viernes, 14 de octubre de 2011

Una tradición a incumplir

   Yo, que siempre abogo (y seguiré haciéndolo) por el respeto a las tradiciones, por el escrupuloso cumplimiento de conductas que reflejen los valores históricos, culturales y morales de un pueblo, me complazco declarando mi absoluta disconformidad y repulsa a una de esas tradiciones que, aunque de las más antiguas, considero también de las más deleznables e indeseables, aunque las hay peores, por desgracia. Me refiero al “nepotismo”.

   Definamos ante todo el concepto. Considero humano, sentimental e incluso, con sinceridad, lógico que optemos por encargar un trabajo o adjudicar un puesto a la persona con la que tengamos una mayor relación, si de nosotros depende. Es decir, pudiendo asignar un empleo a una persona conocida o incluso apreciada, es lógico que así lo hagamos.

El Papa Alejandro VI llegó al papado gracias a haber sido cardenal por obra de su tío Calixto III.

   Pero han de hacerse dos matizaciones MUY importantes al respecto:

   1.- Deben tenerse siempre presentes los consabidos principios de mérito y capacidad, que incluso constitucionalmente se consagran como determinantes del acceso a la función pública (art. 103). Por tanto, esa elección subjetiva y tendenciosa  únicamente es posible entre postulantes con iguales aptitudes, ante casos de preparación o experiencia similares. Si, para más inri, la tarea se sufraga con fondos públicos, mayor habrá de ser el cuidado a la hora de ocupar una plaza.

   2.- Ha de pergeñarse un sistema de control veraz y objetivo. Si la persona contratada demuestra en su “iter” su ineptitud para el puesto, pese a que que en un primer momento pareciera ser un profesional, además de un familiar o amigo al que nos satisface ayudar, debemos proceder a su sustitución. Y esto es así.

   Pues bien, estas dos premisas que sorprenden por su aplastante lógica y por su indubitada coherencia, rara vez se cumplen.

   En el ámbito privado, donde la eficiencia -conseguir los mayores objetivos con el menor gasto posible- es crucial para la mera supervivencia de la empresa, sólo los directivos o gerentes con estrechez de miras dejan su futuro económico o la reputación y buen nombre de la corporación en manos de alguien incompetente. En cambio, el personal de confianza que se contrata en la Administración sin procedimiento competitivo alguno y que se remunera con fondos del Erario público, en incontables ocasiones demuestra una manifiesta nulidad para el puesto. Lo mismo sucede con empresas o agencias de eventos que son contratadas con fondos de las arcas porque son de un amigo del contratante.

Viñeta del dibunante y humorista Forges sobre este tema.

   Por otro lado, me encantaría saber si el Alto Cargo de una Administración Pública que no duda en encargar puestos de relaciones públicas, comunicación y protocolo a su primo segundo, licenciado en Veterinaria (rama del saber claramente distinta y distante), tendría igual despreocupación si el responsable de extirparle el apéndice fuese un licenciado en Periodismo o Filología (ídem). ¿Se imaginan la total calma y seguridad de ese preclaro político tumbado en la camilla escuchando cómo su “cirujano” le relata con todo lujo de datos y referencias la etimología de la palabra “bisturí” mientras observa que va a practicar la incisión en el lado opuesto del abdomen? Obviamente, ¡no!. Pues, sin embargo no existe ese especial celo en el primer caso, y ello es debido, con total certeza, a que la labor de relaciones institucionales y ceremonial es tenida en menos, en segundo plano... hasta que las cosas salen mal y la prensa así lo refleja, ya que en ese momento empieza una encarnizada lucha por decapitar al culpable. Yo declaro ya quién es el culpable: el inepto que contrató o promocionó a un “amigo” más inepto aún, en detrimento de un “no amigo” preparado.

   Y así nos va. Que aparecen banderas colocadas como por sorteo, invitaciones que se cursan a la atención de “Sr. Obispo y Sra.”, anfitriones políticos que van a su acto oficial de mañana vestidos con traje entallado de lamé ocre y corbata plateada, parálisis y perplejidad del organizador ante el más mínimo imprevisto, visitas organizadas a cierta distancia del lugar del evento sin que se reserve un medio de transporte de regreso de los invitados, actos de entrega de méritos donde sólo se ha imprimido la mitad de los diplomas acreditativos de la distinción, discusiones “in situ” sobre la mejor o peor ubicación de un asistente (que suele ser el que ha procurado su fácil e injusta entrada en el órgano administrativo), o actos donde se deja solo al invitado de honor para ir a charlar con el amigo. Todos estos ejemplos, si bien son reales, a mi modo de ver no deben generar bochorno en la profesión, porque los que los han perpetrado (único término aplicable a estos despropósitos) NO son profesionales “stricto sensu”.

José Bonaparte, nombrado Rey de España por su hermano Napoleón.

   En resumen, si bien es comprensible que alguien quiera beneficiar a su pariente hasta el quinto grado por consanguinidad o afinidad, o a un amigo querido o una  compañera de fatigas de la Facultad, no podemos cegarnos: eso sólo será posible cuando una mayor formación de los demás candidatos no impida esa predilección. No seamos como Napoleón nombrando Rey a uno más ducho en vaciar las bodegas de vino español que en reinar siquiera sobre los dueños de esas bodegas.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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