lunes, 11 de febrero de 2013

Más papistas que el Papa


   Estamos inmersos en una vorágine de dimisiones, abdicaciones y renuncias, y no sabemos muy bien a qué nos enfrentamos en según qué casos, por lo visto. Entre las dimisiones que se piden y no llegan, las que sí se comentan como ejemplo de coherencia, e incluso los anuncios de abdicaciones de cabezas coronadas como la de Su Majestad Beatriz de los Países Bajos, está el asunto algo confuso.   

  Ha renunciado Joseph Ratzinger a su oficio como Obispo de Roma y, por añadidura, como pontífice. Ésta es la noticia. Cómo se está transmitiendo y debatiendo es otra cosa. 



   Según el Código de Derecho Canónico, en su canon 332,  se establece que "Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". Y hoy Benedicto XVI ha dado cumplimiento a estos dos requisitos en su aviso de renuncia. 

Por otro lado, en cuanto a la renuncia en general a cualquier oficio religioso, disponen los cánones 187 y 189 que ha de presentarse por alguien en su sano juicio, alegando causa justa (si bien en este caso, al no depender de aceptación, la causa justa la valora el propio renunciante), y en presencia de al menos dos testigos. 



El "anillo del pescador" de Benedicto XVI, en tanto que sello del Sumo Pontífice,
habrá de ser destruido cuando éste presente su renuncia.


   Y hasta aquí lo que hay que ver. No tiene más ciencia. No hay más observaciones al respecto. No hay que liar la maroma y buscar tres pies al gato. 

   Ayer mismo, los medios de comunicación demostraron muy poca labor de documentación y muy poco rigor acerca de la duración de la versión breve del himno. Son 27 segundos, y hubo medios que redondearon a la baja, y otros al alza, pero casi ninguno dio la cifra exacta. Hoy, se repite la historia acerca de cómo debe denominarse a la renuncia del Sumo Pontífice. Unos lo llaman "dimisión", otros lo llaman "abdicación", y alguno habrá que lo llame "paseo por la dehesa". Y lo peor: que cuando son corregidos al respecto, porfían y no cejan en su empeño de perpetuar el error. Incomprensible, máxime habiendo norma escrita a propósito del asunto.

   Como siempre, en el medio está la virtud.




viernes, 21 de septiembre de 2012

Para contestar así... mejor no hacerlo.

 Acabo de enterarme de esta noticia publicada en El Economista donde se recoge una respuesta a una postulación laboral.

   Por una parte, sí es cierto que el correo electrónico remitido por Carlos es claramente genérico. Y los expertos en Recursos Humanos aconsejan informarse previamente sobre datos de la empresa, su labor, e incluso, de ser posible, obtener un nombre o puesto concreto dentro de la misma al que dirigir el "curriculum vitae". Hasta aquí, fallo de Carlos.

Imagen de la conversación entre Carlos y la empresa
 
   Por otra, la respuesta que se le da es exageradamente desagradable, engreída y nada profesional. Para empezar, acusar a una persona por no tutear es directamente incomprensible. Aunque alguien solicite puesto laboral a una persona de menor edad que la suya, el tratamiento correcto es el de "Usted" porque, como decía mi abuela, no hemos desayunado juntos esta mañana, así que no veo de dónde se pueden tomar esas confianzas sin permiso ni trato previos.

   Para continuar, el lenguaje es excesivamente coloquial, con lo cual el propio mensaje didáctico (si es que se pretende tal cosa en esa respuesta) pierde efectividad, dando paso a una relajación absoluta de las formas y, por ende, pérdida vertiginosa de credibilidad por parte de la empresa que contesta.

   Por último, lo que es absolutamente intolerable, ya no sólo desde el punto de vista de la educación, los modales o el respeto, sino incluso desde un enfoque más económico, laboral o de eficiencia, es que la respuesta se dé sin haber leído el perfil profesional de Carlos. Me explico: si Carlos fuese realmente una persona influyente (cosa que no sabemos y no deja de ser posible) podría dedicarse a hundir la imagen de la empresa. Del artículo se colige, de hecho, que la reputación digital de la misma quedó muy dañada a raíz de la repercusión que tuvo en las redes sociales todo este asunto. Y, por otra parte, imaginemos que Carlos fuese el candidato perfecto, efectivamente, y que la empresa responde así dando por sentado que no lo es: la empresa habría perdido un activo muy valioso para sus intereses, dejando de contratar a alguien inmejorable porque ha tenido el error de remitir un correo genérico.
   

Así pues, y dado que se trata de una empresa dedicada a la Comunicación, sólo podemos decir que "en casa del herrero cuchillo de palo", y que Carlos podría haber replicado, perfectamente, algo parecido a esto:

"Viendo que en esta empresa hay tanto tiempo disponible para responder tan prolijamente a mi solicitud laboral, y tomando tal circunstancia como que la carga de trabajo no debe de ser mucha, casi es mejor para mis intereses que hayan descartado mi candidatura, motivo por el cual les doy infinitas gracias. Atentamente, etc."

  Aconsejo a los responsables de la Comunicación de las instituciones públicas y privadas que respiren hondo antes de responder... o no responder, directamente, si las técnicas de relajación no sirven en ese momento.    

   Como siempre, en el medio está la virtud.





domingo, 12 de agosto de 2012

Identifíquese... o no pasa.

   La última noticia que leo sobre Londres pone ante mí un oxímoron de envergadura olímpica, nunca mejor dicho: un miembro de la organización de los Juegos Olímpicos impidió el paso hacia la zona mixta (espacio reservado para deportistas) a Su Majestad Doña Sofía y a Su Alteza Real D. Felipe, ya que carecían de acreditación. No sirvió el argumento de su real identidad y su intención sanísima de felicitar a un deportista español, el taekwondista Nicolás García, por la medalla de plata recién obtenida.


   Aquí está la paradoja a que me refiero: un mal profesional que cumplió indudablemente con su deber. Este galimatías se explica desde dos momentos temporales, aplicando analógicamente la teoría jurídica de la causalidad... muy útil, por otra lado, para establecer las responsabilidades:

- Causa próxima: en ese momento, el responsable de la zona acotada impide diligente y correctamente el paso a personas "a priori" no autorizadas ni identificadas como para acceder a ella. Hasta aquí, todo bien.

- Causa remota: el "pero" es que, siendo miembro de una organización de este calibre, no sólo por su relevancia mediática, sino también por su implicación internacional, la participación de Jefes de Estado y de Gobierno, relaciones diplomáticas, e incluso desde un punto de vista emocional (tanta adrenalina, tensión y sentimientos aflorando a la vez), ha de haber un ejercicio previo de preparación y, si es menester, memorización de rostros.

Nicolás García, con su medalla de plata en taekwondo.

   Porque este incidente sólo puede deberse a dos motivos: el miembro de la organización desconocía a esos miembros de la Familia Real española, o bien sí sabía quiénes eran pero, al no llevar éstos su acreditación, utilizó esta circunstancia para intentar degradar a los regios individuos cortándoles el paso.

   En cualquier caso, ante cuestiones de responsabilidad del tipo "¿Debe saberse él los rostros o debe el Comité Organizador facilitarle una lista con las personalidades de obligado conocimiento?", hay que hacer una apreciación: bien es cierto que no tienen que conocer a la flor y nata de todos los países, pero... ¿no sería esperable que conozcan al menos a los diplomáticamente relevantes? Es decir, los miembros de los Gobiernos, Jefaturas de Estado, Familias Reales, Presidentes de los Comités Olímpicos de cada país son celebridades que no necesitan, como suele decirse, presentación o, en este caso, acreditación. 


   Porque, a quienes se enrocan en el argumento de que no llevaban acreditación y es ésta un elemento imprescindible y nunca soslayable (así debería ser), les pregunto: si fuese Su Graciosa Majestad Isabel II la que quería acceder sin acreditación, ¿también le habría puesto freno? Quizás este sea un ejemplo demasiado excesivo, ya que es súbdito suyo, pero... ¿y si se tratara de David Beckham? ¿Y si fuese Hugh Grant? Quizás habría hecho gala del mismo celo profesional... o no. Dado que hoy finalizan estos Juegos, casi podemos decir que "nunca lo sabremos".

   Como siempre, en el medio está la virtud.






sábado, 28 de julio de 2012

Londres se marca un triple


   Anoche, Londres se convirtió, oficial y definitivamente, en la primera sede olímpica triple, es decir, la primera ciudad en albergar por tercera vez unos Juegos Olímpicos. La Ceremonia inaugural, que comenzó a las 22'00 horas con absoluta puntualidad, constituyó simultáneamente el punto final de la Olimpíada y el punto de partida de los Juegos Olímpicos.

Fuegos pirotécnicos sobre el estadio olímpico para festejar el magno evento
   Tras una primera fase recreando la campiña inglesa, y con una espectacular transformación del espacio, se llegó a una recreación dickensiana de la revolución industrial, que sirvió muy inteligentemente como hilo argumental para la forja del último aro, el cual se elevó hasta completar, junto a sus cuatro compañeros, un símbolo olímpico del que saltaban chispas, literalmente.

   El sentido del humor también hizo acto de presencia de la mano de Rowan Atkinson y de Daniel Craig. De hecho, para la entrada solemne de Su Graciosa Majestad, Isabel II, se hizo uso de un cómico vídeo donde James Bond recoge a la soberana y la escolta en helicóptero hasta el estadio. Momento distendido que dio lugar a una de las escenas climáticas de la noche: recibimiento oficial de la Reina por parte del Presidente del COI, e izado de la bandera de Gran Bretaña mientras un coro de niños sordomudos entonaban el himno “Good save the Queen”. Isabel II ocupó su lugar en la presidencia del palco de honor, junto al Presidente del Comité Olímpico Internacional, segunda autoridad en precedencia del evento.

Isabel II, ovacionada al ocupar su puesto presidencial en el palco

   Mucha música británica (y alguna que no lo era, pero que sonó igualmente) durante toda la ceremonia, y varios homenajes e intervenciones de personalidades destacadas de Reino Unido fueron nota común y lógica de los distintos movimientos, habiéndose de incluir en este grupo no sólo personas presentes, sino también ya desaparecidas o incluso ficticias como Mary Poppins o la Reina de Corazones.

   Todas las actuaciones terminan llevando inexorablemente a otro acontecimiento crucial: desfile de las delegaciones de deportistas. En total, desfilaron 204 países, encabezados por Grecia (prerrogativa que ostenta por ser la cuna histórica de los Juegos Olímpicos). Las delegaciones hacían su entrada por el nombre de cada país en orden alfabético inglés, lengua de Reino Unido, país sede, cuya delegación fue la última en acceder al estadio, en tanto que anfitrión. Cada delegación iba acompañada de su bandera, que se entregaba a un voluntario para que la hincase en algún punto de una colina artificial, y de un niño con una especie de cuerno de la abundancia, cuyo protagonismo se adivinaría más adelante. España desfiló en 172ª posición, siendo abanderado un sonriente y orgulloso Pau Gasol. 

La bandera portada anoche no era la misma que se entregó a Rafael Nadal cuando se le otorgó tal honor (al que tuvo que renunciar porque una lesión le impidió participar en los Juegos), ya que el escudo no estaba centrado, mientras que en la asignada al manacorí sí lo estaba.

   Finalizado el desfile (en el que destaca que, por primera vez, en todas las delegaciones sin excepción hay presencia de atletas femeninas), y durante una actuación musical, decenas de ciclistas ataviados con alas luminosas recorrieron la pista del estadio, en clara alegoría a la paloma de la paz. Posteriormente, otro momento solemne de la noche: los discursos del Presidente del Comité Organizador, del Presidente del Comité Olímpico Internacional y, finalmente, las palabras de la Reina dando por inaugurados los Juegos.

   Sólo faltaban los últimos y necesarios pasos, ya puramente olímpicos: la bandera, portada por personalidades de probada valía y calidad humanas, irrumpe en el estadio y es llevada al pie del mástil más alto, donde se iza al son del himno olímpico. Sólo resta la llegada del fuego sagrado, salido semanas atrás del Templo de Hera, en Grecia. La antorcha, a bordo de una lancha, y custodiada por David Beckham, llega por el Támesis a las inmediaciones del estadio, donde es recogida por el penúltimo relevista. Mientras éste la porta hasta el estadio, en el seno de éste tienen lugar los juramentos olímpicos de una atleta, un juez y, por primera vez, un entrenador.

El original pebetero

   La antorcha hace su entrada triunfal y siete jóvenes atletas, designados a tal fin por igual número de olímpicos británicos veteranos, toman en siete antorchas el fuego y lo acercan, en el centro del estadio, y rodeados de todas las delegaciones de deportistas, a los 204 cuernos de la abundancia que llevaban los niños durante el desfile y que ahora se encuentran al final de otras tantas: da comienzo un reguero de 204 llamas olímpicas que, súbitamente, empiezan a cerrarse y juntarse hasta dar lugar a una gigantesca llama. Y se llega al final con “Hey, Jud”, interpretada por Paul McCartney.

   En mi modesta opinión, y más allá de una escenografía cuidadísima, unos tempos perfectamente marcados y un mensaje histórico y didáctico de autobombo (como suele ser habitual), las partes creativas de la ceremonia se me antojaron algo extremas: ora se narraba con excesiva lentitud los acontecimientos históricos, ora se buscaba la emotividad de un modo un tanto descarado. Aunque cada tipo de público pudo entender y disfrutar partes aisladas de la velada, faltó en cierta medida un mayor carácter universal en la transmisión del mensaje global.


   En definitiva, lo mejor fueron las partes más solemnes y simbólicas, las naturalmente olímpicas, y la base musical, que dotó de mayor energía una representación por momentos lánguida y plomiza. Si bien técnicamente fue una ceremonia impecable, no gozó, a mi juicio, de la espectacularidad de anteriores aperturas, ni despertó en mí sensaciones ni emociones distintas de las previsibles.

   Como siempre, en el medio está la virtud





sábado, 30 de junio de 2012

La meteorología y la elegancia


   ¡Ya estamos en verano! Más concretamente, desde las 23:05 horas del día 20 de junio. Es decir, no estoy diciendo nada nuevo. Tampoco descubro el pan de molde si digo que ha habido estos días una ola de calor asfixiante. Y tampoco puede considerarse revolucionaria la afirmación siguiente: la temperatura influye en el estado de ánimo. Pero que sea sabido no quita que sea igualmente cierto y digno de consideración, puesto que todos los avatares, y la meteorología es uno de ellos, pueden determinar la elegancia con que nos mostremos o actuemos, sobre todo cuando las condiciones son extremas.
Vinilo de "Las cuatro estaciones", de Vivaldi

   Por aquello de llevar la contraria al calendario (así de beligerante puedo llegar a ser), empecemos analizando la elegancia en condiciones de frío y lluvia. Sólo en "Desayuno con diamantes" una persona calada hasta los huesos puede conservar cierta apostura o gallardía... y ni aun así. Porque es frustrante salir a la calle con un buen peinado, un buen abrigo o gabardina y un buen paraguas, y que al entrar en algunos vórtices cósmicos de aguacero y viento (los cruces entre dos calles suelen alojar estas turbinas) todo termine sacudido, empapado, encrespado, consiguiendo además que tengamos aspecto entre resfriado y furibundo. Y ¿no es genial que la gente que usa gafas, al entrar en un local cerrado, vea cómo en cuestión de tres nanosegundos se empañan las lentes como si estuviesen en una sauna finlandesa? Aunque todo tiene su lado bueno, y un mercurio bajo mínimos también nos permite usar bufandas, guantes, sombreros, que llevados con estilo, nos devuelven esa distinción y esa calidez invernal tan paradójica y atractiva.
La famosa escena de "Desayuno con diamantes" (1961)

   Pero por si no fuera suficiente, pasada la etapa gélida y lluviosa, aparece ante nosotros una nueva amenaza: el calor.  Las altas temperaturas hacen que nos aflojemos corbatas y camisas, que nos quitemos zapatos o americanas (¡prohibido!), o que rompamos el equilibrio entre chaqueta o chal y vestido. Y ya no hablemos de la sudoración, que a veces se reduce a las axilas, pero otras provocan torrentes en la columna vertebral o en el torso, que traspasan los tejidos. Para eso también hay vías de solución y, como en el caso anterior, se puede mantener a raya al calor sin perder ni un ápice de elegancia, sino que es más, se puede ganar (y mucho) en distinción: usando un abanico, por ejemplo, en el caso de las señoras. En la Armada, de hecho, existe un uniforme específico de verano, en blanco, y que en mi opinión es el más bonito de todas las Fuerzas.
S.A.R. el Príncipe de Asturias, recibiendo honores de ordenanza
con el uniforme blanco (verano) de la Marina Española. 

   Los locales pueden ayudar a evitar estos desaguisados regulando su temperatura. Y no es baladí, la cuestión. Hay que buscar una temperatura confortable en los eventos y en las oficinas. Y confortable no es asarse de calor en enero con un termostato a 26º y tiritar de frío en verano con un huracán de aire acondicionado a 18º. No puede ser que alguien que viene abrigado de la calle (y que no se puede quitar todo al entrar en el banco o en Correos) tenga que soportar cómo los oficinistas están en mangas de camisa, lo cual ya es un horror, mientras se va cociendo en su ropaje invernal. Y tampoco es normal que alguien que entra con tejidos veraniegos empiece a temblar y ponerse azul ante un funcionario que se ha puesto un jersey o una funcionaria parapetada con chaqueta y pañuelo al cuello.


   Es importante, no sólo desde una perspectiva de estilo o de comodidad, sino también analizando el asunto medioambientalmente. Aunque en la calle haga frío, en un edificio cerrado y lleno de personal la temperatura es más elevada "per se", con lo cual la calefacción no necesita estar al nivel de un horno industrial. Y aunque en la calle haga mucho calor, al entrar en un edificio siempre hace algo más de fresco, y existe ropa de verano que los trabajadores pueden usar (manga corta, tejidos finos, ...) de tal suerte que no hay por qué gastar en un aliento gélido procedente de Groenlandia a través del climatizador.

   Lo que no puede ser es coger un constipado por salir a la calle fría sudando tras haber hecho un trámite en una oficina, o por entrar en una oficina con escarcha con atuendo de verano para ir por la calle.

   Como siempre, en el medio está la virtud.








La danza europea


   Se da un curioso fenómeno últimamente al que he querido bautizar como "la danza europea". No sé si se debe a la situación política y económica por la que está atravesando el continente (y todo el mundo, por desgracia), o si es un mero problema de falta de atención, de profesionalidad o de cualificación, lo cual sería más grave, incluso.



   En resumidas cuentas, la bandera europea tiene una parca regulación (quizás demasiado) en cuanto a su uso. En lo que los países miembros atañe, no es obligatorio que ondee en las fachadas junto a la nacional, regional y local, salvo en edificios que acojan instituciones con competencias pertenecientes de un modo directo a la Unión. También se aconseja que ondee el 9 de mayo, Día de Europa, en todos los edificios oficiales de los Estados miembros.

   Por eso, la práctica habitual, dada la optatividad de su uso y colocación, es colocarla en último lugar, si se coloca. No obstante, y volviendo a la idea de inicio de esta reflexión, en los últimos tiempos hay una cierta fiebre europeísta en nuestro país... pero antinormativa y, lo que es más ridículo e inexplicable todavía,  intermitente.
Estas imágenes de la página oficial de La Moncloa se tomaron con dos días de diferencia.
¿A qué se debe el incomprensible cambio de colocación de la bandera?

   La ley es clara sobre la posición que ocupará la bandera de España cuando ondee en número par junto a otra (artículo 6.2.b), y sin embargo imágenes recientes nos presentan que este puesto de honor lo ocupa la bandera comunitaria, relegando a un segundo lugar a la nacional. 

   Pero lo que provoca mayor perplejidad es que este criterio se usa ora sí, ora no. Es decir, no hay una continuidad, una "jurisprudencia". Y si a ello sumamos que este error se comete en las más altas esferas de representación y que muchos puestos de protocolo de instituciones de menor ámbito competencial o territorial están ocupados por personas sin formación en estas lides, se junta que el mal ejemplo del llamémosle "modelo a seguir", no es corregido nunca por nadie de inferior  rango (porque no aprecian la incorrección, básicamente), perpetuando y perpetrando tal dislate.

A situaciones iguales, es decir, reunión con un Presidente autonómico,
diferente solución en cuanto a usar o prescindir de la bandera de la Unión.

   La última novedad es que el Gobierno español solicita al Comité Olímpico Internacional que en los inminentes Juegos Olímpicos ondee la bandera europea junto a las de los países participantes. No sé cómo se resolverá... pero me parece absolutamente descabellado, grotesco y rayano en lo patético el mero hecho de proponer tal aberración. No hay que olvidar que la Unión Europea no es la única agrupación de países, sino que existen otras, que podrían invocar su derecho (lógicamente) a que sus banderas también participen.

   Y además, precisamente como símbolo de hermanamiento entre los países, existe un pabellón único para todos en este caso, que es la bandera olímpica. De hecho, un atleta, según los casos, puede competir, a título personal, bajo la enseña olímpica. Si se admiten las banderas de las agrupaciones de países... ¿competirá el atleta al amparo de la bandera olímpica, o de la bandera europea, de la Commonwealth, de la Organización de la Francofonía, de la Liga Árabe, de Mercosur, …?



   Mientras no exista una regulación más completa sobre el uso de los símbolos europeos, donde se establezca cómo, dónde y cuándo usarse -y cómo, dónde y cuándo NO usarse-, lo que hay que hacer es ceñirse a la que sí tenemos: respetar las precedencias que figuran reglamentadas y, sobre todo, no mezclar churras (uso de los símbolos) con merinas (como adornos o para enviar mensajes políticos distintos de aquéllos para los que fueron concebidos)

   Como siempre, en el medio está la virtud.
   




martes, 5 de junio de 2012

¿Un error histórico?


   A raíz de una discusión sobre si un futuro Rey de España que se llamase Juan debería ser considerado como Juan III o Juan IV, opción por la que me inclino, dicho sea de paso, nos surgió otra duda, que se podría reconducir al machismo que ha reinado tradicionalmente entre los historiadores, a quienes pido de antemano disculpas por los errores en que pueda incurrir al explicar lo siguiente.

Escudo en Wikipedia de los Reyes Católicos donde se observan las armas de Castilla, León, Aragón,
Granada y Nápoles (en vez de las de Navarra, que aparecen en el escudo franquista)

   Veamos, la conclusión a la que se llegó en esa discusión es que es erróneo llamar a la dinastía de los Austrias así, en tanto que reinaron como descendientes de Juana I de Castilla y Aragón, y no por ser los vástagos de Felipe el Hermoso (que a nuestro juicio está mal llamado Felipe I).

   Se esgrimieron a favor de esto varios argumentos:
  • si bien es cierto que Juana es considerada como Reina “nominal” de España, recayendo las responsabilidades del reinado en su marido Felipe de Austria, no lo es menos que la dinastía que da derecho a la corona del reino español procede de ella y no de él. Por eso, Carlos I y sucesores no deberían ser llamados “Austrias”, porque la corona nos les viene de esa rama.

    Monumento dedicado a la Reina Juana I de Castilla,
    en Tordesillas, donde estuvo cautiva.

  • si se argumentase que los descendientes de Juana la Loca se denominan “Austrias” por el mero hecho de asumir el apellido paterno, ello entraría en contradicción con que Alfonso XII, Alfonso XIII o el mismo Juan Carlos I sean considerados “Borbones” en vez de “de Asís”, puesto que el primero de los mencionados fue hijo de Isabel II (la Borbón) y Francisco de Asís. No entraremos a discutir si era hijo biológico puesto que sí era hijo legítimo del Príncipe Francisco (nótese que no se habla de Rey Francisco I, a diferencia del privilagiado y beneficiado Felipe I el Hermoso) e hijo biológico, por parto... no queda otra, de Isabel, titular de la corona . Así, siguiendo con la analogía, si el día de mañana un Francisco llega al trono de España, ¿entonces debería llamarse Francisco II (igual que el Felipe nieto de Juana I reinó como Felipe II)?.
  • y si se ostenta como justificación que el Rey Felipe I fue Rey por haberse ocupado efectiva y patentemente de la regencia y ejercido el dominio sobre los territorios de la corona de su esposa, se supone que si el día de mañana subiese al trono una Princesa María Cristina, lo haría bajo el apelativo de María Cristina II, en respeto a la regencia (ejemplar, por cierto) de la madre de Alfonso XIII hasta la mayoría de edad de éste. No parece posible que así sea.
Retrato de S.M. María Cristina, regente, con su hijo menor de edad
aunque Rey desde su nacimiento, S.M. Alfonso XIII.

   Esta disquisición, la conclusión a la que me hace llegar es que afortunadamente los tiempos han cambiado, como así lo han hecho las cosas y las normas, incluso las que se refieren a la sucesión dinástica. No obstante, seguiré considerando que los conceptos de “Felipe I” y “Austrias” son un tanto erróneos. Y perdónenme si son excesivos el chauvinismo y el feminismo de mi postura.

   Como siempre, en el medio está la virtud.