lunes, 23 de enero de 2012

La servilleta no es nuestra enemiga.

   Un elemento imprescindible en la mesa como es la servilleta, aparentemente nada complejo ni en su estructura ni en su utilización, puede convertirse en un auténtico desafío si no se conocen estas sencillas pero inexcusables pautas.


   A la hora de su colocación en la mesa, lo más aconsejable es colocarla sobre el plato superior de los dispuestos para cada servicio, bien doblada sencillamente, bien doblada de un modo más artístico y habilidoso (maña de la que, he de confesar, carezco por completo). No obstante, y teniendo presente que la vajilla será presumiblemente fina y bonita, es una lástima taparla con las servilletas, en vez de dejar que luzca en todo su esplendor. Así pues, y a la vista de esta circunstancia, la siempre acertada Sra. Marchesi considera preferible colocarla en la mesa, en el lado izquierdo de cada servicio. En cualquier caso, evitemos introducirlas en las copas.

   Huelga aclarar que las servilletas de papel están terminantemente prohibidas en mesas elegantes, sino que han de ser de tela, a juego con el mantel, observándose escrupulosamente que no estén manchadas, rotas o ajadas. Si tienen algún bordado o motivo (iniciales, flores, bordes de encaje, etc.) el doblez habrá de hacerse de modo que quede a la vista. Todos estos extremos habrán de observarse también, obviamente, respecto de las servilletas para el té.

Hermoso juego de servilleteros de cristal.

 Los servilleteros individuales se usaban antes para evitar lavar la servilleta después de cada comida, porque cada uno sabía perfectamente cuál era la suya y, así, usaba   la misma. Hoy en día, aunque siguen siendo un recurrente regalo de boda, sobre todo los de cristal o plata, con la inicial de cada contrayente grabada, lo cierto es que están en desuso y, en todo caso, siempre están restringidos al ámbito familiar.

   Al sentarse a la mesa, se coge la servilleta y, ¡sin darle sacudida alguna! (estirar la tela de una sacudida es el equivalente “servilletesco” a beber el té con el meñique apuntando al cielo: ridículo), se coloca sobre el regazo desplegada o doblada por la mitad. Se usa para limpiar los labios, cuando estén manchados, y antes y después de beber. No  se puede usar para limpiarse la nariz (ni mucho menos sonarse) ni el sudor de la frente, y no debe colocarse a modo de babero. Pero la práctica es bien distinta y, por más que se hagan estas advertencias, siempre habrá alguien que incurra en alguna de estas aberraciones.

La servilleta no se usa como babero, aunque tenga un motivo o dibujo que invite a hacerlo.

   Si nos levantamos de la mesa, simplemente cogeremos la servilleta y, ligeramente arrugada, la dejaremos sobre la mesa, al lado derecho del plato. Al volver a nuestro asiento, repetiremos la operación anterior y la pondremos de nuevo en el regazo.

   Una mantelería puede contener más de un juego de servilletas, y, generalmente, tendrá dos: servilletas de mesa (que cuanto más grandes sean, mejor consideración merecen) y servilletas de té. Pero pueden existir servilletas también para buffet o para cóctel. 


   Si hay platos que haya que comer con la mano, se puede poner una servilleta de  té que no se coloca en el regazo, sino que queda a la izquierda, sirviendo sólo para secarse las manos después de limpiarlas en el agua de limón, y se retirará con el plato respectivo... aunque lo más higiénico y cómodo son las toallitas desechables que se venden ya “ad hoc”. Otro uso atípico, aunque útil, de las servilletas de té es el de usarlas para limpiar la boca cuando, en un buffet, la servilleta principal se nos suministra a fin de cubrir el regazo a modo de mantel. 

Mantelería bordada a mano que dispone de dos tipos de servilletas: de mesa y de té.

   Hay que evitar que la servilleta se convierta en un mecanismo de tortura o generador de inseguridades, que de todo se ha visto, por un desconocimiento de su sencillo manejo. Recapitulando, un empleo natural a la par que distinguido de este necesario elemento es posible: simplemente hay que actuar con lógica o, como hacen los sabios, aprendiendo del comensal vecino que sabe lo que se hace.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

   

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