Lo primero que me viene al pensamiento es: ¿le habrán cobrado?. Porque, igual que si la modista nos deja una chaqueta peor que cuando la llevamos a arreglar, no le pagamos, supongo que esta señora, viendo el desastre sobre su rostro, se habrá negado en rotundo a abonar los honorarios del cirujano. Pero sigo leyendo y reconoce que está encantada (aunque puede ser una manera de no asumir públicamente que la han dejado horrible).
Lo segundo que recapacito es: ¿por qué la gente hace eso... por qué se operan desmesuradamente? Recuerdo a Lucía Bosé, mujer admirable y temperamental donde las haya, que decía que nunca eliminará las arrugas de su cara, porque cada una ha salido por reírse o por llorar, y no quiere borrar los motivos que la llevaron a una cosa o a otra. Me parece elegantísimo este modo de ir asumiendo los años que pasan.
También hay ejemplos de jóvenes, como los de Uma Thurman o Cindy Crawford, que se negaron a alterar quirúrgicamente su nariz y su lunar, respectivamente, y al final se han convertido en su sello estético de identidad.
Cindy Crawford |
No obstante, esa no es la actitud mayoritaria. Por supuesto, si a alguien no le gusta su mentón o su nariz, o se nota los párpados muy caídos, o ve que le sobra papada, y lo quiere cambiar para sentirse mejor (y a mí no me pide ni un céntimo para hacerlo), ¡adelante!. Lo que me resulta incomprensible es el extremo, la obsesión por la cirugía. Porque no es distinguido, no tiene clase, amén de ser poco saludable.
No hace mucho leía que en Hollywood están desesperados porque las actrices (y cada vez más actores), con tanta inyección botulímica en la cara, están perdiendo expresividad. Efectivamente, alguna parece que está teniendo una reacción alérgica a la picadura de un insecto o a algún ingrediente del almuerzo.
Si una persona se opera para parecer más joven y el resultado es esa persona hinchada con aspecto de estar enferma, cianótica, a tratamiento médico con cortisona, o a punto de sufrir un “shock anafiláctico”, es síntoma de que algo no ha ido bien.
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