Con el vídeo promocional de la canción que va a representar a España en Eurovisión recién salido del horno, y tras la lógica discusión sobre si ganará o no y sobre qué me gusta más y qué me gusta menos de la canción o del vídeo, mi mente protocolista se pone enseguida a analizar lo que es en sí el festival, y lo compara con la reciente gala de los Premios Óscar, sobre todo en cuanto a la fluidez o, dicho de un modo más directo al grano, en cuanto a la maestría de evitar dispersión o aburrimiento del público.
Logo oficial del festival Eurovisión 2015 |
Ambos son actos con una estructura reiterativa: sucesión de canciones, por un lado, y sucesión de premios y discursos de premiados, por otro. Sin embargo, la principal diferencia es la duración y la alternancia de clímax y anticlímax. Mientras que en los Óscar hemos padecido trece pausas de 3 minutos de duración cada una, en la noche eurovisiva sólo hay dos pausas publicitarias: una a mitad de las actuaciones (después de la décimotercera canción) y otra entre la última canción y las votaciones.
Y las pausas necesarias entre canciones, puesto que muchas veces hay que retirar o añadir enseres al decorado para las distintas actuaciones, la organización eurovisiva las colma con pequeños vídeos sobre los siguientes participantes puestos en relación con sus países o banderas o con escenas y panorámicas del país anfitrión. Además de su brevedad y de ocultar los "trapos sucios" de la escenografía, estos vídeos mantienen la atención del público, evitando que cambien de canal y se queden viéndolo.
Actuación musical en la gala de los Premios Tony, considerada de las más amenas y entretenidas cada año. |
Efectivamente, es importante durante un acto que las transiciones de una fase a otra sea lo más breves posible o, de no poder hacerse así, al menos dotarla de cierta fanfarria para evitar bostezos. Y también es importante jugar, como dijimos, con momentos intensos combinados con momentos de relajación de la atención (relajación, no desaparción). Mientras estamos viendo la canción, estamos atentos a la actuación. Mientras esperamos a que el presentador abra el sobre del premiado, estamos atentos. Será mérito de esa canción o del discurso del galardonado que la atención no decaiga, pero nuestro deber como organizadores del acto es evitar que ese decaimiento se prolongue por culpa de nuestra mala praxis.
Una organización farragosa o torpe puede quedar salvada por el carisma de los protagonistas, aunque no sea su deber. Pero ha de ser al contrario: la organización debe precisamente salvar el acto incluso si los que intervienen en él son más sosos que una acelga hervida. Es decir, nosotros tenemos que organizarlo, prepararlo de modo que sea ameno, imaginando que los que están sentados en sus butacas tienen que estar centrados porque quieren, porque conseguimos atraerles (o retenerles, por qué no decirlo) impidiendo que caigan en la apatía más desastrosa.
La actuación de Alex O'Dogherty en los últimos Premios Goya, elegida en las encuestas como el peor momento de la noche. |
Además de proyecciones, juegos de iluminación, actuaciones musicales y demás ortopedia, es muy útil (y ayuda también a reforzar el mensaje del acto) usar los propios pasos del acto. Piénsese por ejemplo en los gestos litúrgicos del acto. Así, el hecho de que la mejor actriz el año anterior dé el Óscar al mejor actor de este año y viceversa es algo que despierta del letargo a la audiencia: al verla aparecer, sabes que un premio importante se va a entregar; o la cuenta atrás en voz alta para el final de votaciones en Eurovisión es una tradición que ayuda a involucrar activamente al público.
Puede ser de gran pompa (y puede servir de verdadera inauguración del acto) la entrada al mismo: el cortejo. El último que entra es el que lo preside aunque no sea el de mayor rango, salvo en el caso de las bodas, donde preside el ministro religioso o el oficiante civil, pero la última en entrar es la novia, verdadera protagonista del día, como es bien sabido (y si no lo sabían, ahora sí). Respeta la regla el acto académico, donde preside el Rector aunque esté presente un Ministro, que tiene mayor precedencia a nivel reglamentario. También la entrega de Premios Príncipe de Asturias, donde a la entrada de S.A.R. el Príncipe (preside), S.M. la Reina ya estaba en su palco. Y estas peculiaridades influyen también en dar solemnidad al acto: momento particular la reverencia del Príncipe a su madre Doña Sofía en pleno escenario.
Los entonces Príncipes haciendo la reverencia a la Reina Sofía, en palco. Para hacerlo bien, Doña Letizia no debería estar mirando al suelo, sino a la Reina. |
Los miembros de la mesa (y a veces, toda la concurrencia, como en los juicios) espera en pie hasta que el presidente se sienta o invita a hacerlo a los presentes. Durante el acto, los discursantes se dirigen al atril o se acercan a su respectivo micrófono después de que el presidente, moderador, maestro de ceremonias o último conferenciante les haya dado la palabra. Y el discurso será lo más breve posible. Además, siempre se puede hacer como en los Premios Nobel y distribuir los discursos entre ceremonia y cena posterior. Finalizado el acto, la salida se hará a la inversa: el más importante o el que ha presidido, primero, seguido por los demás, por orden de importancia.
En resumen, hay que lograr que los movimientos durante el acto o ceremonia sean fluidos y sin dejar silencios eternos que se acaban llenando de carraspeos y toses de los asistentes. En esto, las ceremonias religiosas son un modelo a seguir de los que se pueden coger mil ideas. Pero hay que tener cuidado y no saturar el acto de estos trucos o momentos, porque se causará el efecto de rutina que dispersa tanto la mente como las pausas mal organizadas y los silencios excesivos. Imaginen que hubiera espectáculo de fuegos artificiales durante toda una cena. ¿Sería impactante o especial usarlos también como colofón final de la misma?
Como siempre, en el medio está la virtud.
Si tras una actuación como la de Emmelie de Forest, ganadora de 2013, viene una balada insulsa, hay que esforzarse para que no cunda el aburrimiento. |
Como siempre, en el medio está la virtud.
Imágenes de Google y RTVE.
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