domingo, 10 de marzo de 2013

Simbólicamente

   En una época donde es motivo de alivio que no se silbe con intención denigrante la interpretación del himno nacional, donde la bandera española sólo se puede exhibir sin miedo a represalias tras una victoria deportiva, y donde el escudo de armas del país es denostado, incluso oficialmente, desde el punto de vista heráldico, es preciso hacer un estudio de los símbolos, siquiera brevemente.

   Los símbolos no son nada en sí mismos: un trozo de tela, unos colores, una partitura. Pero detrás de sí contienen un valor de representación de todo un grupo poblacional, y han de ser respetados por propios y extraños. 

Cesión de personas, pero no de banderas.
  Buen ejemplo de ello es la colocación de las banderas de España y México durante el coloquio del recién investido Presidente Peña Nieto con Su Alteza Real el Príncipe de Asturias. Aquí se ve cómo las personas (contingentes, hoy están y mañana no) sí ceden y así tuvo a bien el Presidente ceder el sitio de la derecha a Don Felipe. Pero las banderas no ceden: primero la del lugar, la oriunda, la que representa a la nación que se está pisando, y después las demás. Hay mucha costumbre de emplear las banderas para gestos de cortesía, lo cual considero un tremendo e irresponsable error. La cortesía es un atributo humano, no extrapolable a las banderas u otros símbolos de tal envergadura. 


   En el ejemplo contrario, recordemos a ciertas jugadoras de fútbol que en  los Juegos Olímpicos de Londres, el pasado verano, se negaban acertadamente a pisar el terreno de juego, con riesgo de que el partido llegara a ser suspendido. ¿Por qué? Pues muy sencillo: en el marcador electrónico aparecía la bandera de Corea del Sur, aunque el equipo que iba a jugar era la selección femenina norcoreana.   


Banderas de Corea del Norte y Corea del Sur. Las diferencias son evidentes.

   ¿Ignorancia? ¿Irreflexión? ¿Atolondramiento? Por desgracia, no importa el motivo, sólo el resultado: la ofensa a dos Estados que, además, en este caso mantienen entre sí una relación peliaguda. Aunque personalmente lo achaco a un lapsus momentáneo, es imperdonable la falta de revisión y cotejo previos. 


   Para saber cuál es la bandera o himno de un país, en eventos de gran calado, será muy aconsejable contar con la colaboración del Ministerio de Exteriores o, como era el caso, si la sede es capital de país (y Londres lo es), nada más directo que contactar con las Embajadas, que facilitarán información fidedigna sobre este extremo. Otra opción fantástica es elaborar con antelación el material. Por ejemplo, la Orquesta Filarmónica de Londres grabó la interpretación de 205 himnos, hazaña en que ocupó más de 50 horas, y fueron esas grabaciones las empleadas en los Juegos Olímpicos. 

Escudo de la Selección Española de Fútbol,
no acorde con el modelo oficial ni con el heráldico tradicional.

   Sin embargo, lo más grave es cuando estos vicios y mala praxis en lo tocante a la utilización de símbolos afecta a los propios, es decir, cuando un himno o una bandera no son respetados en su dignidad y su forma dentro de su país por motivos ideológicos, políticos, sociales, o estéticos.

   Dado que tras estos objetos hay emociones, representatividad y soberanía, tratémoslos como merecen tanto ellos como los conceptos que encierran.

   Como siempre en el medio está la virtud. 



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