sábado, 30 de junio de 2012

La meteorología y la elegancia


   ¡Ya estamos en verano! Más concretamente, desde las 23:05 horas del día 20 de junio. Es decir, no estoy diciendo nada nuevo. Tampoco descubro el pan de molde si digo que ha habido estos días una ola de calor asfixiante. Y tampoco puede considerarse revolucionaria la afirmación siguiente: la temperatura influye en el estado de ánimo. Pero que sea sabido no quita que sea igualmente cierto y digno de consideración, puesto que todos los avatares, y la meteorología es uno de ellos, pueden determinar la elegancia con que nos mostremos o actuemos, sobre todo cuando las condiciones son extremas.
Vinilo de "Las cuatro estaciones", de Vivaldi

   Por aquello de llevar la contraria al calendario (así de beligerante puedo llegar a ser), empecemos analizando la elegancia en condiciones de frío y lluvia. Sólo en "Desayuno con diamantes" una persona calada hasta los huesos puede conservar cierta apostura o gallardía... y ni aun así. Porque es frustrante salir a la calle con un buen peinado, un buen abrigo o gabardina y un buen paraguas, y que al entrar en algunos vórtices cósmicos de aguacero y viento (los cruces entre dos calles suelen alojar estas turbinas) todo termine sacudido, empapado, encrespado, consiguiendo además que tengamos aspecto entre resfriado y furibundo. Y ¿no es genial que la gente que usa gafas, al entrar en un local cerrado, vea cómo en cuestión de tres nanosegundos se empañan las lentes como si estuviesen en una sauna finlandesa? Aunque todo tiene su lado bueno, y un mercurio bajo mínimos también nos permite usar bufandas, guantes, sombreros, que llevados con estilo, nos devuelven esa distinción y esa calidez invernal tan paradójica y atractiva.
La famosa escena de "Desayuno con diamantes" (1961)

   Pero por si no fuera suficiente, pasada la etapa gélida y lluviosa, aparece ante nosotros una nueva amenaza: el calor.  Las altas temperaturas hacen que nos aflojemos corbatas y camisas, que nos quitemos zapatos o americanas (¡prohibido!), o que rompamos el equilibrio entre chaqueta o chal y vestido. Y ya no hablemos de la sudoración, que a veces se reduce a las axilas, pero otras provocan torrentes en la columna vertebral o en el torso, que traspasan los tejidos. Para eso también hay vías de solución y, como en el caso anterior, se puede mantener a raya al calor sin perder ni un ápice de elegancia, sino que es más, se puede ganar (y mucho) en distinción: usando un abanico, por ejemplo, en el caso de las señoras. En la Armada, de hecho, existe un uniforme específico de verano, en blanco, y que en mi opinión es el más bonito de todas las Fuerzas.
S.A.R. el Príncipe de Asturias, recibiendo honores de ordenanza
con el uniforme blanco (verano) de la Marina Española. 

   Los locales pueden ayudar a evitar estos desaguisados regulando su temperatura. Y no es baladí, la cuestión. Hay que buscar una temperatura confortable en los eventos y en las oficinas. Y confortable no es asarse de calor en enero con un termostato a 26º y tiritar de frío en verano con un huracán de aire acondicionado a 18º. No puede ser que alguien que viene abrigado de la calle (y que no se puede quitar todo al entrar en el banco o en Correos) tenga que soportar cómo los oficinistas están en mangas de camisa, lo cual ya es un horror, mientras se va cociendo en su ropaje invernal. Y tampoco es normal que alguien que entra con tejidos veraniegos empiece a temblar y ponerse azul ante un funcionario que se ha puesto un jersey o una funcionaria parapetada con chaqueta y pañuelo al cuello.


   Es importante, no sólo desde una perspectiva de estilo o de comodidad, sino también analizando el asunto medioambientalmente. Aunque en la calle haga frío, en un edificio cerrado y lleno de personal la temperatura es más elevada "per se", con lo cual la calefacción no necesita estar al nivel de un horno industrial. Y aunque en la calle haga mucho calor, al entrar en un edificio siempre hace algo más de fresco, y existe ropa de verano que los trabajadores pueden usar (manga corta, tejidos finos, ...) de tal suerte que no hay por qué gastar en un aliento gélido procedente de Groenlandia a través del climatizador.

   Lo que no puede ser es coger un constipado por salir a la calle fría sudando tras haber hecho un trámite en una oficina, o por entrar en una oficina con escarcha con atuendo de verano para ir por la calle.

   Como siempre, en el medio está la virtud.








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