martes, 20 de marzo de 2012

Cabeza, tronco... y ¡extremidades!

   ¿Qué es lo primero que nos enseñan, en lo tocante a la elegancia corporal? Que hay que tener una postura recta, sin encorvamientos (tronco). ¿Y lo siguiente? Que ha de mirarse a los ojos del interlocutor, que no se pueden hacer muecas, que la cabeza no es una campana de pregonero y debe estarse quieta, ... (cabeza). Pero lo que nunca se resalta lo suficiente es la importancia que tienen los brazos y los piernas, y por añadidura, las manos y pies.


   Nuestros gestos, no sólo faciales, delatan nuestro estado de ánimo, las sensaciones que despierta en nosotros una conversación, y nuestro grado de seguridad en nosotros mismos y en lo que hacemos. Se suele dar un consejo preocupante, por demasiado simplista y general, de "no gesticular", lo cual es un error: más de una vez será aconsejable y aun necesario hacer un determinado gesto. Una cosa es mesurar la intensidad de los gestos y otra muy distinta, aunque pudiera no parecerlo, suprimirlos en su totalidad. De ser así, el único gesto que se admitiría sería el saludo.

Celebérrima imagen de Carme Chacón en la que un cruce de piernas elegante se convierte,
por obra y gracia de la manipulación digital, en un ejercicio de dislocación contorsionista.

   Efectivamente, igual que no puede hablarse a voz en grito ni tampoco en un susurro inaudible, sino a un volumen medio de voz, del mismo modo una persona que actúe como un carrusel será tan reprochable como una cariátide de carne y hueso. Y además del mayor menor vigor en los gestos, hay algunos que están, podría decirse, prohibidos por el Código Penal (algunos pueden llegar a estarlo en realidad, si se consideran ofensivos, lesivos o amenazantes, pero sé que nadie que lea esta bitácora incurriría en tales ejemplos) como señalar en medio de una concurrencia, balancear un zapato en la punta de los dedos o calzarse y descalzarse intermitentemente, taconear repetidamente por frío o inquietud, o cruzar las piernas de un modo aparatoso (salvo que se sea Sharon Stone y se esté rodando “Instinto Básico”) y no cruzarlas nunca en un ambiente religioso. 

Sin duda, este gesto tiene una explicación, pero así visto, se antoja bastante desagradable.

   Sin embargo, a veces unos gestos incorrectos desde el punto de vista del encanto más purista, pueden llegar a alcanzar gran éxito, aunque nunca la elegancia, eso está claro. Un buen ejemplo es Julio Iglesias, quien desde su victoria en el Festival de Benidorm no tuvo más remedio que aprender a usar todo su cuerpo al cantar, pues le habían cosido los bolsillos, dada su tendencia a meter en ellos las manos cuando estaba nervioso, y que luego acabó fregándose el estómago con cada "Hey". Curiosamente de ese mismo festival procede Rapahel, otro buen ejemplo del empleo hiperbólico de la manos, y de quien mi abuela siempre dijo "Hay que escucharlo cantar, pero no verlo cuando canta".


Vídeo donde se habla de los problemas de Julio Iglesias y Raphael con sus gestos... 
y se contempla un desagradable e incomprensible error de protocolo (minuto 02:30)


   Y, por último, recordemos que los gestos no son iguales en todas las culturas ni países. Y no sólo me refiero a saludos o gestos en sí mismos considerados, sino también a aspectos más protocolarios. Así, mientras que en el continente, las manos se deben colocar sobre la mesa durante toda la comida, y los antebrazos también se puede -los codos, jamás-, en Reino Unido y Estados Unidos la mano que no se usa puede posarse sobre el regazo.

   La regla estrella es la distinción, la mesura, la naturalidad (como opuesta al enquilosamiento) y la simpatía. Un saludo agradable y sutil con la mano no será nunca criticado, ni tampoco un elegante gesto de apoyar un tobillo sobre otro para estar más cómodas o de cruzar la pierna para estar más cómodos.

   Como siempre, en el medio está la virtud.



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