jueves, 20 de octubre de 2011

La naturalidad: esa gran desconocida

   Muchas veces oigo que una actitud informal es lo más elegante. Otras tantas, que el protocolo es algo rígido, inflexible, que resta naturalidad. Tanto una como otra me producen jaqueca, por extremistas, parciales y, en definitiva, incorrectas.

    ¿Cuántas veces nos encontramos con personas tiesas... y siesas, que mantienen una pose de permanente rictus facial acompañada de una manía por mantener la barbilla en ángulo de 90º respecto al cuello? Generalmente, estos especímenes hablan como si tuviesen los carrillos hinchados o una lesión ósea o muscular que les impidiera mover la mandíbula con normalidad. Veredicto: no son naturales... y no son elegantes (aunque así lo crean, o incluso puedan hacer que lo piensen quienes les rodean).

Nicki Minaj, la última polemista estética del mundo musical, lo opuesto a la naturalidad.

   Por otra banda, no es menos frecuente toparse con personas que, bajo un halo de pretendida campechanía, incurren... mejor dicho, irrumpen en la más extrema chabacanería. Una cosa es relajar las formas, lo cual ha de hacerse con conocimiento de causa y, sobre todo, de la concurrencia, y otra muy distinta obviar las más elementales normas de conducta y lo más básicos modales. Veredicto: tampoco son naturales, sino vulgares.

   Para ilustrar un poco el tema, recuerden cuando aprendieron a montar en bicicleta o a escribir. Ya era natural para Uds. comunicarse, podían transmitir mensajes oralmente e incluso por señas. Escribir no era lo natural, lo innato, pero en cambio el aprender a hacerlo no restó espontaneidad a su modo de expresarse, ¿no es cierto?. Y, desde luego, podían desplazarse sin necesidad de bicicletas, simplemente caminando. Mas el hecho de ampliar esos conocimientos motrices no mermó su facilidad para andar.

Óscar Wilde, famoso por su pedantería y remilgada actitud.

   Del mismo modo, la reticencia a aprender normas protocolarias so pretexto de que hará perder sinceridad o naturalidad es totalmente infundada, al igual que convertir el protocolo en algo que encorseta, que rigurosamente nos limita. Pensemos en una cosa muy sencilla: masticar los alimentos. Unos lo hacen de un modo grotesco, voraz, abriendo la boca o cargando exageradamente el tenedor. Otros, en cambio, mastican de un modo casi imperceptible e ingieren pedazos microscópicos, creyendo que con ello ganan distinción y elegancia. ¡Erróneas las dos! Alguien que pinche un trozo medio de carne o verdura, lo ingiera y lo mastique con normalidad y la boca cerrada (sin poner morritos) será el más elegante, el más natural y el más estiloso.
  
   Si además coincide que tenemos un don natural para hacer las cosas de un modo limpio, cadencioso, dinámico, casi melodioso, mejor que mejor. Si no, bueno... no todos podemos ser iguales, y bastará con hacer las cosas bien, aunque no sea de una grácil y majestuosa forma. Lo más importante es comportarse, sin excesiva relajación en las formas ni exagerada preocupación por los gestos y modales... sólo comportarse. Y no es tan difícil, créanme. Lo digo de muy buena fe.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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