idílicos... pero cada cosa a su tiempo... ¡y en su volumen!

Como siempre, “en el medio está la virtud”.

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